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miércoles, 26 de junio de 2013

Dime qué estilo de crianza practicas y te diré qué adolescente tendrás



Durante el ejercicio de la crianza, los padres andamos más preocupados por disciplinar, imponer autoridad y obediencia ciega, que de informar, negociar y comunicarnos respetuosamente con los hijos. Perdemos de vista que el hogar no es un cuartel. Olvidamos que el hogar es un útero amoroso y nutricio en el cual estamos formando a los seres humanos que luego echaremos al mundo.
Sí. Hay que admitir que no es posible complacer a nuestros hijos en todo lo que piden. Cuando quieren lanzar macetas por el balcón o jugar con el cuchillo carnicero, tenemos que evitarlo. Preferiblemente informando, explicando y ofreciendo otras alternativas posibles, en lugar del no rotundo. Pero la batalla de deseos entre padres e hijos se hace cotidiana y agotadora, no por excepciones en las que no podemos complacerlos, si no frente a pedidos habituales e inocuos como, por ejemplo, elegir la ropa que quieren usar.  ¿Qué importa que vayan “disfrazados”, si están ejercitando el desarrollo de su libre personalidad siempre enmarcado dentro del respeto a ellos mismos, a los demás y a las leyes?.

Los padres ordenamos, gritamos y todavía, en pleno siglo XXI, incluso pegamos para que nuestros pequeños hagan lo que esperamos, porque partimos del principio de que “niño no sabe lo que le conviene”. Sólo por el hecho de ser niños, desestimamos sistemáticamente sus capacidades de comprender, elegir, opinar, sentir… El error es pensar que de ese modo estamos educando.

Llegada la adolescencia, las nefastas consecuencias de los métodos directivos y represivos de crianza, encuentran el momento propicio para descubrirse ante los ojos de la sociedad. El grado de conflictividad que percibimos en el adolescente es directamente proporcional al estilo de crianza que practicamos en casa. Pero la relación es contraria a lo que la mayoría tiende a creer. No son menos problemáticos los adolescentes que de niños se criaron con “nalgadas a tiempo”, estricta disciplina y rigurosa autoridad. En cambio, si hemos criado con abundante amor, democracia, flexibilidad, respeto y no violencia, el adolescente no necesitará rebelarse destructivamente. La disciplina no punitiva, la erradicación del castigo físico y humillante, enseña a los hijos a respetar sus propios cuerpos, a no dañarse con consumo de substancias o prácticas violentas. Un pequeño que ha sido consolado, amado, mirado, abrazado, atendido y complacido sin reparos en todas sus necesidades legítimas, llegado el momento de medir el río por sus propios pies, estará preparado para ser independiente y convertirse en guardián de sí mismo. Sabrá autorregularse. Reconocerá la diferencia entre desafíos sanos y riesgos perniciosos.  

A lo largo de la infancia, el buen trato, el acuerdo y el diálogo, son fundamentales para una crianza no violenta, pero llegada la adolescencia no hay otra vía posible si queremos que nuestro hogar no se convierta en un auténtico infierno.  De modo que resulta mucho más eficiente comenzar desde el principio, desde que los hijos son pequeños. Y esto hay que aprender a hacerlo porque casi todos los padres venimos de hogares donde los recursos propios del enfoque flexible y democrático de crianza no fueron los que usaron nuestros progenitores con nosotros.   
El trato que hoy estamos prodigando a nuestros hijos constituye el referente por excelencia que están incorporando en su propio bagaje emocional y ético, y que luego replicarán en el mundo. 
 
 

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