¿Por qué nos pilló por sorpresa?
Quiero hablarles sobre este tema que tanta atención ha necesitado desde siempre pero que de pronto la recibe masivamente a partir del impacto de Adolescencia, la serie de Netflix.
Yo, que trabajo con familias y hago asesorías de crianza, desde hace más de 15 años, veo con frecuencia el sufrimiento adolescente. Las estadísticas hablan clara e insistentemente sobre aumentos de problemas de salud mental como la adicción a las pantallas, los delitos sexuales entre adolescentes tales como violaciones, asesinatos, ciberacoso, sextorsión, pornovengaza, sexting, sufrimiento adolescente que deriva en suicidio, autolesiones, ansiedad, depresión infantojuvenil, problemas de insatisfacción con la propia imagen generados por los estereotipos normativos tan presentes en las redes sociales, la cosmeticorexia, la hipersexualización de los menores, sexismo, acceso libre y sin control a contenidos pronográficos además de cepa muy violenta, delincuencial… Pero a muchos adultos que han visto la serie todo esto les ha pillado por sorpresa.
A mi parecer se refleja la ignorancia o ceguera que existe en el mundo adulto (incluidos los profesionales vinculados con atención a menores) sobre una realidad tan grave que desde hace tiempo debía conocerse en su justa dimensión e intervenirse oportunamente. Una realidad que conoceríamos si estableciéramos una conexión sana, vínculos de confianza y canales de comunicación robustos con los menores a nuestro cargo. Entonces nos enteraríamos de cómo se sienten, qué piensan, que los regula o desregula, cuáles son sus dones y talentos reales, cuáles sus carencias, qué les pasa cuando ingresan a la jungla de las nuevas tecnologías de las relaciones, la información y la comunicación (TRIC por su acrónimo) en resumen las pantallas. Estaríamos allí receptivos, abiertos, flexibles, incondicionales para que no se sientan solos, perdidos, desesperados por identificarse con referentes externos patogénicos.
Los adolescentes no tienen la culpa. Las personas no nacemos violentas. La violencia entendida como destructividad hacia otros y hacia nosotros mismos es un constructo social que se establece con el ejemplo y la influencia del entorno, de la familia, la escuela, la sociedad, que se ha potenciado y encrudecido con el diseño actual de las nuevas tecnologías.
En la adolescencia se hace visible socialmente el resultado que padres, familia, escuela y sociedad hemos coproducido durante la infancia. Si a este cóctel le agregamos las pantallas, el horror queda servido exponencialmente.
Muchas personas no dan crédito al ver la escuela violenta presentada en la serie. Pero yo puedo decir por la casuística de las familias que atiendo con hijos menores estudiantes en escuelas de Latinoamérica, EEUU y Europa, que no hay exageración alguna. Lo que hay es falta de registro por parte de los adultos a cargo sobre las infinitas formas y dosis de violencia que ocurren en todo ámbito y concretamente en la escuela. No solo entre los estudiantes sino por parte de muchos docentes que dan el ejemplo.
La escuela tradicional en general tiene arquitectura y normativa de cárcel. En ellas el autoritarismo, la ignorancia sobre las necesidades y la naturaleza propia de los menores es perturbadora. Tal y como lo muestra el profesorado de la serie cuando, o no sabe qué hacer con los estudiantes o bien los ignoran o los tratan con disciplina carcelaria.
También a muchos les cogió por sorpresa que una criatura de 13 años, con una familia aparentemente normal, fuera capaz de cometer tal atrocidad. No detectaron el grado de disfuncionalidad de ese núcleo familiar. Un padre aparentemente dulce, amoroso y amable pero que estalla y se violenta constantemente con cualquier detonante. Su esposa y sus hijos hipervigilantes, viviendo con miedo a que eclosione la furia del padre. Un padre que a su vez tuvo un padre que lo trató violentamente pero que siente que lo ha hecho mejor con su hijo... Sin embargo los estereotipos de género que afirman la masculinidad con la violencia se siguen transmitiendo transgeneracionalmente hasta alcanzar a Jamie que aprende a esconder su vulnerabilidad violentándose (los hombres no tienen miedo, no se sienten débiles, indefensos, los machos pelean, se cabrean, golpean... )
La familia Miller no se entera de cuándo Jamie está afuera o está en casa ni qué cosas hace cuando se encierra en su habitación y se sienta frente a una pantalla. No sabe que Jamie habla francés, que le gusta el dibujo.
Los padres de Jamie no son capaces de lidiar con las emociones incómodas, no saben regularlas, por tanto tampoco lo saben hacer sus hijos. La escena del recorrido en la camioneta previo a la celebración del cumpleaños del padre de Jamie, lo evidencia de forma irrevocable.
Y claro que los progenitores (salvo que estén muy enfermos mentalmente) amamos a nuestros hijos y que los criamos lo mejor que podemos, pero me pregunto cuánta distancia hay entre el amor y cuidados que damos y lo que nuestros hijos han necesitado. Cuánta distancia puede haber entre un padre y una madre respecto a su hijo como para desconocerlo tanto, no saber lo que piensa, siente, lo que hace, lo que enfrenta cada día. Me pregunto en qué momento perdimos nuestra influencia sobre ellos como adultos centrales para cederla a las redes sociales y las nuevas tecnologías, siendo nuestro principal trabajo conocer fehacientemente a nuestros hijos e hijas, ayudarles a conocerse y mantenerse en eje con su ser esencial para vivir una vida sana y congruente con su propia persona y con los demás.
Alexander Neill el padre de las escuelas alternativas Summerhill decía que no hay "niño problema” ni “adolescente problema”, sino "padres problema" y una "humanidad problema".
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Berna Iskandar
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