CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.
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miércoles, 22 de julio de 2015

Hacia un modelo coherente de crianza y educación respetuosa

 



¿Cómo hago si yo crio con apego seguro, lactancia materna a término, le enseño a mi hijo con el ejemplo que la violencia no es una opción para resolver los problemas, no uso métodos punitivos de crianza para disciplinar, respeto los propios ritmos madurativos de mi hijo sin empujarlo hacia etapas para las que no ha madurado, pero cuando lo dejo con la abuela, la suegra o en la escuela lo exponen a las influencias de los modelos directivos y punitivos de crianza y educación que no queremos repetir?

No hay oportunidad en mis talleres, charlas o conferencias donde se quede sin mencionar por parte de uno o varios progenitores esta preocupación sobre el choque entre el modelo educativo o de crianza que han decidido practicar, y el que practican otros agentes que intervienen en la formación de sus hijos, tales como la familia extensa (abuelos, suegros), educadores en la escuela o guardería así como también los profesionales sanitarios y otros vinculados con la atención de los niños.

Afortunadamente los espacios de encuentro, grupos de apoyo, de formación y de reflexión de padres y madres  son de creciente demanda. Cada vez más progenitores hacen esfuerzos por formarse para superar lagunas basadas en doctrinas hostiles a la infancia, con el interés de brindar una crianza orientada por el respeto hacia las reales necesidades, ritmos y procesos de las criaturas. Pero se encuentran con la presión social que empuja en dirección contraria y como es lógico manifiestan su preocupación  buscando solución a tales interferencias.  

Es fundamental que tanto progenitores, familia que coopera en la crianza, como los educadores y los profesionales de atención a la infancia, mantengamos la coherencia sobre criterios esenciales que garanticen la seguridad emocional y la satisfacción de las necesidades reales  y los derechos de los niños.

Lograr el consenso, establecer la estrategia común desde los diferentes actores o agentes que interactúan en el proceso del desarrollo y la socialización de las criaturas, no es tarea fácil.  Se necesita primero registrar el cúmulo de violencia concreta y sutil  implícita en modelos tradicionales,  socialmente aceptados como deseables.  Precisamos reflexionar mucho sobre ellos. 

Al margen de la particularidad de cada familia o cultura donde nos desenvolvemos, es fundamental responder a las especificidades objetivas del desarrollo del niño y basarnos sobre una ética que nos oriente a respetarlos en su integridad como personas. No se trata de discutir opiniones adultas sobre lo que está bien o mal. Se trata de observar el punto de vista del niño y estar dispuestos a hacer lo necesario en su beneficio.  

Delegar la educación a la escuela o la crianza a otro familiar o cuidador, no es garantía de que nuestros hijos recibirán el trato que esperamos o que necesitan para un desarrollo adecuado. Los padres estamos en el derecho y tenemos el deber  de participar y de colaborar activamente en la escuela, monitorear, impulsar los cambios necesarios. También somos responsables de establecer límites concretos y ser firmes a la hora de exigir a otros adultos el trato que consideramos apropiado para nuestros hijos. Somos responsables de mantener comunicación constante y transparente con información directa sobre el modo de crianza que establecemos en casa y la importancia de mantener continuidad en la escuela o bajo el cuidado de otras personas a  cargo de nuestros hijos.

Siempre lo ideal es lograr que todos los actores o agentes que coparticipan en la crianza y educación de los niños confluyan en una misma orientación o modelo respetuoso y consciente, sin embargo no debemos perder de vista que la mayor influencia para los niños,  se encuentra en el vínculo  con sus progenitores, que en general, son sus figuras primarias de apego. Cuando logramos establecer un vínculo robusto y empático,  los progenitores nos constituimos en los más capacitados para entender a nuestros hijos y por tanto sabremos mejor que nadie, cómo satisfacer sus necesidades.



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jueves, 18 de septiembre de 2014

El NO: adminístrese en pequeñas dosis

Que no te subas al sofá, no camines descalzo, no se toca, no te comas eso, no molestes, eso no se díce, no, no, no, te dije que no... Cuando de criar a niños se trata el NO se convierte en moneda corriente.

Abusamos del NO, en el afán de reprimir o inhibir conductas de los niños a nuestro cargo consideradas indeseables, sin observar que a menudo dichas conductas son naturales y saludables por ser niños o que en caso de ser necesario podemos redirigirlas sin recurrir al NO. ¿Cómo?, usando estrategias como ofrecer alternativas, distraer al niño con propuestas más atractivas y juguetonas, negociando con las criaturas cuando ya están más grandes, o detenernos para evaluar si el NO es realmente necesario, eligiendo sólo las batallas que sean importantes o que valgan la pena. 

El NO debe administrarse en dosis pequeñas,  de lo contrario dejará de funcionar. El uso indiscriminado del NO para detener la conducta de un niño provoca  que pierda su efecto. La prueba está en que necesitamos repetirlo todo el santo día... sin éxito.
 
Reservemos el NO para ocasiones o circunstancias que realmente lo ameriten, tales como aquellas en las que el niño ponga en riesgo su integridad o la de otros (pegar al hermano, agarrar el cuchillo, soltarse para cruzar la calle solo, meter la mano en el ventilador...) Administremos el NO en pequeñas dosis.
 

Fuentes:
Laura Gutman, terapeuta y autora
Yolanda González, psicóloga especialista en prevención infantojuvenil y autora
Carlos González Pediatra y autor de bestsellers

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miércoles, 16 de abril de 2014

Ignorar el llanto de un niño es violencia




Es desgarradora la  frecuencia con que nos encontramos frente a escenas que revelan la distancia física y emocional de madres o adultos cuidadores respecto a los niños pequeños cuando por ejemplo, lloran pidiendo brazo, consuelo. Escenas de niños desoídos por nuestras almas congeladas en cantidad de condicionamientos y doctrinas hostiles hacia la infancia,  incorporando y perpetuando falacias y lagunas respecto a la manera en que los niños necesitan ser atendidos, cuidados, amados.  Esta vez  traigo una conferencia realizada por la psicopediatra española Rosa Jové, autora de bestsellers como La Crianza Feliz y Dormir Sin Lágrimas. En esta conferencia, entre varios aportes, Rosa Jové habla de estudios científicos que demuestran que al estar solos, a los bebés les baja la temperatura, les sube el ritmo cardiaco y se sienten mal, y de cómo se estabilizan y calman cuando se les acerca su cuidador.  Disfrútenla y compártanla, para el beneficio de nuestros niños y niñas, por favor.  Muchas gracias.

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miércoles, 30 de octubre de 2013

Nunca es tarde para disculparnos con nuestros hijos


Cuando se trata de cuestionar lo naturalizado, de mostrar puntos de vista radicalmente opuestos a los habituales, cuando invitamos a ponernos los lentes especiales que yo llamo “del darse cuenta” hasta vislumbrar las infinitas dosis de violencia sutiles y flagrantes que ejercemos en las aproximaciones diarias hacia nuestros hijos durante la crianza, ocurre con frecuencia que padres y madres terminamos por cuestionarnos si todo lo que hemos hecho hasta el momento en que logramos conciencia  de los errores cometidos,  tendrá algún remedio, si tendremos una segunda oportunidad.

Cuando por fin logramos comprender la herida emocional impresa a fuego en nuestro hijo por haberlo dejado llorando hasta reventarse sin acudir a consolarlo, cuando vislumbramos la humillación y el miedo que pasó nuestro pequeño   tras las “nalgadas a tiempo” o  al mandarlo al rincón de pensar en respuesta a  un berrinche, cuando por fin registramos la violencia ejercida hacia nuestros hijos fruto de la imposición de exigencias desmedidas y nos damos cuenta del desierto emocional vivido por ellos a partir de la falta de mirada y de compromiso emocional que antes justificábamos como actos de disciplina necesaria o de preservación de nuestro propio espacio… nos preguntamos angustiados si estamos a tiempo aún, si habrá o no caminos posibles para resarcir los estragos que ciegamente, creyendo que hacíamos lo mejor, provocamos en nuestros hijos. 
 
Ciertamente es mucho más eficiente prevenir que luego tener que reparar el daño, sin embargo nunca es tarde. Aunque nuestro hijo o hija tenga dos, cinco, quince, incluso veintiséis, cuarenta o sesenta años, siempre es buen momento para disculparnos y actuar en consecuencia, por ejemplo, a través de estas palabras que nos presta la autora argentina Laura Gutman: " Yo sé que te he desprotegido, sé que no he acudido a ti todas las veces que me llamabas porque creía que tenía que lograr que no fueras caprichoso o pensaba que la rigidez era el mejor sistema para educarte bien" … "pero ahora he cambiado, sé que quiero resarcirte, sé que todo lo que me has pedido era legítimo y quiero amarte y protegerte y estar atenta a tus demandas hasta que cierren las heridas que he contribuido a generar en tu alma" .  

Coincido plenamente con  la perspectiva terapéutica de que al margen de la edad, sean niños o adultos, ofrecer a nuestros hijos la posibilidad de llamar a sus sentimientos y sus vivencias subjetivas infantiles por el verdadero nombre, es sanador.  Desmontar el falso discurso construido desde nuestra posición adulta autoritaria y alejada de la verdad y del ser esencial del niño, entraña un poderoso potencial de reparación. Verbigracia, reconocer que nuestro hijo se siente  solo y nos necesita, en lugar de llamarlo malcriado cuando llora pidiendo consuelo.   Y si no lo habíamos hecho hasta ahora, siempre será buen momento para comenzar, no importa la edad presente de nuestro hijo o nuestra hija.

Soy una convencida de que el propósito de andar por este camino que llamamos vida es hacernos más conscientes, y los hijos siempre son la mejor escuela. 

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miércoles, 2 de octubre de 2013

No te vayas a escondidas, despídete de tus peques


Dejar a otro sin acceso a saber qué es lo que pasa equivale a tenerlo prisionero. Porque el otro no puede tomar decisiones respecto de nada. Laura Gutman.


He escrito acerca de la importancia de hablar con claridad a nuestros pequeños, al margen de que estén o no en capacidad de manejar el lenguaje verbal. De cómo un niño puede elaborar mucho mejor la experiencia, darle estructura y asimilarla progresivamente, cuando nombramos y explicamos con palabras, de un modo transparente,  todo lo que acontece. El momento de salir y dejar a nuestros niños al cuidado de otras personas no es la excepción. Sea que los dejemos en casa, en la escuela o en otro lugar, siempre es necesario y es deseable despedirnos de nuestros pequeños, en lugar de irnos sin explicación alguna o a escondidas cuando estén descuidados o mientras alguien los distrae. De hecho, los adultos esperamos  que  nos avisen o se despidan de nosotros antes de que la pareja, algún miembro de la familia o un amigo se marche ¿cierto?.

Los adultos hemos perdido memoria factual de nuestras historias infantiles y solemos interpretar como tonterías o como asuntos insignificantes, vivencias que para un niño suponen algo muy grande y en las que pasan por mucho miedo o angustia. La separación de un niño pequeño de su madre, padre o figura de apego principal, es una de estas experiencias. Un niño pequeño alejado de su cuidador, sufre. Para un peque o una peque, su madre o padre son las personas más importantes, sin las cuales no sabe si va a sobrevivir o no. Por otra parte, un niño pequeño no tiene la misma capacidad para discernir la noción del tiempo ni del espacio que tiene un adulto. Ellos no reconocen la diferencia entre una hora, un día o una eternidad. Los niños pequeños tampoco tienen noción de “permanencia del objeto”, es decir, si no lo tienen delante, si no lo pueden oír, oler o tocar,  no pueden inferir que dicho objeto o persona aún existe, aunque se encuentre en otra parte. Cuando mamá o papá desaparecen del campo visual de un pequeño, éste no sabe si va a regresar, sólo percibe  que no está y siente incertidumbre.

Es importante ayudar a los pequeños a crear progresivamente la noción de espacio y tiempo a través de la experiencia. Es por ello que antes de irnos y aunque lloren,  siempre es mucho más sano y lógico despedirnos de los niños, contenerlos y explicarles a dónde vamos, qué haremos, cuándo regresáremos, con quién o quiénes los dejaremos, etc.. Realizar un ritual de despedida, relatar lo que está ocurriendo y lo que vendrá, ayuda al niño a  dar estructura a la experiencia. Siempre es más sano, tanto para padres  e hijos, adultos y niños,  permitirnos conectar conscientemente y nombrar aquello que nos pasa o sentimos genuinamente. Esto incluye cada pequeño duelo que suscita la breve separación.   
Recordemos que los niños son pequeños, pero no son tontos. Ellos tienen derecho a ser tratados con respeto a su integridad como personas, a que se les reconozca y favorezca el desarrollo de sus capacidades. Los niños tienen derecho a que les digamos siempre la verdad. Así crearemos las condiciones que les facultarán para integrar la realidad de lo que acontece y su vivencia subjetiva con coherencia, lo cual equivale a construir salud mental y emocional.


Enlaces relacionados

La importancia de palabrear a los niños

Reinicio escolar: no permitamos que los niños sufran

Período de adaptación escolar

Al irnos de casa, ¿despedirse del niño o desaparecer? Vía bebesymas

 

 


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miércoles, 28 de agosto de 2013

Madres que se apropian de sus hijos




La maternidad es una oportunidad para probarnos en nuestra capacidad de dar en beneficio de un otro sin esperar nada a cambio. Laura Gutman
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Por definición el ejercicio de la maternidad entraña la entrega absoluta y altruista en beneficio de otro ser,  sea que lo hayamos traído al mundo o haya llegado a nosotras a partir de otras circunstancias.   

Pero atribuir al amor materno cualidades como la incondicionalidad y el altruismo, en la mayoría de los casos no pasa de ser una ilusión, un autoengaño. Casi todos procedemos de historias infantiles signadas por el desamor, las demandas desmedidas por parte de los progenitores, el sometimiento sistemático a la frustración de los deseos y necesidades de la criatura, en una suerte de entrenamiento para que esta encaje dentro de un orden social hostil que hemos naturalizado y retroalimentado. Lo registremos o no, procedemos de infancias en mayor o menor grado, plagadas de desamor, soledad, llantos y necesidades desatendidas, al cuidado de adultos más ocupados de llenar sus propias carencias infantiles, que de entregar al niño (presente)  sin condiciones, lo que genuinamente necesita y pide. Suscribo cada palabra del psiquiatra chileno Claudio Naranjo cuando dice que los adultos actuales hemos heredado y luego retransmitimos la mayor plaga o enfermedad que ha azotado durante milenios a la humanidad: el déficit de amor.  Con el hambre de amor eternizada vamos por la vida esperando que algo o que alguien venga a saciarnos. Es así como las madres nos apropiamos de los hijos y terminamos por convertirlos en la fuente para llenar nuestras carencias históricas. Es así como las mujeres terminamos "devorando" a nuestras crías.

Cierta vez me encontré con esta cita de Thomas von Salis, hecha por mi querida amiga y psicóloga, Alicia Nuñez, en una de sus redes sociales y que describe cómo opera el daño a la individuación de los pequeños causado por esto que los expertos de la conducta denominan psicopatología del vínculo entre madre e hijo: Cuando la madre tiene la necesidad de tener a un niño para ella existir, su actitud será paradojal. Buscará ayudar al niño a crecer, pero al mismo tiempo hará lo posible por prohibir su comportamiento progresivamente maduro. En consecuencia el niño sentirá la necesidad de la madre y tenderá a satisfacerla quedando inhabilitado para valerse pos sí mismo.   Alicia agregaba que cumplir los propios sueños no realizados a través de los hijos, infantilizarlos para nosotras no crecer emocionalmente o tomar al hijo como una pertenencia, demanda una genuina e importante revisión personal.

Me atrevo a creer que esta psicopatología del vínculo es recurrente  al margen de la corriente o del estilo de crianza por el cual opte la madre.  Y digo esto porque me inquieta ver que a menudo se confunde crianza con apego o crianza respetuosa con la apropiación de la vida de nuestro hijo o hija. Con frecuencia  me encuentro con madres que se apuntan a la lactancia a término,  el porteo, colecho, etc., o que usan los principios de la crianza alternativa para justificar una tremenda necesidad afectiva que cubren neuróticamente fagocitando a sus hijos. Observo que cuando se dan los tiempos naturales de desprendimiento a finales de la fusión del puerperio (hacia los tres años) en los que el niño comienza a hacerse más autónomo, más YO SOY,  la madre no es capaz de permitir que su hijo emprenda los primeros pasos hacia el gradual y prolongado proceso de autonomía. Para satisfacer nuestros propias privaciones afectivas históricas y sin darnos cuenta, con frecuencia succionamos la energía de nuestra cría, infantilizándola eternamente siendo que es la única persona que no puede escapar de nuestro alcance (una pareja, una amiga o amigo, puede huir, un hijo pequeño no). Cuidado con eso.  

Cabe señalar  que el origen del problema no es el colecho, ni el porteo, ni la lactancia a término que puede llegar hasta los dos, los cuatro, los siete años si madre e hijo así lo deciden. Y esto lo digo porque veo a especialistas de la conducta, repitiendo automáticamente teorías cuestionables atribuyen la psicopatología del vínculo a estas prácticas, lo cual considero un error y un grave despropósito. Bastaría con observar desprejuiciadamente para darse cuenta de que el fenómeno ocurre con madres que han elegido  amamantar o con madres que han elegido dar el tetero, con madres que han elegido colechar o que han decidido hacer que sus hijos duerman en solitario, con madres que portean o que llevan a sus hijos en coches   es decir, ocurre al margen del estilo de crianza que elijamos y depende, en todo caso, del lugar de consciencia o de sombra desde el cual maternamos.

No importa que hayamos elegido criar con apego o según los esquemas tradicionales de crianza. Nada cambiará si no hacemos el esfuerzo de reconocer la impronta de nuestras propias historias infantiles y a partir de allí, encontrar los propios recursos emocionales para tomar elecciones conscientes, genuinas y sustentables.




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lunes, 8 de julio de 2013

Patologización del afecto

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Artilugio del desapedo. Sustituto plástico made in China, del cuerpo y el pecho materno

A menudo me piden opinión sobre publicaciones como esta que salió recientemente en una cuenta de Twitter, supuestamente dedicada a temas de cuidados  y educación infantil:  “Antes de doblegarte con algún berrinche de tu hijo, recuerda:  amar no significa provocar alegría infinita”. Esta frase viene a ser algo así como prima hermana de la conseja popular que reza, “la letra entra con sangre” y  tantos otros dichos, refranes, mitologías y creencias del acervo de la puericultura y la pedagogía represiva y autoritaria cuyo mecanismo consiste en demonizar la complacencia,  patologizar el afecto, hacernos pensar que negando el placer y el deseo de los niños, provocando frustración e incluso dolor, se forja la virtud del carácter. Pero yo me pregunto, ¿no será precisamente en este forma de entender la crianza donde se encuentra el origen del orden social patológico en el que se ha sumido el mundo y que provoca tanta depresión, sufrimiento, violencia e incluso el consumo desesperado, devastador e insostenible que nos está llevando -y esto no es retórica- a nuestra propia aniquilación como especie?
Los últimos hallazgos de las neurociencias han demostrado  que durante la crianza, la complacencia es la fuente principal de seguridad y de felicidad para nuestros pequeños.  Es decir, que para la conciencia y el sentir del niño, la complacencia es igual a amor  y la represión o negación de sus necesidades auténticas de afecto, mirada, compromiso emocional es igual a violencia. Muchos especialistas lo confirman. De Alice Miller, Casilda Rodrigáñez, Sue Gerhardt y la autora argentina Laura Gutman, por ejemplo,  encontramos una extensa bibliografía en la que se explica la relación entre privación del placer físico sensorial durante la primera infancia y violencia social.   Sin embargo la misma sociedad nos ha hecho creer que negar sistemáticamente el deseo de los niños es hacerles un bien, porque así les estaríamos enseñando a tolerar frustraciones. Como que si ya, de por sí, no existieran suficientes circunstancias naturales que entrañan frustración para que el niño aprenda a manejarse frente a ellas. Entonces, nos negamos a complacerlo cuando nos dice de tantas maneras que no quiere dormir solo en la cuna  o cuando pide cuerpo, mirada, atención, brazos, tiempo compartido con sus padres. Nos volvemos muy creativos a la hora de echar mano a un sin fin de argumentos que degradan el deseo del niño a la condición de capricho o mala crianza. No notamos (tal vez por falta de referentes en nuestra propia infancia)  que justamente la teta, el cuerpo,  la contención, los brazos, la mirada, el tiempo y la disposición emocional de los padres, son las formas en que el niño siente y construye las nociones del amor.
Pero, ¿que hacemos en lugar de dar incondicionalmente teta, brazos, atención, nuestro cuerpo, nuestro tiempo…?, ofrecemos objetos de consumo, substitutos fríos y plásticos. Al principio un tetero en lugar de teta,  un chupón en lugar del pezón, un oso de peluche o el cochecito en lugar de brazos, luego chucherías, video juegos o cualquier objeto de consumo que consiga “apaciguar”, según sea la moda o la edad del niño. Todos, artilugios de la cultura del desapego, que favorecen el desarrollo de un mundo lleno de seres carenciados de amor y consuelo humano. Puede ser que esta estrategia de substitución resulte cómoda para los padres, porque exige menos tiempo, esfuerzo y preserva eso que con tanto afán reclamamos con el nombre de “nuestro propio espacio”. Pero no es lo que el niño realmente necesita, ni tampoco lo que hubiera preferido, porque como bien  afirma Ileana Medina Hernández, coautora del libro Una Nueva Maternidad, “la naturaleza no crea niños que necesiten chupetes y ositos, crea niños que necesitan el contacto físico con sus progenitores”.  
“Cuando decimos que los niños no tienen límites, piden desmedidamente o no se conforman con nada, es porque están reclamando desplazadamente presencia física y también compromiso emocional”, aclara la autora argentina Laura Gutman. “Un niño que nos exaspera es simplemente un niño necesitado”, agrega. Por eso subrayo que cuando hablo de complacencia no me refiero a llenar a nuestros hijos de objetos, golosinas, cosas materiales o dejarles “hacer todo lo que les de la gana”. Hablo de llenarlos de encuentro con sus progenitores, de contacto humano y de amor.  Porque llenar a los niños de juguetes, comida chatarra,  televisión, actividades extraescolares… en lugar de ofrecer cuerpo materno, mirada y  vínculo, es justamente el mecanismo que hemos establecido los adultos  a partir de nuestra falta de disposición emocional para suplir las lagunas afectivas de nuestros pequeños.
Otra cosa es, cuando las razones que siempre existirán en un mundo con limitaciones, nos impidan satisfacer en un momento determinado a nuestros pequeños. En ese caso, en lugar de responder al niño con un no rotundo, podríamos reconocer, nombrar y darle importancia a su deseo, aun cuando realmente no podamos complacerlo (se que te encanta ese objeto, pero ahora no podemos comprarlo, pero podemos jugar con este otro y  mami te va a dar muchos  abrazos y besos…) Con ese simple gesto, haremos que nuestro hijo crezca sabiéndose amado y reconocido.
Cuando por fin comprendamos que amar, mimar, consolar el llanto, comprender y contener con afecto una rabieta, dar cuerpo y mirada a nuestros pequeños, no es malcriar,   la crianza dejará de ser enemiga  de la felicidad.

Enlaces relacionados:

Para un cerebro sano, mucho amor, mimos y brazos  

Mi letra para un Rap 

¿Malcriar o Biencriar? Cuidado con esta trampa  

Crianza con apego y crianza respetuosa ¿son la misma cosa?


miércoles, 3 de julio de 2013

La crianza como portal de sanación


 
(...) Y si uno se fija bien, se da cuenta de que los niños son bajitos, eventualmente bajitos, pero bajitos. Y están locos... viva con ellos y sabrá lo maravillosamente locos que están los niños. Lo que pasa -pobrecicos - es que caen en manos de los adultos. Y los adultos les recortan estas alas mágicas con las que los niños vienen de fábrica y los convierten en algo a su imagen y semejanza, con el evidente deterioro de la especie que uno encuentra andando por la calle...   Joan Manuel Serrat
La llegada de un hijo o hija, viene junto a la oportunidad de replantearnos el modo en que hemos encarado la vida, nuestro cuerpo, nuestras emociones, nuestros pensamientos, acciones y relaciones. El niño real que llega a nuestros regazo despierta al niño que fuimos. Atrevernos a mirar cómo fuimos amados  o desamparados durante nuestra propia niñez y cómo desde ese amor o ese desamparo estamos criando en el presente, con mayor o menor disponibilidad emocional hacia nuestros hijos, es condición indispensable para tomar decisiones conscientes sobre la aproximación y trato hacia los pequeños a nuestro cargo.  Cada niño o niña que traemos al mundo, que adoptamos o que nos toca criar por la razón que sea, nos abre una puerta hacia la transformación y el crecimiento. Dependerá de nosotros aprovechar o dejar pasar las señales.
Dicen por ahí que la mente es como un paracaídas: funciona mejor cuando se abre. Yo agregaría que el corazón y la mente, son como un paracaídas, ambos funcionan mejor cuando se abren. La llegada de un hijo o una hija a nuestras vidas, nos impone testarudamente llevar esta máxima a la acción. Con el hecho de la paternidad o la maternidad, el terreno queda abonado,  todo se sincroniza para que salga el buscador que llevamos dentro y emprendamos el trabajo de expansión de la conciencia hasta ubicarnos en la perspectiva desde la cual estar mejor capacitados para acompañar a nuestros hijos e hijas de un modo respetuoso y empático.  
Comprometernos a enmendar los estragos transgeneracionales de abusos, malos tratos, violencia y desamparo, significa honrar y curar al niño o la niña que fuimos, pero sobre todo es una deuda urgente con el niño y la niña presente,  que es nuestro hijo, nuestra hija, y por añadidura, un regalo para los niños y niñas que algún día serán nuestros nietos y nietas…
La maternidad y la paternidad son auspiciosas para  darse cuenta  de que ya no somos niños vulnerables, indefensos ni  dependientes. Ahora estamos en capacidad de encontrar recursos propios para criar a nuestros hijos con afecto, respeto y contención, para abrirles camino hacia una vida plena de sentido, amor, conciencia despierta y en libertad. Ahora podemos detener la aciaga poda de alas mágicas que los pequeños traen de fábrica. Ahora podemos evitar el evidente deterioro de la especie que se encuentra andando por la calle.

jueves, 30 de mayo de 2013

La importancia de palabrear a los niños

Por Berna Iskandar


 “El niño que escucha las palabras que describen lo que está experimentando se siente profundamente consolado. Alguien ha reconocido su experiencia interna.” Faber & Mazlish


Me emociona  cada vez que recibo testimonios como el de este papá que asistió a uno de mis Talleres de Crianza Respetuosa y escribió en twitter lo siguiente: “¡Muy buenos días, Berna! Te cuento que practiqué la forma respetuosa de cambiarle el pañal que nos enseñaste el sábado en Maracay y mi hijo se portó genial, relajado y lo mejor de todo es que no tuve que gritarle.  Gracias.” Otras mamás y papás ansiosos por encontrar una fórmula para lograr el mismo resultado con sus peques,  al leer el comentario, me pidieron que les explicara el método. Pero, como no se trata exactamente de un método, ni tampoco de perseguir un único fin como cambiar pañales respetuosamente, sino que se trata de un principio que debería orientar nuestra aproximación en general hacia los pequeños, les prometí que se los explicaría en un post. Así me puedo extender un poco más y queda colgado en la web para todo el que quiera leerlo.

Veamos. La psiquiatra infantil Francoise Dolto, cuyo ideario sirvió de base a sus  discípulos quienes se constituyeron en los pioneros de la consolidación de los Derechos del Niño, partía del principio de que sin importar lo pequeño que fuera y al margen de que maneje o no el lenguaje verbal, un ser humano tiene la misma capacidad de compresión desde que está en el vientre de la madre hasta el día de su muerte. La terapia de Dolto con los niños,  consistía  en explicarles todo aquello que les circundaba, en informarles lo que ocurría en su entorno, en ayudar a poner palabras a todo lo que el niño podía estar sintiendo o deseando, etc.  Tal y como la psicopediatra francesa afirmaba de un modo sustantivo y preclaro, los adultos desestimamos las capacidades de entendimiento y el potencial de los niños para buscar por ellos mismos aquello que les oriente frente al mundo que comienzan a conocer y a explorar, lo cual nos lleva a dar sistemáticamente órdenes en lugar de comunicar e informar. Para ilustrarlo, Francoise Dolto usó el ejemplo de un turista japonés que llega por primera vez a París, explicando que, en ese caso, otro adulto no le daría órdenes sobre lo que debería hacer o los lugares que debería visitar. Simplemente le ofrecería la información necesaria (el funcionamiento del transporte público, los mejores lugares para comer, etc.) respetando su integridad y tomando en cuenta su deseo  para que pueda desenvolverse en una ciudad a la que acaba de llegar y que no conoce.

Si confiáramos en las capacidades intrínsecas y habilidades innatas de los pequeños para comprender, para co-producir, para crear y construir progresivamente el modo en que enfrentan, asimilan, se adaptan o modifican el mundo, si respetáramos y reconociéramos su integridad como personas, le informaríamos al niño en lugar de ordenarle e imponerle, además de que nos esforzaríamos por indagar su deseo y su opinión en cada situación. Y aquí viene el ejemplo del pañal:  en lugar de quitárselo directamente sin decir nada,  o sin dar ninguna explicación, le informamos al niño lo que está ocurriendo en ese momento, “mi amor, el pañal se ensució, debes sentirte incómodo, vamos a cambiarlo… ahora lo voy a retirar… en este momento te voy a lavar con agua… ahora vas a sentir un poco de frío, etc. ...”  Es muy importante reconocer y ponerle palabras a lo que el niño puede estar sintiendo. Por ejemplo, si llora o se incomoda le podemos decir, “yo sé que te molesta cuando hacemos esto… es lógico que llores… entiendo lo que sientes, a mi también me desagrada cuando me hacen algo que no me gusta…  ya va a pasar, vas a ver que luego te vas a sentir limpio y cómodo, etc.”  Y así, al igual que con el pañal, con todo lo demás. Cuando vamos a salir, explicarle a dónde vamos. Si lo dejamos a cargo de otra persona, en lugar de irnos sin avisar, explicarle con quién se queda, a dónde iremos y cuando regresaremos, etc. En resumen, informar, describir, apalabrar constantemente y con un discurso transparente lo que acontece alrededor, lo que el niño puede estar sintiendo, incluso lo que como adultos sentimos en un momento dado y que puede ser percibido por el niño, permite que, por pequeño que sea, aunque maneje  o no el lenguaje verbal,  el niño progresivamente vaya dando estructura a la experiencia que acontece en un mundo que comienza a conocer y que muchas veces puede resultarle inquietante. Y esto se logra, en primer lugar, en la medida en que  renunciemos a nuestro punto de vista adulto, arrogante y prepotente, desde el cual acostumbramos a imponer a partir de la creencia de que “niño no es gente”, ni es capaz de entender nada.  Y, en segundo lugar, cuando estamos en condiciones de establecer una mirada adulta  consciente capaz de nombrar la realidad emocional desde un discurso veraz, no distorcionado. 


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