"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

jueves, 30 de agosto de 2018

¿Cómo enseñar a los hijos a protegerse de la violencia?








¿Cómo enseñar a nuestros hijos e hijas a protegerse de la agresión y la violencia de terceros, el bullying, el acoso, la violencia física, el abuso sexual...? Esta pregunta la hacen los progenitores con muchísima frecuencia, visto que la violencia está presente en todo ámbito y que no siempre podemos estar con ellos para protegerlos.


La tarea de ayudar a nuestros hijos a desplegar su poder personal, su fuerza interior, su capacidad de auto protección comienza desde el momento en que nacen. 
Y ¿cómo se logra esto?



El llanto, los gritos, los gestos, la agitación motriz son las herramientas de comunicación de los bebés. Ellos perciben claramente lo que les encaja o no. Cuando experimentan molestia, miedo, falta de confort, lo manifiestan instintivamente a través de sus herramientas de comunicación. 
Si los adultos de referencia validamos ese llamado de auxilio vital de la criatura y hacemos lo necesario para que retorne al equilibrio, favorecemos el despliegue de su capacidad natural de auto protección. El niño reconoce a través de sus padres que su malestar es válido y que usando los recursos con los que cuenta a su corta edad logra modificar positivamente el entorno para volver al equilibrio. 

Si ignoramos o censuramos la expresión del llanto, el malestar, incluso en un momento dado la agresividad del niño cuando se siente amenazado, vulnerado, valorándola como capricho, grosería o malacrianza, generándole culpa por sus emociones o sensaciones, la criatura inhibirá sus pulsiones vitales, se alejará de la percepción sobre lo que le perturba o incómoda, y aprenderá que de nada vale la pena esforzarse por pedir ayuda porque nada pasará, nadie acudirá y nada cambiará.



Así cercenamos su confianza básica, y se instala la indefensión aprendida. Luego más adelante frente a alguien que amenace su integridad y le genere malestar, habrá perdido la capacidad de reconocer y validar sus propias señales emocionales o corporales de incomododidad o malestar y no podrá activar sus propios mecanismos de autodefensa, transmitiendo claramente su fuerza y su poder personal para detener una agresión o buscar ayuda. 



Berna Iskandar @conocemimundo

Twitter. @conocemimundo
Instagram: @conocemimundo

domingo, 26 de agosto de 2018

Los niños y la consciencia de sí mismos



Solo los seres humanos, entre otros primates “superiores”, alcanzan a cierta edad el estadio evolutivo que les permite la consciencia de saberse individuos, la consciencia de otredad (saberse otro distinto al entorno, objetos y demás individuos que los rodean) En el caso de los seres humanos este hito se produce en torno a los dos años cuando se acelera la mielinización (interconexiones) del neocortex (cerebro racional) y las criaturas de forma incipiente y progresiva van adquiriendo funciones racionales como el habla y otras capacidades cognitivas. 
Antes de que esto suceda la experiencia de los niños es fusional. Física, emocional y cognitivamente son una extensión de la madre o figura maternante, no se perciben separados, distintos. 

Para determinar el momento o período en que los primates superiores, incluido el humano, establecen la transición, algunos científicos usan la prueba del espejo (Gordon Gallup, 1970) que consiste en  pintar un círculo de color en la frente de  la criatura y ponerla delante de un espejo. Cuando  ante su reflejo se da cuenta de que tiene una mancha de pintura y se la toca (se reconoce), muestra evidencias de haber alcanzado dicha consciencia. En los humanos, como expliqué, esto sucede alrededor de los dos años. Se trata de un cambio importante que entraña un antes y un después en la experiencia vital de los niños y que se traduce en comportamientos típicos de consciencia de separación y afirmación de su individualidad, oponiéndose a los adultos con los famosos noes, el “mío mío mío”, “yo yo yo”, los berrinches, etc., de los muy mal llamados terribles dos/tres años y que deberían valorarse como la etapa del maravilloso y potente despertar que marca el umbral de sus primeros pasos hacia el prolongado y lento camino al establecimiento de la autonomía. 

La manera en que acompañemos esta experiencia marcará la diferencia entre interferir o facilitar un desarrollo sano de la salud mental de las criaturas. 



Berna Iskandar @conocemimundo
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