"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

jueves, 26 de abril de 2012

Hay que hacer higiene de las emociones



La no violencia no se instala por sí sola o por pura invocación. Hay que trabajarla. Por mucha “buena vibra” que tratemos de imprimir, con puros pensamientos o afirmaciones como “siento paz”, “no debo odiar ni dañar a nadie”, sólo echamos un barniz que deriva en posturas artificiales. Si rascamos un poquito sobre la superficie, veríamos cómo se asoma todo lo vetado por mandatos externos que pretenden adoctrinar el sentir real y profundo, propio de la naturaleza humana. Porque todas las emociones están allí para cumplir una función. No existen emociones buenas o malas, censurables o aceptables. Lo que sí que hay son expresiones distorsionadas producto de la represión y la negación de lo que sentimos.
Durante la crianza, cuando un niño o adolescente expresa rabia o enojo, se le niega rotundamente el derecho de sentirse molesto. Cuando manifiesta tristeza, se le distrae con un dulce o un juguete. Si es varón, le decimos que no es de hombres llorar, en lugar de permitirle saltar de la mente para conectar con sus emociones, vaciarse y restituir el equilibrio.
Todo lo que se reprime, se pervierte en la sombra y sale en algún momento multiplicado y empeorado. Negar o censurar lo que sentimos nunca ha hecho que desaparezca. Sólo lo desplazamos al sótano oculto del inconsciente. De modo que las ganas reprimidas de llorar, patear, gritar, reír…, se acumulan como trastes sucios en el cuerpo. Se convierten en bombas de tiempo prestas a estallar con cualquier detonante. Es así como terminamos siendo adictos a substancias o conductas para aliviar el dolor provocado por heridas emocionales no sanadas, nos volvemos violentos, nos enfermamos… A mayor escala, estalla la delincuencia, el terrorismo, las guerras, producto de la violencia sumada y atrapada en una devastadora y creciente espiral.
Es común ocuparnos diariamente de nuestro aseo personal y el de nuestros hijos. Bañarse, lavarse los dientes, ordenar la habitación, son hábitos que practicamos e inculcamos a los pequeños. Sin embargo no planteamos la higiene emocional en nuestro esquema de prioridades. Responsabilizarnos de nuestras propias reacciones al margen de sus causas (porque él me insultó, porque tú me mentiste, porque ella me gritó…) también es asignatura pendiente para muchos adultos y que resulta oportuno transmitir a los pequeños. Nuestras reacciones -al margen de lo que las provoque- nos pertenecen. El modo en que las encaucemos es nuestra responsabilidad.

Valdría la pena gestionar la higiene emocional como hábito de vida. Procurar el momento adecuado para expresarnos o permitir que nuestros hijos se expresen libremente y sin censura (llorar, gritar, rabiar, verbalizar todo lo que pase por la mente, moverse según el cuerpo pida, golpear, patear, saltar, reír a carcajadas…) siempre, en un espacio seguro y sin riesgos de dañarse o dañar a otros (en la habitación con un cojín…).
Aceptado lo que sea que se manifieste en nuestro ser, liberados adecuada y respetuosamente cuerpo y mente, será más factible construir una salud emocional genuina y sostenible capaz de permitirnos relaciones conscientes y no violentas. Por otra parte, nuestros hijos se beneficiarán con capacidades y herramientas de autoconocimiento y conexión consciente con sus emociones. Además, les ayudaremos a desarrollar confianza en ellos mismos para intimar y comunicarse con honestidad y con respeto en sus relaciones a lo largo de las etapas de su vida, presente y futura.
 
Meditaciones activas para toda la familia  
En mi recorrido de autoconocimiento y búsqueda interior, he aprendido sobre terapias conocidas como meditaciones activas de Osho, que son muy sencillas y, que además, todos los miembros de la familia pueden administrar sin límite de dosis. Comparto algunas de ellas.
Respiración: Con el simple acto de hacernos conscientes de nuestra respiración, podemos  relajarnos. Conviértete en testigo de tu respiración. Nota cómo el ritmo cambia según el estado de ánimo. Cuando estamos tensos y angustiados el ritmo se acelera y la respiración es entrecortada. En momentos así, llevar la respiración hacia un ritmo lento y profundo ayudará a relajarnos.
Terapia del cojín: Un buen ejercicio para drenar las emociones reprimidas es encerrarnos en la habitación,  tomar un cojín y golpearlo, gritar, llorar o reír como locos dejando que el cuerpo exprese todo lo que necesite, sin juzgarlo. Podemos acompañar el ejercicio con música fuerte a tono con la descarga. Invitemos a  los niños  y adolescentes a practicar la terapia explicándoles que pueden hacer catarsis en un lugar seguro,  donde  no hagan daño ni a ellos, ni a los demás.  Para no espantar a los vecinos podemos gritar con una toalla, almohada o el cojín sobre la boca. Al finalizar, es óptimo dedicar diez minutos a relajarnos con los ojos cerrados y en silencio. Cuando vaciamos emociones retenidas en el cuerpo y la mente, podemos responder desde la calma, sin alterarnos o sin actuar agresivamente frente a conflictos o situaciones cotidianas. 
No Mente (Terapia del Giberish):  Es una antigua técnica Sufí que consiste en emitir sonidos sin ningún significado para romper con el patrón lógico de la mente y descargar la “basura” acumulada en ella. Se trata de hablar en un idioma que no conozcamos  (si no sabemos mandarín, hablamos mandarín; si no sabemos francés, hablamos francés). La idea es emitir sonidos sin significado (blabachucamichip…). Cambiamos el parloteo si este comienza a tener sentido o comenzamos a pensar. Sentados o caminando, acompañamos el ejercicio con gestos exagerados que implican  movimientos de manos, brazos, expresiones del rostro, durante diez minutos. Luego de la catarsis disfrutamos la sensación de alivio en silencio, con los ojos cerrados, durante algunos minutos. El Giberish resulta muy efectivo para limpiar la tensión acumulada en la mente y abrir un espacio natural de relajación. Puede aplicarse en  el aula o en casa cuando los niños están muy inquietos o hablando mucho, para conducirlos naturalmente hacia el silencio.

Baile como terapia para drenar tensiones: Osho decía “Baila intensamente hasta que dejes de ser quien baila y te conviertas en la danza misma”… Bailar libremente permite al cuerpo sacudir el polvo acumulado a lo largo del día. El baile es un puente directo con nuestra fuente de celebración y alegría. El baile como terapia para la relajación se practica dejando que el cuerpo se mueva de forma espontánea, sin coreografías y sin cuidarnos de que nos vean bien o mal. Aprovechemos cualquier momento o lugar (casa, escuela, no sólo fiestas) para bailar solos o con la familia. Incentivemos el baile en los niños y adolescentes. El baile como terapia se practica sin consumo de bebidas alcohólicas u otras substancias. Recordemos siempre respirar con totalidad.
Para que  estas técnicas funcionen, hay que practicarlas habitualmente.  

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Hemos hablado sobre la importancia de permitirse sentir y entrar en contacto consciente con nuestras emociones para el desarrollo de un bagaje emocional saludable. Nuestra más reciente emisión ampliada, la dedicamos a destacar la importancia de la higiene de las emociones como práctica imprescindible para construir respuestas no violentas genuinas y sostenibles en nuestras relaciones y especialmente durante la crianza.   Todos sabemos que en la medida en que nos encontramos estresados, aumenta la agresividad y que cuando vaciamos emociones retenidas en el cuerpo y la mente, podemos responder desde la calma, sin alterarnos o sin actuar agresivamente frente a conflictos o situaciones cotidianas.  Así que para prevenir violencia, es necesario encausar oportunamente las tensiones.    


Ya puedes disfrutar del podcast con la emisión ampliada

jueves, 12 de abril de 2012

¿Niños hiperactivos o simplemente niños?


Hace poco, circulaba en Facebook una frase que viene a recordarnos lo que entraña la esencia del niño. Decía algo así como:  “Si quieres un niño que se porte bien, que no llore, que no haga ruido, que no moleste, que noooo… entonces cómprate un muñeco. Los niños lloran, juegan, aman, saltan, exploran, rompen y todo eso porque están aprendiendo a conocer el mundo. Lo hacen porque son niños, no lo hacen para molestar, ni tampoco para probar tu paciencia”. Yo agregaría que tampoco porque padezcan trastornos psiquiátricos, sino porque son simplemente niños. 

Desearía que lo de comprarse un muñeco fuera la opción para personas indispuestas a sobrellevar la naturaleza movediza e inquieta propia de los pequeños.  Sin embargo, algo que se hace muchas veces, es diagnosticar trastornos psiquiátricos tales como Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD en inglés o TDAH en español) entre otras patologías que cada día aumentan un muy cuestionable listado de enfermedades psiquiátricas. Pero más cuestionable todavía, es la práctica de medicar con drogas peligrosas y dañinas como si estas fueran el famoso botoncito de apagado, que muchos padres y maestros hubieran querido que los pequeños trajeran de nacimiento.   
 
No sé cuántos despropósitos, cuántos fracasos educativos tendrán que ocurrir, hasta que aceptemos que los niños no son el problema sino el síntoma de nuestros problemas, porque ellos habitan en las aguas emocionales de sus adultos significativos (padre, madre, cuidadores, familiares…). Aguas muchas veces tan turbulentas, llenas de tensión,  depresión, estrés, culpa, conflictos y represiones que provocan la falta de concentración en el niño alterado por tales tribulaciones, como bien lo señala la autora Laura Gutman. De modo que, ausentarse de la realidad, perdido en su propia fantasía o con el pajarito que pasa por la ventana del salón supone para el pequeño, un reducto donde moverse libremente y aliviado de tensiones.  Otro factor medular, que la misma Gutman señala,  es la estructura anti-niños del sistema educativo diseñado para que pasen interminables horas, cada día, reprimiendo la energía y el movimiento propio de la naturaleza infantil y, que cuando el alumno intenta desplegar, se etiqueta como síntoma de una patología.  A lo anterior agreguemos la manía de violentar las diferencias individuales que definen a cada niño como a un ser único e irrepetible (más reposado o más activo, más desordenado o más ordenado, más tímido o más sociable…) para meterlos a todos por igual dentro del mismo surco de una supuesta normalidad. Luego no nos debería sorprender la peregrinación de tantos padres con sus hijos por los consultorios de especialistas.

El psicólogo Ramón Soler, experto en crianza y director de la revista Mente Libre, me expresaba en una entrevista, que las terapias centradas sólo en el niño son como poner un parche. “La solución se consigue trabajando con toda la familia”, explicaba. Y agregó que incluso, “la mayoría de las veces, únicamente trabajando con los padres, la mejoría del niño sucede automáticamente”. Pero los padres no quieren acudir a terapia. Están demasiado centrados en buscar un diagnóstico para el niño. Si además la industria farmacéutica nos pone al alcance el famoso “botón de apagado” en forma de drogas psiquiátricas, tenemos que los elementos están servidos para seguir emplazando nuestras propias sombras hacia los más indefensos y vulnerables.  
Es así como derivamos en este orden patas arriba que produce crecientes diagnósticos de déficit de atención en los niños, cuando el problema real, es el déficit de atención de los adultos hacia los niños.

lunes, 2 de abril de 2012

El conductismo Fashion







La doctora Rosa Jové en su libro “Ni rabietas ni conflictos”, cita el primer capítulo del libro “Ser padres sin castigar del profesor Norm Lee, en el que éste explica la siguiente anécdota:
En una reciente charla a un grupo de padres, abrí un libro y empecé a leer en voz alta: «Empiecen la disciplina a temprana edad. Aclaren muy bien las reglas y refuércenlas de inmediato y con consistencia. Refuercen la obediencia con palmaditas y con frases como: "¡Qué buen chico! ¡Eres una buena chica!", y después de disciplinarlos, díganles que los quieren y que lo hicieron por su propio bien». Hubo cabeceos de aprobación y algunas personas incluso mostraron su aprobación efusivamente en voz alta. Pero cuando les mostré la cubierta del libro, se quedaron sin habla de la impresión al leer el título: Cómo entrenar a su perro doberman pinsher. 
Puede sonar chocante, pero la verdad es que estos métodos basados en el mismo principio conductista empleado para entrenar a los perros, tiene mucha acogida entre los padres y las escuelas para obtener niños obedientes que hagan lo que esperamos.
Conductismo Fashion es una denominación muy ocurrente y certera de la misma  Rosa Jové,  para acuñar recursos “educativos” basados en sillitas para pensar (Time Out o Tiempo Fuera), carteleras con sistema de puntos, estrellitas, sellitos y elogios artificiales para manipular la conducta.  La doctora Jové, observa una llamativa proliferación de programas de televisión para “educar niños”, donde se pretenden vender estos métodos como buen conductismo. Ejemplo de ello se observa en la lamentablemente  popular serie Súper Niñera Joe Frost, que incluso ha sido acusada por  la ONU (Organización de Naciones Unidas) de infringir la dignidad de niños y niñas quienes son víctimas de exposición pública humillante  en momentos íntimos  y difíciles de su convivencia familiar.
El conductismo fashion, al igual que el castigo físico, es por definición un sistema punitivo de crianza. Ciertamente encubierto por la fachada de la moda y la modernidad,  pero punitivo a fin de cuentas. Como sistema punitivo, no crea conciencia en los niños. Sólo les enseña que son reconocidos cuando hacen lo que queremos y rechazados cuando no lo hacen. El conductismo fashion condiciona a los niños  a responder por miedo a las amenazas. Además, no inculca valores a los hijos. Les enseña a estudiar sólo para obtener notas, a trabajar sólo para obtener dinero, a responder según el estímulo que otro le ponga por delante y no por compresión y propia convicción. De este modo no ayudamos a los pequeños a desarrollar la propia ética a partir de la cual orientarán su conducta y responderán frente a las presiones del exterior.   
Lo explica la doctora Aletha Solter, experta en disciplina no punitiva, cuando dice que los sistemas basados en controlar a los hijos a través de castigos y recompensas, son engañosos. Si bien de inmediato dan la impresión de que modifican la conducta, tienen consecuencias a largo plazo. ¿Te imaginas cuando tus hijos se enfrenten a la opción de incurrir en conductas delincuenciales premiadas con dinero, como robar o vender drogas? ¿Qué pasa si la recompensa de terceros les resulta más atractiva que la de los padres? Las conductas orientadas por la ética, en cambio, permanecen al margen de aplausos e incluso a pesar del abucheo, porque nacen de la convicción.
Sé que muchos lo estarán pensando, pero no, no se trata de propugnar un mundo sin normas, ni mucho menos dejar a los hijos a la bartola sin la orientación y guía de los padres. Apostar por métodos democráticos de crianza, supone conducir a nuestros hijos hacia comportamientos razonables, pero con alternativas más humanizadas. Claro que en este camino no existen recetas, ni fórmulas. Tampoco constituye la vía más rápida o cómoda para el adulto.