"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Nunca es tarde para disculparnos con nuestros hijos


Cuando se trata de cuestionar lo naturalizado, de mostrar puntos de vista radicalmente opuestos a los habituales, cuando invitamos a ponernos los lentes especiales que yo llamo “del darse cuenta” hasta vislumbrar las infinitas dosis de violencia sutiles y flagrantes que ejercemos en las aproximaciones diarias hacia nuestros hijos durante la crianza, ocurre con frecuencia que padres y madres terminamos por cuestionarnos si todo lo que hemos hecho hasta el momento en que logramos conciencia  de los errores cometidos,  tendrá algún remedio, si tendremos una segunda oportunidad.

Cuando por fin logramos comprender la herida emocional impresa a fuego en nuestro hijo por haberlo dejado llorando hasta reventarse sin acudir a consolarlo, cuando vislumbramos la humillación y el miedo que pasó nuestro pequeño   tras las “nalgadas a tiempo” o  al mandarlo al rincón de pensar en respuesta a  un berrinche, cuando por fin registramos la violencia ejercida hacia nuestros hijos fruto de la imposición de exigencias desmedidas y nos damos cuenta del desierto emocional vivido por ellos a partir de la falta de mirada y de compromiso emocional que antes justificábamos como actos de disciplina necesaria o de preservación de nuestro propio espacio… nos preguntamos angustiados si estamos a tiempo aún, si habrá o no caminos posibles para resarcir los estragos que ciegamente, creyendo que hacíamos lo mejor, provocamos en nuestros hijos. 
 
Ciertamente es mucho más eficiente prevenir que luego tener que reparar el daño, sin embargo nunca es tarde. Aunque nuestro hijo o hija tenga dos, cinco, quince, incluso veintiséis, cuarenta o sesenta años, siempre es buen momento para disculparnos y actuar en consecuencia, por ejemplo, a través de estas palabras que nos presta la autora argentina Laura Gutman: " Yo sé que te he desprotegido, sé que no he acudido a ti todas las veces que me llamabas porque creía que tenía que lograr que no fueras caprichoso o pensaba que la rigidez era el mejor sistema para educarte bien" … "pero ahora he cambiado, sé que quiero resarcirte, sé que todo lo que me has pedido era legítimo y quiero amarte y protegerte y estar atenta a tus demandas hasta que cierren las heridas que he contribuido a generar en tu alma" .  

Coincido plenamente con  la perspectiva terapéutica de que al margen de la edad, sean niños o adultos, ofrecer a nuestros hijos la posibilidad de llamar a sus sentimientos y sus vivencias subjetivas infantiles por el verdadero nombre, es sanador.  Desmontar el falso discurso construido desde nuestra posición adulta autoritaria y alejada de la verdad y del ser esencial del niño, entraña un poderoso potencial de reparación. Verbigracia, reconocer que nuestro hijo se siente  solo y nos necesita, en lugar de llamarlo malcriado cuando llora pidiendo consuelo.   Y si no lo habíamos hecho hasta ahora, siempre será buen momento para comenzar, no importa la edad presente de nuestro hijo o nuestra hija.

Soy una convencida de que el propósito de andar por este camino que llamamos vida es hacernos más conscientes, y los hijos siempre son la mejor escuela. 

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miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Nacidos para sobrevivir o para ser amados?



 
No existe el pecado original, lo que existe es la herida primal. Ileana Medina


Ya he dicho antes en artículos, en programas de radio y talleres, que entre otros especialistas de la conducta humana, la frecuentemente citada y recomendada autora argentina Laura Gutman, insiste sobre el hecho de que toda forma de violencia pasiva, activa, concreta o sutil  se genera a partir de la falta de calidad en el vínculo durante la crianza. En palabras de la Gutman,  la calidad del vínculo depende de la capacidad de prodigar o no las necesidades que un bebé humano, mamífero, altricial requiere para su desarrollo y que se traducen básicamente en obtener la misma calidad de confort que experimenta  el bebé dentro del útero materno. Es decir, contacto permanente con el cuerpo de la madre, movimiento permanente, alimento permanente, mirada, brazos, consuelo, sostén en continuum. Por ende no es necesario llegar a pegar o gritar. Cuando la madre, el padre o adulto cuidador responsable de la crianza, no es capaz de reconocer y prodigar las necesidades auténticas del niño pequeño, automáticamente lo somete a experiencias sufrientes y violentas.  

Podríamos decir sin miedo a exagerar que ningún  ser humano nacido y criado en esta civilización organizada sobre principios de rigidez y autoritarismo, con modelos de crianzas basados en el adiestramiento y la obediencia,  condicionado sobre la creencia de que un niño se malcría si se le carga demasiado, que hay que dejarlo llorar para que aprenda a tolerar frustración, etc.,  se libra  del maltrato. Nadie o casi nadie se salva de la necesidad de batallar frente a experiencia de infancias hostiles, desplegadas en desiertos afectivos.  Hay que rendirse ante la evidencia: en esta civilización nacemos para sobrevivir y no para ser amados. 

Así las cosas, los seres humanos hambrientos de amor,  terminamos por  aferrarnos a diferentes mecanismos de “salvataje” o de sobrevivencia. En su libro Crianzas, violencias invisibles y adicciones Laura Gutman desarrolla  cuatro de ellos que son básicos:

  1. Violencia hacia fuera: Los niños que echan mano de este mecanismo para sobrevivir, desesperados por obtener lo que necesitan y que no es prodigado por sus cuidadores, aprenden que deben pelear y arrebatarlo. Por tanto devienen en adultos que destruyen al otro. A lo largo de sus vidas siempre encuentran un “otro” que tiene la culpa.
  2. Violencia pasiva: Son las víctimas sistemáticas.  El niño aprende que en la medida en que es fagocitado por la madre o cuidador, en la medida en que reprime sus pulsiones, en la medida en que renuncia a pedir lo que legítimamente necesita, que no reclama su deseo para ser aceptado por el otro,  en esa medida es nombrado, logra mirada y vínculo (“rómpeme, mátame pero no me dejes”).  Luego en su vida presente y futura, basa el vínculo con otro en tanto  que ese otro lo destruye.
  3. Violencia hacia adentro: Se trata del niño que a través de distintas formas pide mirada, brazos, cuerpo materno… sin lograr  penetrar en el radar de sus padres, pero termina haciendo un broncoespasmo y  logra tenerlos a su lado las 24 horas seguidas al lado de la cama en el  hospital. Con lo cual aprende que es así como logra obtener lo que necesita. Entonces “las enfermedades y la debilidad se constituyen en el principal aliado para obtener amor y entrar en el circuito de las relaciones.”
  4. Devorarlo todo: La autora argentina se refiere a las adicciones como otro de los mecanismos de sobrevivencia originado en la carencia de maternaje o calidad de vínculo durante la crianza y que opera incorporando  vorazmente comida, tabaco, alcohol, café, substancias, diversión obsesiva, consumos… intentando saciar necesidades originales (infantiles) no satisfechas.  Aclara la Gutman que todos los seres humanos sufrimos de adicciones en distintos grados.  De hecho vivimos una civilización muy adictiva al punto de que el consumo desmedido entraña un auténtico e inminente desastre ecológico.

Enlaces relacionados

Dos grandes vías de crianza
Para un cerebro sano, mucho amor, mimos y brazos
Crianza con apego y crianza respetuosa ¿son la misma cosa?

 


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miércoles, 16 de octubre de 2013

La niña de las sandalias coquetas

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Pintura de Tatiana Deriy 


Ojalá creciéramos tanto como para llegar a ser niños.
Carlos Costa, coautor de Una nueva  paternidad

Me llamó la atención su linda ropita veraniega y se me inundó el corazón de ternura al ver aquellos piececitos en unas cuchis sandalias como las que usaban mis hijas cuando tenían su edad. Era una niña no mayor de tres años. Caminada por la acera con su mamá y otra mujer adulta. Seguí observando la escena. Saqué cuentas y resultó que la misma distancia que las mujeres adultas recorrían con un paso, la pequeña de tres años la recorría con dos pasitos. Es decir que, para desplazarse, un niño pequeño necesita hacer el doble de esfuerzo respecto a un adulto. La mamá y su amiga. -como es común en los mayores- iban de prisa y enfocadas hacia un objetivo (ir al mercado, a comprar tal cosa, al trabajo, a la casa). Ajena a las prisas al igual que todo niño, la pequeña de las sandalias coquetas recorría el camino viviendo el presente, dando rienda suelta a su imaginación, creándose historias, observando cada detalle del camino como una novedad, zigzagueando los adoquines de la acera...

A menudo, cada uno -niño y adulto- andamos por la vida a velocidades y en planetas distintos. Y es de este andar en tiempos y planetas distintos, que se desprende infinidad de aproximaciones violentas hacia nuestros chiquitines. Verbigracia las escenas típicas en la calle o centros comerciales de mamás o papás llevándolos a rastras contra su deseo de detenerse a apreciar algún detalle o porque se cansan,  ya no quieren caminar y piden que los lleven en brazos. Qué decir de la presión a la que los sometemos apenas despiertan cada día para que se alisten a toda prisa y salgan a cumplir con una larga rutina de actividades escolares y extraescolares marcadas por objetivos y por horarios diseñados e impuestos desde el distante y competitivo planeta adulto.

Hemos creado un mundo incompatible con el despliegue de infancias felices. Terminamos por arrebatar a los niños el tiempo para vivir el presente, para comer cuando tienen hambre y no porque es la hora,  para dormir cuando tienen sueño y levantarse cuando estén descansados y no porque toca hacerlo. Les despojamos del gran tesoro de andar a su aire y dar rienda suelta a la imaginación, crearse sus propias historias, de juguetear y sorprenderse con cada detalle del camino, de zigzaguear adoquines sobre la acera 

Si tan sólo registráramos que los niños aún son capaces de vivir en conexión con la sabiduría intuitiva. Si tan sólo los observáramos y los escucháramos,  sería mucho lo que podríamos aprender de ellos.   

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martes, 15 de octubre de 2013

Cambio de frecuencia para la Emisora Cultural de Caracas

Gente amada, luego de 38 años en la Frecuencia 97.7 FM, La Cultural de Caracas cambia su  programación a la 97.3 FM
 Ajusta el dial para seguir disfrutando la emblemática señal de la primera FM de Venezuela, donde se siguen transmitiendo  nuestros micros (lunes a viernes 3 veces al día)  y programas (sábados 10AM).  

miércoles, 9 de octubre de 2013

Jugar es lo que hago cuando dejan de decirme qué hacer


 

Pintura de Tatiana Deriy 

En los escenarios virtuales de la crianza respetuosa me encontré recientemente con la hermosa pintura de una niña jugando con su muñeca, acompañada con la leyenda que dice, La definición de jugar de un niño: es lo que hago cuando todos los demás dejan de decirme qué hacer.

Resulta inquietante ver la gran cantidad de niños que luego de largas jornadas escolares, son sometidos a la presión de agendas copadas en actividades extra escolares dirigidas. Pertenecemos a una civilización de niños programados, que van por la vida bajo la presión casi constante de cumplir objetivos, plegados a rutinas y horarios tan exigentes como los de un adulto.  Niños con escaso tiempo para realizar una actividad vital para su sano desarrollo emocional, cognitivo, físico. Niños privados de ocasiones para ejercer su niñez, es decir, para  entregarse al juego libre, creativo y espontáneo.

Rosa Jové, en su libro Ni Rabietas ni conflictos, dedica un capítulo a este neurálgico tema. La psicopediatra y autora española refiriéndose a la importancia del juego libre para los niños, explica lo siguiente.

El juego es una actividad imprescindible para el desarrollo y la formación del niño. Lo es tanto que debería ser normal que el pediatra nos preguntara datos sobre las horas de juego de nuestro hijo, no ya por aquello de que un niño que juega es un niño sin grandes problemas (los niños con mucho malestar, hambre o estrés apenas juegan), sino porque de la calidad y cantidad de las horas de juego del niño se derivarán conocimientos, aptitudes y habilidades sociales necesarias para la vida adulta. En este caso estamos hablando del juego desestructurado e imaginativo, del juego que realizan los niños solos o en grupo, sin reglas preestablecidas, sin objetivo definido, sin premios... No hablamos de las partidas de parchís, los videojuegos o el deporte. Estamos hablando de dejar a los niños totalmente a su aire, independientemente de que decidan jugar a los médicos durante cinco minutos o de que prefieran simular que se pelean como karatecas (más bien, como héroes del manga).

Tan importante como comer es el juego, la recreación y esparcimiento para los pequeños, que la Convención Internacional de los Derechos del Niño, basándose en la naturaleza singular y evolutiva de la infancia, lo establece como un derecho. 

Según explica Jové, el juego libre, espontáneo e imaginativo mitiga el estrés infantil. Estudios realizados con pequeños de tres a cuatro años separados de sus madres  el primer día de guardería, lo comprueban. Después de permitir a un grupo jugar libremente -en solitario o en pareja- y sentar a otro grupo para leerle cuentos durante algunos minutos, midieron los niveles de ansiedad y estrés con el resultado de que el primer grupo logró bajarlos al doble  respecto al segundo.

Cualquier objeto que no revista peligro para el niño, puede convertirse en un juguete. Seguramente hemos visto muchas veces a un pequeño disfrutar más con una simple caja de cartón o con las ollas de la cocina que con juguetes de última generación súper elaborados.  En este sentido la doctora Jové aclara que el juego espontáneo y creativo resulta mucho más eficaz si se realiza con objetos cotidianos que el niño puede usar como elementos para construir según le dicte la imaginación, con lo cual consigue explorar y descubrir mayores posibilidades, usos y dimensiones del objeto y la experiencia. 
Para  finalizar,  la  reconocida psicopediatra y autora española, habla del beneficio del juego libre, espontáneo y creativo en el desarrollo de habilidades sociales en los niños afirmando que con ello, aprenden a respetar turnos de juego y escuchar otras opciones .

En resumen, es indispensable para el sano desarrollo infantil que garanticemos abundante  tiempo,  espacio y oportunidades para que los niños realicen juegos libres, creativos, espontáneos -es decir juegos no dirigidos- cada día de sus vidas.

Enlaces relacionados

Una tarde sin juguetes: Y ahora, ¿qué hacemos? con la psicóloga Violeta Alcocer Vía serpadres.es

 

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miércoles, 2 de octubre de 2013

No te vayas a escondidas, despídete de tus peques


Dejar a otro sin acceso a saber qué es lo que pasa equivale a tenerlo prisionero. Porque el otro no puede tomar decisiones respecto de nada. Laura Gutman.


He escrito acerca de la importancia de hablar con claridad a nuestros pequeños, al margen de que estén o no en capacidad de manejar el lenguaje verbal. De cómo un niño puede elaborar mucho mejor la experiencia, darle estructura y asimilarla progresivamente, cuando nombramos y explicamos con palabras, de un modo transparente,  todo lo que acontece. El momento de salir y dejar a nuestros niños al cuidado de otras personas no es la excepción. Sea que los dejemos en casa, en la escuela o en otro lugar, siempre es necesario y es deseable despedirnos de nuestros pequeños, en lugar de irnos sin explicación alguna o a escondidas cuando estén descuidados o mientras alguien los distrae. De hecho, los adultos esperamos  que  nos avisen o se despidan de nosotros antes de que la pareja, algún miembro de la familia o un amigo se marche ¿cierto?.

Los adultos hemos perdido memoria factual de nuestras historias infantiles y solemos interpretar como tonterías o como asuntos insignificantes, vivencias que para un niño suponen algo muy grande y en las que pasan por mucho miedo o angustia. La separación de un niño pequeño de su madre, padre o figura de apego principal, es una de estas experiencias. Un niño pequeño alejado de su cuidador, sufre. Para un peque o una peque, su madre o padre son las personas más importantes, sin las cuales no sabe si va a sobrevivir o no. Por otra parte, un niño pequeño no tiene la misma capacidad para discernir la noción del tiempo ni del espacio que tiene un adulto. Ellos no reconocen la diferencia entre una hora, un día o una eternidad. Los niños pequeños tampoco tienen noción de “permanencia del objeto”, es decir, si no lo tienen delante, si no lo pueden oír, oler o tocar,  no pueden inferir que dicho objeto o persona aún existe, aunque se encuentre en otra parte. Cuando mamá o papá desaparecen del campo visual de un pequeño, éste no sabe si va a regresar, sólo percibe  que no está y siente incertidumbre.

Es importante ayudar a los pequeños a crear progresivamente la noción de espacio y tiempo a través de la experiencia. Es por ello que antes de irnos y aunque lloren,  siempre es mucho más sano y lógico despedirnos de los niños, contenerlos y explicarles a dónde vamos, qué haremos, cuándo regresáremos, con quién o quiénes los dejaremos, etc.. Realizar un ritual de despedida, relatar lo que está ocurriendo y lo que vendrá, ayuda al niño a  dar estructura a la experiencia. Siempre es más sano, tanto para padres  e hijos, adultos y niños,  permitirnos conectar conscientemente y nombrar aquello que nos pasa o sentimos genuinamente. Esto incluye cada pequeño duelo que suscita la breve separación.   
Recordemos que los niños son pequeños, pero no son tontos. Ellos tienen derecho a ser tratados con respeto a su integridad como personas, a que se les reconozca y favorezca el desarrollo de sus capacidades. Los niños tienen derecho a que les digamos siempre la verdad. Así crearemos las condiciones que les facultarán para integrar la realidad de lo que acontece y su vivencia subjetiva con coherencia, lo cual equivale a construir salud mental y emocional.


Enlaces relacionados

La importancia de palabrear a los niños

Reinicio escolar: no permitamos que los niños sufran

Período de adaptación escolar

Al irnos de casa, ¿despedirse del niño o desaparecer? Vía bebesymas

 

 


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