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lunes, 27 de diciembre de 2010

Permitirse sentir




Vivimos en un mundo donde las reglas sociales y los condicionamientos de las culturas y las religiones en general tienden a censurar la libre expresión de las emociones e  imponer el intelecto o la mente. El bien y el mal emanan de códigos morales creados por una sociedad interesada en mantener una estructura establecida que muchas veces se aleja de aquello realmente coherente con la esencia individual y nuestra naturaleza.

Este proceso de desnaturalización de las emociones se manifiesta en los núcleos familiares cuando un niño, niña o adolescente expresa rabia o enojo y generalmente se le reprende o reprime, transmitiéndole así el mensaje de que no tiene derecho a sentirse molesto. Cuando expresa tristeza se le pide que no este triste o se le ofrece un dulce  para calmarlo, en lugar de apoyarlo manteniéndonos cerca en el momento que necesite mostrar el sentimiento, permitiéndole  hacerse responsable y consciente de sus emociones, aceptarlas, llorar, rabiar, para así liberarse.



Investigaciones neurológicas y biológicas recientes muestran claras evidencias de que el llanto, por ejemplo, desempeña un papel central en la resolución de traumas y estrés acumulado, devolviendo el equilibrio y el balance correcto. De modo que decir a un niño varón -como es frecuente-  que los hombres no lloran, es privarlo de un importante mecanismo de sanación de sus emociones.

Del mismo modo, cuando existen manifestaciones de alborozo y alegría, éstas tienden a ser reprimidas con llamados a mantener la compostura. Ni hablar de las sensaciones de placer, mucho más aún cuando el placer es de índole sexual, algo por demás natural, que forma parte de los mismos orígenes de nuestra vida: todos provenimos de dos células sexuales que a su vez se multiplicaron en miles de millones de células constituyendo este cuerpo que ahora somos, sin embargo rechazamos lo sexual que hay en nosotros como si se tratara de algo pecaminoso. Nos avergonzamos de nuestro propio cuerpo y estigmatizamos nuestros genitales hasta el punto de que ni siquiera nos atrevemos a llamarlos por su propio nombre y señalarlos o tocarlos resulta una grosería. En la mayoría de los casos, nuestros padres nos concibieron mientras hacían el amor, sin embargo rechazamos las sensaciones vinculadas con el placer sexual como si se tratara de algo deshonroso.

Se nos entrena para bloquear las emociones, para no escucharlas, para juzgar lo que sentimos. Aprendemos que no es correcto hablar sobre ellas con los miembros de la familia, con los padres, los hermanos, hermanas y los hijos e hijas cuando lo natural es que seamos capaces de mostrarnos abiertamente, con la confianza de ser amados y apoyados al ser auténticos ante los seres allegados, como base para luego desarrollar la confianza y la intimidad con el resto de nuestras relaciones. Poco a poco cerramos el corazón con capas y capas de condicionamientos represores. Levantamos muros, armaduras y corazas. Terminamos aislando los sentimientos, perdemos el contacto con ellos, luego en consecuencia nos volvemos discapacitados para intimar con otros, con el corolario de transitar a lo largo de la vida por una sucesión interminable de relaciones tortuosas, conflictivas y disfuncionales sin explicarnos el por qué.

En una suerte de hipnosis que penetra a nivel molecular, profundo e inconsciente, hemos asimilado estos condicionamientos a lo largo de años y a través de generaciones lo cual ha engendrado un  miedo a sentir, que se refleja incluso en nuestro modo de respirar. Sólo nos permitimos respirar hasta el pecho, en lugar de llevar el aire hasta el vientre tal y como respiran de manera natural los recién nacidos (quienes aun no han pasado por el tamiz de los condicionamientos sociales) porque cortando la respiración, haciéndola menos profunda, también logramos sentir menos. Negamos nuestra energía de vida al reprimir nuestras emociones, censurar nuestras expresiones y contraer nuestra respiración.

Pero al negarnos el contacto consciente con nuestras emociones no las hacemos desaparecer. Ellas siguen allí, desplazadas, en el sótano oculto del inconsciente, acumulándose en el cuerpo, reprimidas y listas para salir en cualquier momento, multiplicadas y empeoradas. Es así como terminamos siendo adictos a substancias que alivien el dolor provocado por heridas emocionales no sanadas, golpeamos a alguien, somos irónicos, insultamos, nos enfermamos, nos da un ataque al corazón, dañamos las cosas sin darnos cuenta, provocamos accidentes de tránsito, llevamos nuestra sexualidad a extremos patológicos de abuso compulsivo o de miedo, culpa y represión. A mayor escala, se desata la delincuencia, el crimen, las guerras que vienen a ser la manifestación social de la violencia individual reprimida y no encausada a tiempo y apropiadamente. Toda esta represión ha vulnerado la confianza y cerrado nuestro corazón, tanto “cállate, eso no se hace, no se dice, no se toca” ha  pervertido nuestra capacidad de intimar, de relacionarnos desde nuestro centro, desde lo que realmente somos y sentimos.

Los expertos hablan de que la mayoría de los seres humanos actuamos a partir de un noventa  y nueve  por ciento de inconsciencia y con apenas uno por ciento de conciencia. Casi todo lo que hacemos, las decisiones que tomamos, lo que sentimos, emerge sin que seamos conscientes de dónde viene, ni por qué. La división entre el consciente y el inconsciente es impuesta por una suerte de barrera constituida por condicionamientos sociales y culturales que son artificiales y no responden a nuestra verdadera naturaleza o necesidades humanas. Conviene ir desmontando las barreras para que el escaso resquicio de conciencia gane espacio.  Así será más factible construir un buen bagaje emocional que permita relacionarnos  de un modo saludable y no violento con nosotros mismos y con los demás, especialmente con los niños, niñas y adolescentes a nuestro cargo quienes a su vez se beneficiarán de este aprendizaje para desarrollar su propia y clara estructura emocional con la capacidad y las herramientas para conocerse mejor a sí mismos, entrar en contacto con lo que sienten, desarrollar la confianza de expresarse y de intimar en sus relaciones a lo largo de las etapas de su vida presente y  futura con padres, maestros, conyugues, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, hijos...   

Y es que no existen emociones malas o buenas. Todas  son perfectamente válidas y humanas.  Todas tienen una razón de ser y responden  a una necesidad. Lo  importante es reconocerlas, aceptarlas, y hacernos responsables de todo lo que sentimos y de cómo lo expresamos al margen de la causa que las haya provocado.  

Algunas técnicas para ayudar a expresar emociones sin agredir o ser agredidos

Por lo regular damos importancia y nos ocupamos diariamente de nuestro aseo personal y el de nuestros hijos e hijas. Bañarse, lavarse los dientes, ordenar la habitación, ya forma parte de los hábitos que inculcamos a los más jóvenes de la casa. Sin embargo no le damos el mismo grado de jerarquía a la limpieza de la mente y las emociones. La rabia, la frustración, la euforia acumuladas y reprimidas son bombas de tiempo prestas a estallar con cualquier detonante y que debemos identificar y desarmar (el jefe me grita, yo me lo trago, no me queda otra, al final del día llego a casa y le grito y le pego a los niños). Hacernos responsables de nuestras propias emociones, sea cual sea la razón que las provoque, y dedicar tiempo y atención a la higiene emocional y mental, son condiciones necesarias  para liberarlas adecuadamente sin dañar a otros ni a nosotros mismos.

A continuación, comparto algunas claves para  ayudarnos a sanar heridas emocionales, restaurar el equilibrio y estar más aptos para relacionarnos de un modo no violeto con algunas técnicas sencillas, gratis, que pueden administrarse sin límite de dosis y que pueden practicar todos los miembros de la familia:   

Respiración:

·      La manera en que respiramos dice mucho de la forma en que vivimos: Cuando éramos recién nacidos, respirábamos naturalmente llevando el aire hasta el bajo vientre, que es nuestro centro de emociones. Nuestra respiración era profunda, y nuestro centro de emociones estaba constantemente masajeado. Esto nos permitía estar más vivos y flexibles. Con el tiempo, una y  otra vez, aprendimos a temer a los sentimientos y emociones. Confinando la respiración hasta el pecho, nos distanciamos y asegurábamos nuestra ruptura con los sentimientos profundos y totales. La balanza se fue desplazando hacia la mente y perdimos el contacto con nuestro cuerpo y emociones. Adicionalmente, a través de una respiración superficial comenzamos a tomar el oxigeno (necesario para una existencia real y vital) de manera muy limitada y comenzamos a retener productos de desecho (como el dióxido de carbono) que deberían ser expulsados. 

·      La inhalación nos prepara para la acción, la exhalación nos conduce a la relajación: En sociedades muy activas y aceleradas, podemos observar un patrón de respiración que hace énfasis en la inhalación y olvida la importancia de exhalar completamente. Esto ocurre porque la mayor parte del tiempo, estamos en acción, acelerados, estresados y tratando de hacer muchas cosas o defendernos de amenazas. Es por ello que necesitamos exhalar completamente para vaciar la gran reserva de basura acumulada en los pulmones, que además contribuye a acidificar la sangre y crear mucha tensión corporal. Recuerda siempre hacer énfasis en la exhalación. De cuando en cuando pon la atención en tu respiración y -sobre todo cuando tengas tensión- exhala completamente, soltando tu cuerpo y dejando salir el aire atascado en los pulmones.  Permite que cada exhalación vaya acompañada de exclamaciones de alivio (¡aaaaahhhhh…!).

·      La respiración es el puente que nos conecta con la vida: Respirar profundamente nos refresca. Respirando de forma adecuada podemos balancear nuestras emociones. Con el simple acto de hacernos conscientes de nuestra respiración podemos  relajarnos y traer nuestra atención al momento presente. Observar nuestra respiración constituye una forma eficaz para disolver el estrés y restituir el equilibrio. Conviértete en testigo de tu respiración. Nota cómo el ritmo cambia según tu estado de ánimo. Cuando estamos tensos y angustiados el ritmo se acelera y la respiración es entrecortada. En momentos así, llevar la  respiración hacia un ritmo lento y profundo ayudará a relajarnos.


·      Respirar contando (7-5-9): Esta es una técnica que puede ayudarnos a relajar tensiones en momentos difíciles, como por ejemplo,  antes de presentar un examen en la escuela. Consiste en respirar lentamente y contar hasta 7 mientras inhalamos, hasta 5 mientras retenemos el aire y hasta 9 mientras exhalamos. Repetir varias veces, preferiblemente con los ojos cerrados.


Terapia del cojín:

·      Un buen ejercicio para drenar las emociones reprimidas es encerrarnos en la habitación,  tomar un cojín y golpearlo, gritar, llorar o reír y cantar como un loco o una loca dejando que el cuerpo exprese todo lo que necesite expresar, sin juzgarlo.

·      Si sentimos rabia o dolor por algo que nos hizo una persona (esposo, esposa, padre, madre, tío, jefe, amigo), podemos aprovechar para sacar y verbalizar lo que sentimos hacia ella en ese momento en que no haremos daño a otro ni a nosotros.

·      Podríamos  acompañar el ejercicio con una música fuerte a tono con la descarga.

·      Es recomendable invitar a  los niños, niñas y adolescentes a que hagan la terapia del cojín cuando tengan mucha rabia o dolor acumulados, incluso si esa rabia es por algo que dijimos o hicimos lo adultos a su cargo,  explicándoles que pueden descargar en un lugar seguro,  donde  no causen daño ni a ellos, ni a los demás. 

·      Es importante tener en cuenta que se debe respetar la privacidad y las expresiones verbales y descargas emocionales que los niños, niñas y adolescentes necesiten manifestar durante la terapia, aunque éstas se refieran a nosotros a los abuelos y hasta a "Papá Dios". No perdamos de vista que de lo que se trata es de descargar el "veneno" acumulado, para liberarse y  no dañar ni dañarse.

·      Si los gritos causan molestias a los vecinos, puede probarse con una toalla o el mismo cojín sobre la boca mientras gritamos.

·      Al finalizar la descarga sería óptimo dedicar diez minutos a sentarse o acostarse relajados y en silencio.

·      Cuando nos vaciamos de la rabia, la angustia y el dolor retenidos en el cuerpo y la mente, estamos aptos para responder desde la calma y seguramente no será necesario alterarse o actuar agresivamente frente a las situaciones cotidianas.

·      Esta terapia funciona si se practica regularmente.


Limpieza del parloteo de la mente (terapia del Giberish)

·      El “Giberish”  es una terapia muy antigua creada por los Sufíes que consiste en emitir sonidos sin ningún significado para descargar la mente.

·      Se trata de hablar en un idioma que no conozcamos  (si no sabemos mandarín, hablamos mandarín; si no sabemos francés, hablamos francés). La idea es que lo que se emita no tenga ningún significado (bleregla guchapa camemam ceretatytup achucamichipetca…).

·      Si lo que decimos comienza a tener sentido o  la mente comienza pensar  hay que cambiar el parloteo hasta  volver.

·      Es bueno acompañar el parloteo o giberish con gestos exagerados que impliquen  movimientos de manos, brazos, expresiones exageradas en el rostro,  dejando que el cuerpo exprese lo que necesite durante diez o quince  minutos.

·      Luego se pasará a una etapa de silencio con los ojos cerrados durante unos minutos.

·      Esta técnica resulta muy efectiva para descargar toda la información que se convierte en basura para la mente, abriendo un espacio para  la  relajación.

·      Este es un ejercicio que los docentes pueden aplicar en  el aula de clase cuando los alumnos están muy inquietos o hablando mucho para llevarlos naturalmente hacia el silencio.


Baile como terapia para drenar tensiones

·      Bailar libremente permite al cuerpo sacudir el polvo que acumulamos sobre él a lo largo del día.

·      El baile es un puente directo con nuestra fuente de celebración y nos conecta con la alegría.

·      Según concluyó un estudio de científicos  suecos,  el baile ayuda a calmar a niñas y niños hiperactivos. Los vuelve más atentos en clase y menos peleadores con sus compañeros.

·      El baile como terapia para la relajación se practica dejando que el cuerpo exprese los movimientos que necesite de forma espontánea, sin coreografías y sin cuidarse de que los otros nos vean bien o mal.

·      Aprovechemos cualquier momento o lugar (casa, escuela y no sólo en las fiestas) para bailar solos o con la familia. Incentivemos el baile en los niños, niñas y adolescentes de la casa.

·      El baile como terapia debe practicarse sin el consumo de bebidas alcohólicas u otras substancias.

·      Recordemos siempre respirar con totalidad.

    
Fuente: Técnicas de Meditaciones Activas de Osho. 

6 comentarios:

  1. ¡Buenísimo! Gracias, Berna.
    Un abrazo

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  2. Buenas tardes, su artículo me ha sido muy útil.
    Lo voy a compartir con otras personas,su mensaje es claro y preciso. Dios te Bendiga Berna.
    Daniel

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  3. Gracias, Daniel. Ojalá pruebes las técnicas que más te agraden y me cuentes qué tal la experiencia.

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