"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Cuando los niños y niñas no quieren compartir


¿Y es que acaso nosotros lo hacemos? ¿Compartimos todo con nuestros hermanos, pareja, amigos, incluso con nuestros hijos? A menudo pretendemos que los niños asuman valores que los adultos no asumimos.
Imaginemos que nuestra madre nos obligara a compartir el celular y el carro con el hijo de su vecina porque ella quiere que los demás noten cómo nos ha inculcado la importancia de ser generosos… Evidentemente algo así nos luciría tan absurdo que hasta parecería un chiste.  No se nos ocurriría obligar a un adulto a compartir o ceder las pertenencias. Nos queda claro que hacerlo constituye una agresión a nuestra integridad como persona, al derecho de decidir voluntariamente sobre nuestras cosas. Cuando de adultos se trata entenderíamos una imposición semejante como una agresión hacia nuestros más elementales derechos. ¿Por qué con los niños no?

Para un niño o una niña, su muñeca o su pelota  son objetos con el valor equivalente que otorgamos los adultos a nuestro carro, celular, casa…  Sin embargo pretendemos que los niños los compartan con los hermanos, amiguitos, etc., aún cuando estén o no dispuestos a hacerlo.   
Esto no quiere decir que desistiremos en el objetivo de que nuestros hijos desarrollen el valor de la generosidad. Se trata  de lograrlo de forma empática, consciente de las necesidades particulares del niño y a través de aproximaciones respetuosas con su integridad cómo persona.
El comportamiento modélico de los padres es determinante sobre todos los aspectos de la crianza y de la construcción de los valores de los hijos. La generosidad y solidaridad no son la excepción. En la medida en que los progenitores seamos capaces de ofrecer abundante amor, contención afectiva, mirada, compromiso emocional, nuestros hijos crecerán en condiciones de desplegar su capacidad de generosidad, por tanto el deseo espontáneo de compartir.

El momento evolutivo del niño también tiene mucho que ver con el desarrollo de su capacidad de compartir. Un niño menor de tres años, aún se encuentra en un período madurativo donde socializar o compartir no son conceptos que sea capaz de digerir muy bien. Aún no asimila del todo la noción de propiedad privada ni entiende que las cosas pueden pasar de sus manos a otras manos sin que ello suponga perderlas para siempre. De manera que pretender que niños menores de tres años jueguen solos entre sí sin empujarse, moderse, es irreal. Siempre necesitarán la regulación o intermediación de un adulto presente. Si ya es mayor y se niega sistemáticamente a compartir, la psicóloga Yolanda González, autora del libro “Amar sin miedo a malcriar”, recomienda indagar entre las causas que subyacen tras dicho comportamiento, interferencias provocadas por haber  forzado al niño a cmpartir a compartir prematuramente y de forma inadecuada, quizás ha tenido experiencias dolorosas con amigos o hermanos durante el juego, quizás esté manifestando alguna protesta contra los hermanos o padres por alguna carencia. Cada caso es único, y requiere una evaluación y una respuesta hecha a la medida.

Cuando nuestro hijo no quiera compartir con otro niño, los padres podemos intervenir explicando a las partes que dicha decisión se respeta. Ese mismo peque que no quiere compartir, en un momento dado seguramente querrá que otro niño comparta algo con él. Si también le explicamos que el objeto no es suyo, que posiblemente el otro niño no lo quiera compartir, que hay que preguntar antes,  irá graduando su propio aprendizaje sobre la necesidad de respetar y negociar  para prestar las pertenencias bajo reglas claras, al tiempo que comprenderá que a veces compartir las cosas supone ventajas tales como poder jugar con otros niños, etc. Esto funciona mejor a partir de los tres años. Antes, por razones madurativas para evitar conflictos podemos distraer o anticiparnos. Recordemos la importancia de reconocer lo que podemos esperar o no en cada etapa del desarrollo para prevenir interferencias.

En ningún caso es recomendable reñir u obligar a compartir porque entonces  lo harán de manera mecánica y albergarán resentimientos.

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