"...hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros..." Octavio Paz. El Cántaro Roto.

CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Madres que se apropian de sus hijos




La maternidad es una oportunidad para probarnos en nuestra capacidad de dar en beneficio de un otro sin esperar nada a cambio. Laura Gutman
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Por definición el ejercicio de la maternidad entraña la entrega absoluta y altruista en beneficio de otro ser,  sea que lo hayamos traído al mundo o haya llegado a nosotras a partir de otras circunstancias.   

Pero atribuir al amor materno cualidades como la incondicionalidad y el altruismo, en la mayoría de los casos no pasa de ser una ilusión, un autoengaño. Casi todos procedemos de historias infantiles signadas por el desamor, las demandas desmedidas por parte de los progenitores, el sometimiento sistemático a la frustración de los deseos y necesidades de la criatura, en una suerte de entrenamiento para que esta encaje dentro de un orden social hostil que hemos naturalizado y retroalimentado. Lo registremos o no, procedemos de infancias en mayor o menor grado, plagadas de desamor, soledad, llantos y necesidades desatendidas, al cuidado de adultos más ocupados de llenar sus propias carencias infantiles, que de entregar al niño (presente)  sin condiciones, lo que genuinamente necesita y pide. Suscribo cada palabra del psiquiatra chileno Claudio Naranjo cuando dice que los adultos actuales hemos heredado y luego retransmitimos la mayor plaga o enfermedad que ha azotado durante milenios a la humanidad: el déficit de amor.  Con el hambre de amor eternizada vamos por la vida esperando que algo o que alguien venga a saciarnos. Es así como las madres nos apropiamos de los hijos y terminamos por convertirlos en la fuente para llenar nuestras carencias históricas. Es así como las mujeres terminamos "devorando" a nuestras crías.

Cierta vez me encontré con esta cita de Thomas von Salis, hecha por mi querida amiga y psicóloga, Alicia Nuñez, en una de sus redes sociales y que describe cómo opera el daño a la individuación de los pequeños causado por esto que los expertos de la conducta denominan psicopatología del vínculo entre madre e hijo: Cuando la madre tiene la necesidad de tener a un niño para ella existir, su actitud será paradojal. Buscará ayudar al niño a crecer, pero al mismo tiempo hará lo posible por prohibir su comportamiento progresivamente maduro. En consecuencia el niño sentirá la necesidad de la madre y tenderá a satisfacerla quedando inhabilitado para valerse pos sí mismo.   Alicia agregaba que cumplir los propios sueños no realizados a través de los hijos, infantilizarlos para nosotras no crecer emocionalmente o tomar al hijo como una pertenencia, demanda una genuina e importante revisión personal.

Me atrevo a creer que esta psicopatología del vínculo es recurrente  al margen de la corriente o del estilo de crianza por el cual opte la madre.  Y digo esto porque me inquieta ver que a menudo se confunde crianza con apego o crianza respetuosa con la apropiación de la vida de nuestro hijo o hija. Con frecuencia  me encuentro con madres que se apuntan a la lactancia a término,  el porteo, colecho, etc., o que usan los principios de la crianza alternativa para justificar una tremenda necesidad afectiva que cubren neuróticamente fagocitando a sus hijos. Observo que cuando se dan los tiempos naturales de desprendimiento a finales de la fusión del puerperio (hacia los tres años) en los que el niño comienza a hacerse más autónomo, más YO SOY,  la madre no es capaz de permitir que su hijo emprenda los primeros pasos hacia el gradual y prolongado proceso de autonomía. Para satisfacer nuestros propias privaciones afectivas históricas y sin darnos cuenta, con frecuencia succionamos la energía de nuestra cría, infantilizándola eternamente siendo que es la única persona que no puede escapar de nuestro alcance (una pareja, una amiga o amigo, puede huir, un hijo pequeño no). Cuidado con eso.  

Cabe señalar  que el origen del problema no es el colecho, ni el porteo, ni la lactancia a término que puede llegar hasta los dos, los cuatro, los siete años si madre e hijo así lo deciden. Y esto lo digo porque veo a especialistas de la conducta, repitiendo automáticamente teorías cuestionables atribuyen la psicopatología del vínculo a estas prácticas, lo cual considero un error y un grave despropósito. Bastaría con observar desprejuiciadamente para darse cuenta de que el fenómeno ocurre con madres que han elegido  amamantar o con madres que han elegido dar el tetero, con madres que han elegido colechar o que han decidido hacer que sus hijos duerman en solitario, con madres que portean o que llevan a sus hijos en coches   es decir, ocurre al margen del estilo de crianza que elijamos y depende, en todo caso, del lugar de consciencia o de sombra desde el cual maternamos.

No importa que hayamos elegido criar con apego o según los esquemas tradicionales de crianza. Nada cambiará si no hacemos el esfuerzo de reconocer la impronta de nuestras propias historias infantiles y a partir de allí, encontrar los propios recursos emocionales para tomar elecciones conscientes, genuinas y sustentables.




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