"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

lunes, 22 de febrero de 2016

¿Hábitos y estructuras? cuándo, cómo y por qué



La crianza respetuosa  no está peleada con la tarea de crear hábitos o estructuras durante el desarrollo de las criaturas. Los hábitos y estructuras sanamente establecidos  aportan seguridad y estabilidad a los niños. Lo que debemos cuestionarnos es la manera en que pretendemos hacerlo. 

Una cosa es que, por ejemplo,  progresivamente, día tras día con consistencia, habituemos a los niños y nos habituemos  los adultos dormir a una hora determinada,  bajando los estímulos, la actividad y las prisas en casa (apagamos luces, la tv, ralentizarnos el ritmo, damos a los pequeños un baño relajante, un masaje, contamos un cuento, antes de irnos todos a dormir) Otra cosa muy distinta es introducir hábitos y estructuras a la fuerza, dejándolos llorar, empujando, obligando a los niños a dormir en solitario, provocando sufrimiento estéril y angustia. 

El cuándo es muy importante. Los adultos de esta civilización llevamos muchas lagunas sobre los procesos evolutivos infantiles con lo cual nos basamos sobre expectativas irreales acerca de lo que podemos o no esperar según la madurez evolutiva en la que se encuentran cada pequeño. Los tiempos de adquisición de hitos del desarrollo (dormir la noche entera sin levantarse, no tocar los adornos de la casa, dejar el pañal, socializar, escolarizarse, comer sentados en la mesa igual o parecido a un adulto...) suelen ser más largos de lo que creemos progenitores y profesionales vinculados con la atención a la infancia. Debemos  observar, preguntarnos en qué momento evolutivo los niños están preparados para adquirir un hábito, seguir o no una regla, elaborar  la comprensión o no de un límite, antes de introducirlos. Y sobre todo preguntarnos el por qué o para qué. Reflexionar sobre las razones por la cuales los establecemos,  ¿lo hacemos por nuestra propia necesidad, prioridades  y comodidad adulta? (no estamos dispuestos a tolerar los despertares  nocturnos frecuentes y atender sus necesidades porque queremos dormir la noche entera sin que nos molesten y entonces  forzamos a dormir de un tirón a los niños aunque sufran) 

Hábitos y normas se introducen para beneficio del desarrollo de las criaturas y cuando éstas ya se encuentran en condiciones de asimilarlas porque han alcanzado la madurez indicada, sin necesidad de apresurar ni presionar ni empujar. 

Hagámonos preguntas antes de dar por sentado que el niño necesita determinadas estructuras, hábitos o límites, porque las respuestas a todas estas preguntas,  nos harán saber si se establecen desde lo razonable o de manera arbitraria comportando interferencias y provocando repercusiones nada saludables sobre el desarrollo psicoafectivo de los niños a nuestro cargo. 


Berna Iskandar 

miércoles, 3 de febrero de 2016

Recupera tu sabiduría intuitiva y permite que tus hijos la mantengan


Desde la más tierna infancia vivimos un proceso de desconexión progresiva con nuestra esencia personal y sabiduría corporal. A este proceso lo hemos llamado "educación".
Cuando teníamos hambre nos decían que no era la hora de comer y cuando estábamos saciados, nos obligaban (se cree que los bebés tienen que comer cada 3 horas y no a demanda, para crear hábitos) Había que dormir con o sin sueño, levantarse habiendo o no descansado. No podíamos sentir rabia ni expresar disconformidad, debíamos reprimir las emociones. Cuando teníamos ganas de orinar, la maestra decidía si era o no el momento de necesitar ir al baño. Eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca... nos repetían, inhibiendo la autoconfianza y la autogestión sobre nuestro cuerpo, nuestros deseos, nuestras necesidades, menoscabando nuestro autoconocimiento.
Crónicamente nos vimos forzados a acallar el cuerpo, a desoír nuestra sabiduría corporal, emocional, a desconectar con nuestro sentido común, nuestra intuición y progresivamente perdimos noción de aquello que nos encaja o no. Nos volvimos dependientes de una orden, un dictamen, una opinión exterior, generadas por alguien más fuerte, con todo el poder de garantizarnos o no la sobrevivencia, alguien que nos hacía temer, que nos hacía mirar de abajo hacia arriba (mamá, papá, maestros, cuidadores ...) Y nos constituimos en adultos perdidos de sí mismos, siempre dependiendo de otro que nos diga qué hacer, qué sentir, cómo actuar, distanciados como estamos de nuestra sabiduría interior.
Ahora toca el trabajo de regresar hacia la escucha del tan preciado tesoro que traíamos de nacimiento y que perdimos en el camino. Lograrlo comienza por atrevernos a indagar hasta reconocer conscientemente nuestra historia personal infantil desplegada sobre un modelo insano de crianza, ejercido mediante la represión y el adiestramiento, la distancia afectiva. Si queremos cambiar la historia de nuestros hijos mediante crianzas conscientes que permitan mantener el eje con el sí mismo, necesitamos comenzar por hacernos conscientes de las interferencias que hoy provocamos fruto de la repetición automátomática de dichos patrones
Berna Iskandar 
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lunes, 1 de febrero de 2016

Rabietas y efectos colaterales del conductismo



Los efectos colaterales del conductismo


Cierto día me topé en un centro comercial con la angustiosa escena de un niño llorando aterrado al lado de un guardia de seguridad. De inmediato pensé: niño perdido. Me acerqué para asegurarme de que nada le pasara hasta que apareciera su mamá o su papá. Nunca antes había visto a una criatura en medio de tanta desesperación. El niño no mayor de cuatro años, lloraba muy asustado mientras hundía los puños contra sus ojitos cerrados haciéndose daño, como si quisiera perder la vista para no ver el horror que le acontecía. Le dije que su mamá tenía que estar cerca, que pronto iba a aparecer, que me quedaría allí hasta que él estuviera seguro al lado de su mami. El repetía desgarrado, "no va a venir, no va a venir". Pasaron cinco o diez minutos de esos que se viven como una eternidad hasta que su mamá por fin apareció. El niño corrió desesperado y se enganchó con fuerza al regazo de su madre quien explicaba asustada que se había dado la vuelta para ignorar una pataleta de su hijo con el fin de aleccionarlo (tal y como recomiendan los conductistas) y en cuestión de pocos segundos lo perdió de vista.

Lamentablemente quienes acostumbran a dar este tipo de recomendaciones con el propósito de inhibir comportamientos no deseados, nunca advierten a los padres que cada vez que ignoramos a nuestros hijos pequeños, los ponemos en riesgo.


Aunque cueste verlo, existe una estrecha relación entre el modelo de crianza basado en el adiestramiento y la sumisión que impone ignorar a un niño para inhibir cualquier conducta valorada como incorrecta, con el hecho de que las criaturas establezcan la indefensión aprendida, es decir, que internalicen que nadie vendrá a consolarlas/protegerlas, resignándose a no acudir a sus padres ante cualquier riesgo o ante el asecho de un depredador. Desde ignorar a un niño, castigar en el rincón de pensar o pegarle para "condicionarlo",  hasta el abuso físico grave o el abuso sexual infantil,  todo circula en la misma línea. Una cosa conduce a la otra, porque todas estas prácticas se organizan sobre la misma doctrina basada en el binomio dominio-sumisión, adulto-niño/a.


Lo que no nos explican los especialista que recomiendan métodos para inhibir la conducta, desdeñando la importancia de comprender y atender la causa:

      Las rabietas son manifestaciones propias y saludables de la edad (dos a cinco años) por razones psicoevolutivas.
     El niño pequeño se encuentra bajo dominio del cerebro medio (emocional o límbico) El cerebro superior (racional o neocortex) está en formación. Por tanto durante la primera infancia son básicamente emocionales. No han madurado recursos racionales para expresar/gestionar las emociones como lo haría un niño mayor (siete años en adelante) o un adulto.
       Durante una rabieta el cerebro emocional toma control y la criatura – aunque quiera- no puede parar. Se produce lo que los neurocientíficos llaman secuestro amigdalino o amigdalar. Por tanto la expresión del niño es pura, intensa y genuina, y no manipulación como se ha hecho creer desde el criterio adultocentrista.
     Las rabietas quedan atrás por si solas en la medida en que el niño madura. Difícilmente veremos a un niño de ocho o de diez años tirarse al piso en medio de un pasillo del supermercado, secuestrado por la amígdala cerebral. En esta etapa, si no hemos provocado interferencias durante la primera infancia, ya pueden manifestar disconformidad mediante recursos propios de su edad (argumentar, insistir, negociar, etc. …)
       Las rabietas se pueden evitar, atendiendo oportunamente las señales sutiles de las necesidades físicas y afectivas de los niños (hambre, cansancio, sueño, necesidad de brazos, cuerpo materno, mirada, consuelo…) antes de que, a falta de recursos, desborden en una explosión emocional descontrolada. Pueden prevenirse evitando la reprensión innecesaria o excesiva que provoca sobrecarga de impotencia en los niños. Las rabietas también pueden evitarse si nos anticipamos (pasamos por la acera de enfrente de la juguetería cuando vamos apurados para evitar que el niño la vea y quiera quedarse)
       Una vez que se producen las rabietas, la forma respetuosa de abordarlas es acompañar, (SIN IGNORAR, NI CASTIGAR) empatizar con el niño, validar sus emociones (entiendo que te sientas mal por…), mantenernos siempre disponibles, abrazar si el niño lo permite, impedir que el niño se haga daño o dañe a los demás. Una vez que se calme, si viene al caso podemos educar, explicar lo que paso, lo qu eesperamos y porqué (no puedes cruzar solo la calle por ...)
       No siempre podemos complacer los deseos del niño. Pero podemos permitir que manifieste y mantenga contacto consciente con sus emociones sin que ponga en riesgo su integridad o la de otros, en cuyo caso podemos contener con firmeza y sin violencia (sin castigar ni ignorar). Fomentamos así, la certeza de que es amado incondicionalmente, de que puede contar con sus padres en momentos difíciles y expresar su sentir,  modulando su capacidad de autorregulación.


¿Por qué las rabietas o berrinches nos causan tanta ansiedad?

·      Presión social: Vivimos en una civilización que sobrevalora la razón y no tolera la expresión de las ‪emociones (es cosa de débiles, gente inculta, primitiva, incivilizada, asociales) Los niños son por naturaleza básicamente emocionales, por tanto los menos tolerados en nuestra civilización. La mirada censuradora del otro o de los otros ante el escenario de la expresión emocional natural de los pequeños a nuestro cargo, nos perturba provocando interferencias para acompañar con la empatía y la paciencia que un niño necesita. La presión social es un reto importante a superar. Se logra, esencialmente, respondiendo a partir de la madurez emocional que nos sobrepone al qué dirán, y permite centrarnos en nuestro hijo.

·      Historia personal: La herida o la impronta de nuestra propia ‪‎infancia sistemáticamente reprimida, se actualiza desde nuestro inconsciente ante la disconformidad del niño presente a nuestro cargo, con lo cual sentimos rechazo y nos volvemos bajotolerantes a sus emociones. Hacernos conscientes de ello, nos permite contar con recursos emocionales para acompañarlos con paciencia y empatía.

Ante las expresiones emocionales (llanto, gritos, rabietas…) de los pequeños a nuestro cargo, conviene recordar que, los niños son por definición inmaduros, y los adultos somos quienes tenemos la responsabilidad de actuar desde la madurez emocional para cuidarlos y amarlos como ellos necesitan: con consciencia, equilibrio y sin violencia.

Berna Iskandar
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