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jueves, 12 de abril de 2012

¿Niños hiperactivos o simplemente niños?


Hace poco, circulaba en Facebook una frase que viene a recordarnos lo que entraña la esencia del niño. Decía algo así como:  “Si quieres un niño que se porte bien, que no llore, que no haga ruido, que no moleste, que noooo… entonces cómprate un muñeco. Los niños lloran, juegan, aman, saltan, exploran, rompen y todo eso porque están aprendiendo a conocer el mundo. Lo hacen porque son niños, no lo hacen para molestar, ni tampoco para probar tu paciencia”. Yo agregaría que tampoco porque padezcan trastornos psiquiátricos, sino porque son simplemente niños. 

Desearía que lo de comprarse un muñeco fuera la opción para personas indispuestas a sobrellevar la naturaleza movediza e inquieta propia de los pequeños.  Sin embargo, algo que se hace muchas veces, es diagnosticar trastornos psiquiátricos tales como Déficit de Atención con Hiperactividad (ADHD en inglés o TDAH en español) entre otras patologías que cada día aumentan un muy cuestionable listado de enfermedades psiquiátricas. Pero más cuestionable todavía, es la práctica de medicar con drogas peligrosas y dañinas como si estas fueran el famoso botoncito de apagado, que muchos padres y maestros hubieran querido que los pequeños trajeran de nacimiento.   
 
No sé cuántos despropósitos, cuántos fracasos educativos tendrán que ocurrir, hasta que aceptemos que los niños no son el problema sino el síntoma de nuestros problemas, porque ellos habitan en las aguas emocionales de sus adultos significativos (padre, madre, cuidadores, familiares…). Aguas muchas veces tan turbulentas, llenas de tensión,  depresión, estrés, culpa, conflictos y represiones que provocan la falta de concentración en el niño alterado por tales tribulaciones, como bien lo señala la autora Laura Gutman. De modo que, ausentarse de la realidad, perdido en su propia fantasía o con el pajarito que pasa por la ventana del salón supone para el pequeño, un reducto donde moverse libremente y aliviado de tensiones.  Otro factor medular, que la misma Gutman señala,  es la estructura anti-niños del sistema educativo diseñado para que pasen interminables horas, cada día, reprimiendo la energía y el movimiento propio de la naturaleza infantil y, que cuando el alumno intenta desplegar, se etiqueta como síntoma de una patología.  A lo anterior agreguemos la manía de violentar las diferencias individuales que definen a cada niño como a un ser único e irrepetible (más reposado o más activo, más desordenado o más ordenado, más tímido o más sociable…) para meterlos a todos por igual dentro del mismo surco de una supuesta normalidad. Luego no nos debería sorprender la peregrinación de tantos padres con sus hijos por los consultorios de especialistas.

El psicólogo Ramón Soler, experto en crianza y director de la revista Mente Libre, me expresaba en una entrevista, que las terapias centradas sólo en el niño son como poner un parche. “La solución se consigue trabajando con toda la familia”, explicaba. Y agregó que incluso, “la mayoría de las veces, únicamente trabajando con los padres, la mejoría del niño sucede automáticamente”. Pero los padres no quieren acudir a terapia. Están demasiado centrados en buscar un diagnóstico para el niño. Si además la industria farmacéutica nos pone al alcance el famoso “botón de apagado” en forma de drogas psiquiátricas, tenemos que los elementos están servidos para seguir emplazando nuestras propias sombras hacia los más indefensos y vulnerables.  
Es así como derivamos en este orden patas arriba que produce crecientes diagnósticos de déficit de atención en los niños, cuando el problema real, es el déficit de atención de los adultos hacia los niños.

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