"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

miércoles, 18 de junio de 2014

¿Y si grabamos el silencio en mp3 y lo reproducimos a todo volumen?

-->

Como buena amante del silencio, lo busco con frecuencia. Mi cuerpo y mi alma lo piden para restaurarse de las agresiones que provoca el ruido constante en el que vivimos. Esta vida moderna, que como dice Mafalda, tiene más de moderna que de  vida, discurre básicamente en ambientes ruidosos. El sonido de televisores, radios, reproductores de música,  bocinazos, motores de vehículos, computadoras, aparatos de aire acondicionado, extractores, entre otras máquinas alteran nuestro sistema nervioso de un modo que para muchos pasa desapercibido. Me atrevería a decir que el oído es uno de los sentidos más abusados de nuestro cuerpo.

En la civilización occidental muchas personas no conciben diversión sin música alta o pantallas de vídeos  y reproductores de música, todos encendidos a la vez, con el máximo volumen.  No digo que esté mal disfrutar a plenitud de la música que nos gusta, pero a menudo convertimos ese "disfrute"  en una violación del derecho a la salud de la mayoría de los ciudadanos.  En Venezuela, por ejemplo, poner música muy alta y a toda hora en espacios públicos y privados sin preocuparse por la perturbación que provocan a terceros. Es habitual encontrarse a personas incapaces de autorregularse con el agravante de que tampoco se activan normativas ni ejecutan sanciones legales que regulen sus transgresiones. De hecho, en civilizaciones más atrasadas o inmaduras, este tipo de comportamientos están bastante naturalizados y no se entienden como transgresiones. En contraste, algunos países del llamado Primer Mundo asumen el exceso de ruido como un problema de salud pública y despliegan políticas eficientes para regularlo.

A veces desearía que el silencio pudiera grabarse en mp3 y reproducirlo a todo volumen... Aunque creo que sería más fácil apelar a un mínimo de conciencia cívica para entender que el derecho a escuchar la música que me gusta, se termina donde comienza el derecho de los demás a una vida libre de contaminación sonora.

Si estuviéramos mejor conectados con nosotros mismos, notaríamos el modo y los grados en que el ruido excesivo o constante se constituye en transgresor, en basura para el cuerpo y para el alma. Advertiríamos claramente que producir ruido excesivo es atraso, es violencia, es inconsciencia... Además de perturbar el descanso de muchas familias, está más que demostrada la interminable lista de secuelas negativas que provoca la contaminación acústica a la salud psíquica y física. Tensión alta, infartos, daños irreversibles a la capacidad auditiva, desequilibrio en el sistema nervioso... son algunas de ellas.

Yo siempre me he preguntado ¿qué es lo que evitamos escuchar generando tanto ruido? ¿A qué le tememos tanto?... Como el agua y el aire limpios, al igual que la comida sana, también es fundamental valorar el silencio como un rubro necesario para la vida, para restituir el equilibrio del cuerpo, la mente y la salud. El silencio es el puente por excelencia hacia la conciencia. El silencio nos permite escuchar lo que nuestra voz interna,  nuestra brújula interior y nuestro cuerpo nos susurra, estableciendo así el contacto con lo que nos encaja para lograr armonía y equilibrio. El silencio permite que nuestro sistema nervioso se relaje, nos brinda alivio y paz.

Por el bien de nuestra salud física y emocional, necesitamos procurar abundantes momentos de silencio cada día, y enseñar a nuestros niños -en casa y en la escuela- el valor de esta cualidad  esencial. Alguna vez leí sobre ejercicios para ayudar a los más pequeños a apreciar el valor del silencio. Por ejemplo,  juegos que despierten su interés, como pedirles que se venden los ojos, y traten de identificar o describir los sonidos del ambiente, investigar si las hormigas hacen ruido al caminar, etc., siempre recordando que estos juegos solo se pueden hacer cuando guardamos silencio. A ver si haciéndolo juntos aprendemos los adultos también... 

Twitter. @conocemimundo
Instagram: @conocemimundo

miércoles, 11 de junio de 2014

La mentira, otra forma naturalizada de violencia




La verdad cura. La mentira mata. Y esto no es sólo aplicable a la psicología, sino a todos los ámbitos de la existencia. José Luis Cano Gil


Las relaciones humanas, desde las más íntimas y personales hasta las grupales o sociales suelen desplegarse en medio de engaños, secretos y mentiras. Mentir se ha constituido en un recurso o mecanismo común y naturalizado socialmente para controlar o dominar al otro, o a los otros. Cuando ocultamos, tergiversamos, maquillamos la realidad a nuestra conveniencia para lograr un beneficio personal en detrimento de los demás,  estamos abusando. Y esta es una práctica sistemática,  sobre todo cuando de controlar a los niños se trata.  

La mayoría de los terrícolas crecemos rodeados de mentiras, de engaños, de realidades que no se nombran fehacientemente. Nuestras vidas discurren cercadas por discursos distantes de la realidad,  atravesadas por situaciones de las que no se hablan o que se ocultan con el propósito de controlar al otro -especialmente si es niño- y con ello lograr que ese otro haga lo que esperamos o satisfaga nuestro deseo.

Crecemos internalizando un orden basado sobre la dominación, el control, la manipulación y el abuso a los demás a través del engaño. Este orden de manipulación y de mentiras provoca estragos, personales y sociales Uno de ellos, la neurosis, que como bien advierte el psicólogo José Luis Cano Gil, es fruto de la falsedad permanente, siendo que la negación, el encubrimiento, la hipocresía, la contradicción, el silencio... atormentan y enloquecen a las personas. La verdad, en cambio, nos pone sobre el control de la toma de decisiones conscientes ante lo que acontece. La verdad alivia,  nos libera.

En el mismo orden de ideas, la autora y psicoterapeuta Laura Gutman, explica que cuando la realidad ha sido permanentemente falsificada, se mina la inteligencia y la capacidad de lograr una percepción certera de los hechos, con lo cual, la desorganización psíquica en sus distintos grados se encuentra absolutamente vinculada con la distancia entre palabra y realidad.   

Seamos niños o adultos, la verdad se intuye, se percibe. Cuando aquello que nos pasa no condice con el relato de un otro que tiene el poder de controlar la información y que ejerce influencia sobre nuestras vidas -verbigracia el discurso materno- aprendemos a vivir en la confusión, desconectados con la realidad. Por ejemplo, cuando fuimos niños y llorábamos de miedo pero nos decían que llorábamos por malcriados, al devenir adultos, sólo recordamos lo que nuestra madre nos nombró, perdiendo registro consciente de lo que sentimos, alejados de nuestro sí mismo, con la consecuente confusión que conlleva a la sucesión interminable de accidentes emocionales. Por ello el propósito de toda terapia o trabajo de indagación personal comporta el intento de ayudar al sujeto a recuperar la verdad de su historia personal a fin de reparar el daño causado por la sucesión de mentiras asimiladas durante las  propias experiencias infantiles.
 
Siendo moneda corriente a lo largo de la vida, no es casual que nos encontremos inmersos en sociedades sobre-adaptadas al orden patológico de la mentira y sus estragos.

Sabemos lo difícil que resulta sacar el valor de registrar los mitos y falacias sobre los cuales hemos construido nuestros condicionamientos y creencias a fin de ensanchar la conciencia y evolucionar. Tal vez se trate de un desafío aún más difícil que desintegrar un átomo, como decía Einstein. Pero bien vale la pena. Necesitamos despertar hasta que la humanidad se haga merecedora de llevar ese nombre.         
Twitter. @conocemimundo
Instagram: @conocemimundo

miércoles, 4 de junio de 2014

Mi hijo tiene miedo y no sé que hacer



Recientemente una mamá me comunicaba su inquietud en relación al miedo de su hijo de en edad escolar a meterse  en la piscina. Lo había apuntado en clases de natación pero su hijo se angustiaba mucho toda vez que debía zambullirse en el agua. Algunos opinólogos le recomendaban que el niño asistiera a las clases y se metiera en la piscina en contra de su voluntad. Sin saber qué hacer, la mamá me preguntó por alguna lectura sobre el miedo infantil y recordé un capítulo dedicado a ese tema en el libro "Amar Sin miedo a Malcriar" de la psicóloga y autora española Yolanda González, frecuentemente citada y recomendada en mis divulgaciones sobre crianza respetuosa.

 
González comienza por decir que para apoyar consciente y respetuosamente a nuestros hijos frente a sus experiencias de miedo,  en primer lugar necesitamos revisar nuestras propias emociones en relación a aquello que el niño teme, porque probablemente sea por nosotros que el pequeño lo esté percibiendo y reflejando. Así mismo desaconseja en todo momento burlarse o banalizar sus temores con comentarios como "mira lo grande que eres y todavía con miedo a la oscuridad, ¿no te da vergüenza?, etc.". La especialista en crianza alternativa nos recuerda que sea   real o imaginario, el miedo siempre cumple con la función de auto-protección. De hecho el miedo es un mecanismo evolutivo que nos alerta sobre situaciones peligrosas y se gatilla para que nos protejamos garantizando así la sobrevivencia. Por esa razón es importante que criadores, cuidadores y adultos responsables de los niños, siempre escuchemos con respeto sus temores, asintiendo y sin negarlos, al tiempo de brindar el apoyo que la criatura necesite para sentirse protegida o segura hasta superarlos.

Cuando los niños manifiestan miedo, la autora de Amar Sin Miedo a Malcriar, recomienda transmitir seguridad con la actitud y con la palabra. Igualmente nos recuerda la importancia de acompañar a los pequeños sin presionar, ni obligar a enfrentar por sí mismos la experiencia que les asusta. De manera que si un niño teme ir sólo al baño de noche, lo acompañemos mientras le tranquilizamos diciéndole que estamos seguros de que en algún momento perderá el miedo y lo hará por sí mismo, y que siempre que nos necesite estaremos allí, aclara la psicóloga española.  Para sobrevivir, un niño en total o gran medida, según sea su edad, depende de uno o varios cuidadores significativos con quienes previamente ha establecido un vínculo fuerte y que a la vez sepan interpretar y satisfacer sus necesidades. De manera que cuando un niño se estresa o siente miedo, el apego con su cuidador o adulto significativo le supone encontrar la nutrición afectiva, el consuelo y la seguridad necesarias para regularse hasta sentar las bases para emprender gradualmente la exploración por sí mismo. Más o menos es así como ópera el apego seguro.

Prevenir la exposición a situaciones que provoquen miedo en el niño es algo que podemos hacer los adultos cuidadores, tal y como recomienda la especialista. Con lo cual   no debemos meterles miedo para que nos obedezcan (si no comes o te portas mal vendrá el coco o el hombre del saco, etc) ni tampoco amenazarles con que los dejaremos de querer, siendo que ello conlleva a crearles inseguridad.  En el mismo orden de ideas debemos evitar exponer a los niños a experiencias para las que aún no se encuentran preparados, tales como programas de televisión, películas, o situaciones que sobrepasen el momento evolutivo en el que se encuentra la criatura,  explica Yolanda González.


Twitter. @conocemimundo
Instagram: @conocemimundo