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miércoles, 2 de febrero de 2011

Un despreciado don de la naturaleza.


Casi a diario en el habitual discurrir de mi vida, cuando hago las cosas más sencillas y en todos los lugares a los que voy,   tengo que presenciar alguno o varios casos  en los que se manifiesta cruelmente la visión adultocéntrica y autoritaria sobre la cual basamos nuestro trato hacia los niños. Lo percibo en el parque, la calle, el ascensor, el centro comercial, en las consultas que papás y mamás inquietos me hacen llegar por distintos medios.


Un tema  recurrente que me perturba, es el de las mamás, que angustiadas por la presión social, me piden opinión acerca de si está mal llevar a sus bebés todo el tiempo en brazos.  A estas  angustiadas mamás, no les basta con la pregunta que les hago tratando de que encuentren su propia respuesta: ¿y qué es lo que sientes tú?. Para tranquilizarse, casi siempre necesitan  explicaciones con argumentos antropológicos, psicológicos y científicos que avalan el hecho de que está bien que carguen a sus bebés. Entonces, con la opinión "experta", la mayoría se tranquiliza. Me inquieta bastante el modo en que hemos desnaturalizado la crianza. Comienzan a saltar en mi mente todos los "debería". Me digo a mi misma que una madre "debería" sentir y saber qué es lo correcto y que además "debería" permitir que su instinto y su corazón actúen al margen de los mandatos de una puericultura represiva, pensada únicamente para satisfacer la comodidad del adulto. De una pedagogía anacrónica defendida por el colectivo que veta todo intento de ponerse en el lugar del niño y comprender cuáles son sus necesidades legítimas para satisfacerlas de un modo inmediato, altruista, desinteresado.  Tengo la convicción  de  que ninguna madre con el “permiso” suficiente de mantenerse conectada con su instinto, podría quedarse tranquila sin hacer nada, ante la escena de su bebé llorando sólo en la cuna  -tal y como pretende establecer la conseja popular, "para que no se malcrien"-  y que sería capaz de sacar todo su poder para defender a su cría de tales opiniones depredadoras.  
El daño que, muchas veces con la mejor intención, pueden causar familiares y opinólogos, empujando constantemente  a las mamás en dirección contraria a la naturaleza que impulsa a apegarse a sus crías,  es inconmensurable. Puedo dar fe de ello. Casi a diario presencio el desgarro que viven nuevas mamás confundidas, divididas entre el llamado que la voz de su esencia reclama y la presión de gente cercana, e incluso médicos o “especialistas”, descalificándola: “no cargues tanto a ese muchacho que lo vas a mal acostumbrar”; “déjalo que llore para que aprenda a quedarse sólo”; “para qué le das pecho si eso te cansa demasiado y no lo llena, complétale con tetero”; incluso hasta insultos y descalificaciones como, “pareces una loca con ese niño todo el tiempo pegado al pecho”… Pero lo que más me preocupa, es ver cómo pocas logran sobreponerse al nefasto imperativo social. Me duele ver como muchas madres y sus bebés, terminan devorados por la presión del entorno, por los mandatos de una sociedad cegada por creencias bastante cuestionables que obligan sin tregua a que las madres perder confianza en su capacidad de maternar alejándolas de la conexión con sus pequeños.


Oigo, por ejemplo en un ascensor, la queja de la mamá de una niña de un año, porque en la guardería le cobran únicamente por cuidar a la hija y no le enseñan a leer ni a escribir. Esta madre se encuentra absolutamente divorciada de la noción de que su  bebé de un año necesita  cuidados, afecto, apego, no aprender a leer y escribir, y termina por decir que para eso la deja en la casa cuidada por cualquiera y así se "ahorra esos reales"… Escucho a alguien contando por teléfono que esa mañana obligó a su hijo de siete años a ir sin merienda a la escuela para que aprendiera a ser responsable porque perdió el vuelto o el cambio de una compra que le mandó a hacer … Veo en una farmacia, a una mamá que jala por el brazo, amenaza, insulta y le dice “abusador” a su bebé de tres años que hace lo que un niño de su edad sabe hacer: correr hacia el estante de chucherías y agarrar un paquete de galletas… o en un centro comercial, observo como una mamá  lleva a rastras para obligar a caminar a su hija de dos años quien llora pidiendo brazos…
Me imagino lo que pasará por la mente de estas señoras, todas las ideas que habrán recogido y asimilado del entorno social, de sus propias vivencias infantiles y que desafortunadamente han logrado vencer el sentido común y la escucha del propio registro interior… Las voces  nefastas de lo que han dicho familiares, amigos, opinólogos, incluso "especialistas" como médicos pediatras, y la de sus propios padres cuando fueron niñas. Un parloteo que hace mucho ruido. Suficiente, como para impedir que el sabio llamado de su instinto pueda ser escuchado. 
Y es que una mamá conectada con su instinto, tiene que sentirse perdidamente enamorada de su bebé. Y una mamá perdidamente enamorada,  no dejaría sufrir a su cría... sentiría ese sufrimiento como suyo propio.
Sueño con el día en que el instinto materno sea resignificado y respetado por todos, hombres y mujeres, desde la conciencia que constituye este sagrado e invaluable regalo de la naturaleza para la creación de la vida y la preservación de nuestra especie en perfecta armonía con su entorno. Espero que ese día no esté muy lejos...


Lecturas relacionadas:
El instinto, el cuidado, el amor. Por Violeta Alcocer . Vía Atraviesa el espejo
A propósito del instinto maternal (y paternal) Por Violeta Alcocer. Vía Atraviesa el espejo
¿El instinto materno existe? Laura Gutman - Newsletter Septiembre 2010. Vía Amor maternal

4 comentarios:

  1. Me gustó mucho este escrito. Nada más lejos de la verdad. En una ocasión mi hijo estuvo queriendo hacer una "escena" en una clínica mientras esperábamos turno, lo cargué en brazos, y le empecé a hablar al oido, diciendole el porqué no lo dejaba correr libremente por los pasillos de la clínica, que era el motivo del berrinche. Sin gritos, sin golpes, solo lo cargué y le hablé y se calmó escuchandome. Una señora que estaba sentada frente a mi se me quedaba mirando, como juzgando mi actitud, y que quería? Que le pegara? que le hablara fuerte como hacía rato le había hecho ella a su niño? No, pues no lo hago, y en público menos! No voy a humillar a mi hijo y hacerlo sentir mal, si con explicarle la situación, a sus 3 años, él es capaz de entender!

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  2. Y es que en la diferenciación está el problema, no vemos, por ejemplo, que nombramos “hijo”, “mamá” o “papá” en vez de decir –familia- y no vemos que no somos diferentes, mama y papa formaron a hijo, son todos parte y en un momento fueron todos UNO.

    Cuando ignoramos las necesidades del ser que estamos criando, básicamente estamos ignorando las necesidades de nosotros mismos, pero ¿cómo culparnos? Tenemos SIGLOS en esta tradición, tanto es así que como tú dices: estamos “divididos” o una palabra que me gustó más: “desnaturalizados” :)

    Pero la cuestión no está en aprender a amar como un perro de Pavlov, es un proceso más profundo y mucho más doloroso. Leí en algún lado que: “un egoísta puede aprender a compartir sus chocolates pero eso no quiere decir que no sienta estrés al compartirlos” (Parafraseado) y este estrés, esta carga, simboliza sufrimiento y un niño es capaz de ver éste sufrimiento y sentirlo con mucha más claridad que cualquiera de nosotros… Es imposible de ocultarlo y a decir verdad, es mejor ni intentar hacerlo.

    Es más, deberíamos hacer campañas para mamás como: Tú eres el ser más preciado. TÚ y ahora, cargas a un hijo. IMAGÍNATE. Una extensión de tú sacralidad, una extensión de ti misma, de tú poder, tú sabiduría, tú amor.

    Protégelo, ámalo, cuídalo, como solo tú sabes hacerlo.

    Y olviden lo que dije arriba, reflexionar y darle vueltas y vueltas al asunto es sufrir por el hecho, ya VIMOS el hecho, experimentémoslo pues. Hay que quebrarlo. Quebremos la realidad y demos consciencia. :)

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  3. Cuando me siento confundida, uso un método que nunca falla: escuchar la voz del corazón. Es más simple de lo que parece. Si hicierámos caso al corazón, no harían falta tantos libros o manuales ni consejos ni instrucciones ni expliacaciones científicas y psicológicas para criar a los hijos...

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