CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

A mi me criaron así y soy una persona de bien


Decimos: gracias a que mi mamá me pegaba y me castigaba, ahora soy una persona de bien. Pero no vemos que el mundo está lleno de personas de bien medicadas para poder dormir.

Decimos: a mi me pegaron y doblegaron mi carácter incivilizado de niño, ahora soy una persona de bien. Pero no vemos que el mundo está lleno de personas de bien que ven con naturalidad la crueldad de pegar a niños indefensos.

Decimos: gracias a que mis padres me dieron correazos, me castigaron y aplicaron férrea disciplina soy una persona de bien. Pero no vemos que el mundo está lleno de personas de bien víctimas de depresión (Pandemia Mundial)

Decimos: menos mal que mis padres me pegaron y castigaron porque yo si que era tremendo, un niño terrible,  y gracias a eso soy ahora una persona de bien. Pero el mundo está lleno de personas de bien padeciendo neurosis,  desiertos afectivos y  cuyas vidas discurren en una sucesión de accidentes emocionales.

Decimos: Más de una vez mis padres me dieron mi jalón de orejas y me dejaron llorando para que aprendiera a respetar y gracias a eso soy una persona de bien. Pero no vemos cómo el mundo está lleno de personas de bien incapaces de resolver los conflictos sin violencia.

Decimos: gracias a que mis padres me pegaron y castigaron, soy una persona de bien. Y no nos damos cuenta de que el mundo está lleno de personas de bien enganchadas a distintas adicciones. Gente de bien que somatiza y se enferma como única salida posible al trauma infantil no registrado conscientemente.

Así nos criaron y así criamos los terrícolas,  y somos “personas de bien” llevando a este planeta hacia un  auténtico desastre ecológico…

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martes, 2 de septiembre de 2014

Desmotar la lealtad hacia nuestros padres




Es verdad que padres y madres hacemos siempre lo mejor que podemos con lo que sabemos, y que nunca o casi nunca dañamos a nuestros hijos con intención. Sin embargo también es verdad que hacemos parte de un sistema condicionado para administrar infinitas dosis de violencia socialmente naturalizadas visibles y sutiles hacia los niños.  Por tanto casi ningún ser humano se libra de haber sido víctima en distintos grados del desamparo, las exigencias desmedidas, miedo, soledad, abuso y el trauma fruto de necesidades  (sobre todo afectivas) no cubiertas.



El mecanismo psicológico a través del cuál, casi todos los terrícolas al margen de culturas, religiones, razas, y durante generaciones, vamos construyendo lealtades hacia los padres a pesar del abuso sistemático que hemos recibido a lo largo de la propia infancia, ha sido estudiado y descrito por distintos especialistas.  Algunas muestras se recogen en frases como "soy una persona de bien gracias a que mis padres me pegaron, castigaron y doblegaron mi carácter incivilizado de niño... yo no estoy traumatizado…"  Justificamos el maltrato y el abuso para dar razón a los padres, porque sentir que hemos sido abusados por quienes más amamos y debieron protegernos es muy doloroso, entonces nos resguardamos de ese profundo y devastador dolor emocional a través de distintos mecanismos de sobrevivencia como la negación que nos impide registrar un mundo lleno de "personas de bien" medicadas para poder dormir o víctimas de depresión, "personas sin traumas" que ven normal pegarle o gritarle a un niño vulnerable e indefenso, o que sólo saben resolver conflictos a través de la violencia, personas "normales" adictas a cualquier clase de consumo (substancia,  trabajo, éxito, comida, café, Internet…), "gente de bien" que somatiza y se enferma como única salida posible al trauma infantil no registrado conscientemente…


Sobre el abuso infantil y sus estragos han estudiado y publicado profusamente autores como la gran Alice Miller, quien describe el modo en que se instala y opera el mecanismo de negación. Tendemos a minimizar o negar los abusos maternos y paternos porque desmontar la lealtad hacia nuestros criadores resulta devastador. Esto explica el hecho de que  relatemos las palizas que nos daban como si fueran anécdotas chistosas (evasión) o acatemos con obediencia las etiquetas construidas desde la mirada o discurso de nuestra madre o padre cuando nos calificaban de “niño o niña terrible,  llorón, miedoso  o perezoso…”.  Etiquetas o juicios a partir de los cuales la civilización en general  y nuestros criadores inmersos en dichas creencias justificaban la descalificación de las necesidades de las criaturas y el consecuente abuso del cual hemos sido víctimas, y que incorporamos en nuestra psique por lealtad a nuestros progenitores, para "asegurarnos" su amor y aprobación, para no enfrentar la desgarradora realidad de abandono soledad y maltrato cuando solo éramos niños vulnerables y dependientes que se portaban como niños,   inquietos, movedizos, exploradores, con ideas propias, con miedos, con necesidad de mirada, interacción, vínculo, cuerpo materno… niños que pedíamos lo que genuinamente necesitábamos, pero que no fuimos sentidos por nuestra madre, padre, educador, que no fuimos validados en nuestros sentires y necesidades incuestionables, que no obtuvimos respuesta sensible ni la disposición emocional de nuestros padres,  niños incomprendidos, amenazados, sistemáticamente juzgados, culpados, niños con miedo, irrespetados, abusados ... 

Así se construye la ceguera emocional frente al abuso que luego reeditamos con los niños actuales a nuestro cargo.  Actuando con un margen bastante restringido de libertad, impedidos de registrar la impronta grabada a fuego durante la propia infancia, repetimos transgeneracionalmente  los patrones insanos de crianza.



Alice Miller, pionera en el estudio sobre el abuso infantil y sus estragos, afirma que el abuso y el trauma infantil tienen efectos de por vida. Explica que este abuso se perpetúa cebado por una sociedad adultocentrista que defiende  al adulto y culpabiliza al niño por lo que el adulto ha hecho con él.  Advierte cómo el abuso y la violencia infantil se han negado históricamente cada día, desestimando los efectos devastadores que provoca. Es decir, que los niños son sistemáticamente traicionados por la sociedad, quedando así sin voces que hablen por ellos, sin figuras adultas a las cuales recurrir para que  validen sus necesidades, y reconozcan sus heridas, con lo cual no hay más opción que reprimir el trauma e idealizar al abusador (nuestros padres, maestros, adultos cuidadores, etc.). 

Desgrana la terapeuta y autora  de origen Polaco,  los consecuencias de la represión y  negación del abuso: Neurosis (necesidades infantiles inhibidas que el niño experimenta como culpa) La psicosis (maltrato transformado en una versión ilusoria, es decir, la locura). Trastornos psicosomáticos (se siente el dolor de los malos tratos recibidos durante la infancia pero ocultando los orígenes reales). La delincuencia (la confusión, seducción y el maltrato infantil se dirigen hacia fuera, sistemáticamente)


Para  desmontar los estragos del abuso infantil, Alice Miller y otros especialistas coinciden en que el proceso terapéutico  debe basarse en descubrir la verdad sobre al infancia del paciente que difícilmente será capaz de recordarla, registrarla y nombrarla tal y como la percibió o la sintió,  acorazada tras la lealtad hacia sus progenitores. Alice Miller subraya que el trauma no se supera dirigiendo esfuerzos a perdonar al autor del abuso (nuestros padres, etc.) pero podemos prevenir la generación de nuevos abusos y nuevos traumas,  cuando la víctima (el niño o niña que fuimos) comienza a ver y a hacerse consciente de lo que hicieron con ella.  Es fundamental sentir conscientemente  a nuestro niño herido para poder sentir y no herir a nuestros propios hijos. 

 
  
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miércoles, 27 de agosto de 2014

Criar es crear, jugar, acordar, negociar

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Cuando un niño está pasándola bien haciendo algo que le gusta, y le decimos o le ordenamos desde la cocina o desde otra habitación que interrumpa su actividad para que haga otra cosa, o para que cumpla con una obligación como ir a bañarse, a comer, a hacer las tareas, etc., es muy probable que no responda de buena gana o no sienta el deseo de cooperar. A nadie le gusta que le interrumpan cuando la está pasando bien y menos con una orden ¿cierto? En esos casos es más efectivo acercarnos, empatizar con el niño (veo que estás disfrutando un montón con tus juguetes)  y comunicarle el evento por venir (pero ya llegó la hora de cenar). Con niños a partir de los 3 años, además del juego y la creatividad, podemos negociar y establecer  acuerdos sobre el tiempo que necesite para terminar con la actividad que está realizando (jugar, ver tv, etc.) y pasar a la siguiente (bañarse, cenar, hacer la tarea).  Con niños menores de 3 años que aún no han desarrollado la madurez cognitiva suficiente para la negociación, podemos usar el juego, la imaginación, la distracción, ofrecer alternativas más atractivas y otros recursos creativos para redirigir su atención e interés hacia la tarea que toque realizar...

Las posibilidades pueden ser tantas, como niños y padres en cada situación particular. Los ejemplos  siempre aportan referencias e ideas que podemos ajustar a cada caso. En este sentido invité a las mamás en mis redes sociales a compartir experiencias de recursos creativos, juguetones, imaginativos que suelen  usar o se les ocurre que podrían usar para motivar a los peques a hacer algo que en principio no les gustaría hacer,  sin recurrir a sistemas de premios y castigos, ni imponer, ni sermonear...

Mónica contaba historias muy locas que se inventaba y con las que se llevaba a sus hijas (cuando eran pequeñas) al baño, a la cena o a la cama.

Mi amiga Holanda, cuando la resistencia a bañarse de su hija de 7 años es dura de vencer,   apela  a recursos divertidos e inesperados como invitarla a meterse a la ducha con la ropa, o  a bañarse todos juntos (mamá, papá, hermanito …)

Mirwil  dice que su  hijo de 3 años anda en la etapa de los "súper héroes". Y que ella aprovecha -como quien no quiere la cosa-  exclamando, "¡oh no… a súper bebé se le ha olvidado darse un baño hoy! ¿qué podemos hacer? ¡ayúdame! ¡ya el agua está caliente!”  Con lo cual el niño sigue el juego encantado. Eso sí –subraya Mirwil- sin nada de apuros.

Otra mamá en la misma onda, cuenta que su hijo de 3 años está algo selectivo con la comida y le ha tocado invitarlo a la cocina para ayudar a preparar los alimentos atómicos de su súper héroe favorito (arepas Z y queso Fotónico) 

Patricia, con su niña de 5 años (por tanto ya en capacidad para negociar) nos cuenta que recientemente tenía que llevársela de casa de la abuela donde la pequeña se encontraba muy a gusto. Cuando le explicó que la razón era arreglar el carro para que estuviera en condiciones de llevarles a la playa el fin de semana, la ilusión de lo que venía luego de la “diligencia fastidiosa”, motivó a la pequeña.

Una seguidora con la cuenta llamada Criando Pensamientos nos dice que a sus sobrinos de 5 y 8 años les propone un juego dentro de la actividad "aburrida". Así, por ejemplo, logra que ayuden a ordenar, poniendo música mientras entre todos lo hacen bajo el reto de acabar antes de que termine la canción.

Una mamá con el usuario @seayalas cuenta que siempre se pone a cantar y bailar alocadamente y que anima objetos que le hablan a su bebé de 14 meses. Dice que no se reprime a la hora de recurrir a la fantasía y al juego alocado en sitios públicos para motivar, distraer o persuadir a su pequeño, aunque la gente la vea raro. 

Cuando algún pequeño o pequeña a mi cargo manifiesta resistencia a pesar de haber intentado varios recursos como la negociación, el juego, la magia… y ya no queda más remedio que llevarles hacia la actividad pendiente, me ha funcionado -como último recurso- convertirme en la monstrua de las cosquillas y los brinquitos, atraparlos y llevarlos cargados a punta de cosquillitas y brinquitos del parque al carro, o de la sala a la cama, a la ducha …

Todas las experiencias anteriores tienen en común las ganas de establecer una buena conexión con nuestros peques, dejar salir y seguir intuitivamente aquello que nos dicta nuestro propio niño juguetón y creativo, hasta conseguir una comunicación activa sin necesidad de castigar, gritar, sermonear, ni ordenar.

Los recursos del juego, la creatividad, la imaginación, la magia, el acuerdo, la negociación constituyen alternativas respetuosas y efectivas frente a los premios y castigos o la costumbre arraigada de dar sistemáticamente órdenes mirando al niño desde arriba.  Aunque a ratos nos resulte difícil, aunque tome más tiempo y esfuerzo, es así como cada día de la crianza de los peques a nuestro cargo, dejará de ser un campo de batalla para convertirse en un desafío lleno de oportunidades para  aprender y disfrutar juntos.

¿Te animas a compartir tu experiencia?   

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miércoles, 6 de agosto de 2014

Nuestros hijos siempre nos esperan





A menudo los progenitores se quejan de que después de una exigente jornada, llegado el momento de dormir por la noche o en las mañanas de los fines de semana cuando se puede descansar un rato más, sus peques se vuelven más activos y demandan más interacción. Cuando pasa esto,  siempre les digo que vale la pena preguntarse cuánto tiempo de nuestras agobiadas y ajetreadas vidas nos dedicamos a establecer una conexión empática y real con nuestros hijos y les propongo este ejercicio: Elige un día de semana y otro del fin de semana. ¿Recuerdas la cantidad de tiempo que has permanecido realmente conectado con tus hijos? Mantén presente que durante el tiempo en que permanecemos distantes física o emocionalmente de nuestros peques, ellos nos están esperando, ellos siempre nos esperan, porque nos quieren y nos necesitan.

Criar es estar. Pero lamentablemente vivimos en los tiempos de andar sin tiempo para estar, sobre todo para estar con los hijos. Ya decía el pediatra y autor Carlos González en una entrevista para @conocemimundo que los niños de esta generación son los que más solos han estado en toda  la historia de la humanidad. Y es una verdad tan grande como desgarradora. Nunca antes se dejaba a los niños (prácticamente depositados) incluso desde meses de nacidos en una guardería o preescolar al cuidado de terceros, luego de lo cual incluso se les apunta a actividades extras para aumentarles el horario mientras los padres son tragados por el mundo exterior, el mundo social, laboral, etc.

Pero la ausencia no se zanja aún con la presencia física de los padres. Al llegar a casa seguimos abrumados con las responsabilidades domésticas y planificando lo necesario para el día siguiente o cansados con ganas de acostar a los niños para que duerman lo antes posible y poder dedicarnos a ver nuestra serie favorita... Los niños de ahora tienen escasa interacción con los padres pero no sólo por la distancia física sino también por la distancia afectiva. Aún  en presencia de los padres, casi siempre los niños están sometidos a la presión de hacer la tarea, bañarse, acostarse temprano para salir al día siguiente de nuevo a cumplir con rutinas y horarios tan exigentes como los adultos. Desde la cocina mientras preparamos la cena, los mandamos a apagar el televisor para hacer la tarea o bañarse, porque no tenemos tiempo ni disposición para acercarnos, sentarnos a su lado, conectar, empatizar con ellos y proponerles, por ejemplo, que nos acompañen mientras hacemos la cena y así aprovechamos para hablar sobre lo que nos pasó durante el día, o turnarnos papá y mamá para estar enteramente disponibles y dedicados a atender a los más pequeñitos, o pararnos más temprano para dejar todo listo antes de despertarlos con tiempo suficiente para dedicarnos a establecer un contacto más juguetón y amoroso mientras los acompañamos a vestirse, etc.

Ignoramos sistemáticamente las necesidades emocionales de los niños. Por lo regular sí que nos preocupamos por su comportamiento, por encontrar la manera en que nos obedezcan,  imponer límites y disciplina efectiva para que nos hagan caso y se bañen, coman, hagan la tarea, se duerman, despierten, se vistan, cuándo y cómo les decimos... Pero olvidamos que los niños tienen necesidades afectivas, olvidamos que requieren conectar con sus padres, interactuar con ellos desde el intercambio de afecto, mirada, juego, comunicación con escucha activa, abrazos,  besos, nutrición epidérmica. Los niños necesitan sentir la seguridad de que su papá y su mamá comprenden y responden sensiblemente a sus inquietudes, miedos y anhelos. Necesidades que quedan a la espera sin ser atendidas a lo largo de los días, meses, años de prisas y exigencias del mundo adulto.


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martes, 5 de agosto de 2014

Niños, tele, videos y otras pantallas

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Algunos especialistas como psicólogos, pediatras, neurocientíficos, al igual que la Academia Americana de Pediatría (AAP), coinciden en que no es recomendable que un niño hasta los 2 años vea tele,   videojuegos, ordenadores u otro tipo de pantallas, debido a que reciben estimulación neurológica que no son capaces de integrar.
El pediatra y autor Carlos Gonzáles explica en su libro Creciendo Juntos, que los recién nacidos ven desde el primer día, pero necesitan años de práctica, juego, exploración para integrar formas, tamaños, movimientos, perspectivas, dimensiones en su cerebro en desarrollo a partir de las experiencias del mundo real, a un ritmo progresivo que toma años integrar.   El rápido cambio de imágenes y las experiencias visuales distantes de la vida real contenidas en la tele, los videos y otras pantallas, comportan una carga de estimulación sensorial que no puede ser integrada durante este lapso evolutivo.
La AAP desaconseja incluso los videos o programas presuntamente educativos o hechos “a la medida” para  niños hasta los 2 años, argumentando que en ese período de desarrollo,  el juego desestructurado (libre, a su aire) es mucho más beneficioso para el desarrollo cerebral de los niños que la exposición a cualquier medio electrónico.  
Además  de la perniciosa  carga de estímulos neurológicos de dichos contenidos,  el tiempo frente a una pantalla restringe las oportunidades de los bebés para satisfacer necesidades esenciales  de su sano desarrollo como lo es la exploración, el juego y la interacción con los padres o adultos cuidadores. 
El doctor Gonzáles hace referencia a que aún cuando se trata de un tema controvertido,  existen estudios que arrojan incidencias entre la exposición temprana de los niños a la tele, videos y otras pantallas, con la hiperactividad en años posteriores.
En el mismo orden de ideas, la psicóloga Yolanda González, especialista en prevención infantojuvenil, quien insiste en cero tele  hasta los 3 años,  subraya también que para niños de cualquier edad, así como para adolescentes, la televisión y los videojuegos,  constituyen medios potencialmente adictivos y alienantes con carga de invasión de mensajes violentos, competitivos, sexistas que comportan un continuo aporte de información deformada (naturalización de comportamientos violentos y de riesgo, de consumos y valores perniciosos, etc.) Por tanto los padres estamos en la obligación de ser vigilantes y establecer conjuntamente con los hijos,   el límite de exposición a la tele o videojuegos, siempre orientando las preferencias hacia los contenidos constructivos.

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lunes, 4 de agosto de 2014

Cuidar la primera infancia





Es mucho más eficiente prevenir que reparar los daños.

Una vieja y sabia amiga psiquiatra solía decirme que, hasta los primeros siete años de vida, el ser humano es como una acera de cemento fresco. Todo lo que pasa por ella queda marcado y se seca,  con lo cual resulta complicado cambiarla. Maticemos que el cambio no es imposible. Ciertamente los seres humanos tenemos la capacidad inherente de cambio y transformación desde que nacemos hasta que morimos. Pero es mucho más eficiente prevenir que tener que reparar los daños. Y si nos queda alguna duda al respecto,  preguntemos a un buen terapeuta lo que cuesta revertir los estragos de las heridas grabadas a fuego durante dicho período sensible y vulnerable de la vida, o miremos la enorme dificultad que entraña solucionar los problemas de violencia, adicciones, depresión, consumos excesivos que nos están conduciendo a un literal desastre ecológico.

En el mismo orden de ideas, la psicóloga Yolanda González, autora del libro Amar sin Miedo a Malcriar, especialista en prevención infantojuvenil, resalta que la primera infancia (cero a siete años) es el período crucial por excelencia y más vulnerable de la vida de un ser humano. Creando buenos cimientos durante esta etapa, prevenimos comportamientos, síntomas y trastornos en etapas posteriores. Por tanto comprender y atender adecuadamente la primera infancia es inversión asegurada en salud y bienestar social.

Para apoyar y no interferir en el desarrollo saludable durante la crianza y en especial durante la primera infancia, la autora y psicóloga española señala a progenitores, educadores y profesionales sanitarios o relacionados con atención a los niños, que debemos observar tres premisas fundamentales: En primer lugar la empatía  (ser capaces de ponernos en el lugar del niño). En segundo lugar, la escucha activa y disponible, sin juzgar, siempre dispuestos a comprender. Y en tercer lugar, aunque no menos importante, el conocimiento de los periodos evolutivos infantiles, debido a que en el mundo adulto (incluidos profesionales sanitarios y de educación) existen muchas lagunas y circula profusamente información falsa sobre las necesidades emocionales del niño.

Subráyese necesidades emocionales, porque tendemos a sobrevalorar los aspectos intelectuales y damos mayor importancia al comportamiento o conducta del niño, relegando o degradando la educación emocional, desde el ideario de que las emociones (tristeza, rabia, miedo… manifestadas a través del llanto, rabietas, etc.) son aspectos del funcionamiento psíquico que debemos doblegar, reprimir, inhibir e ignorar, en lugar de comprender, aceptar y encauzar.

Deseamos que nuestros hijos sean competitivos. Invertimos ingentes recursos y esfuerzos para que nuestros bebés estén “estimulados” en áreas que favorezcan el desarrollo cognitivo.   Desde muy temprana edad queremos que aprendan idiomas, música, deportes... Lo que más se escucha hablar es de comportamiento o conducta. Lo que más inquieta a criadores y educadores es básicamente cómo hacer que obedezcan, cómo ponerles límites y disciplina.  Hemos olvidado la importancia de comprender y atender la educación emocional de nuestros niños. 

Si realmente queremos construir resultados sólidos, genuinos y sostenibles a favor del despliegue de la salud integral presente y futura durante la infancia, en lugar de poner tanto énfasis en el comportamiento y tratar de modificarlo a nuestra conveniencia con recursos conductistas (castigos y premios), enfoquémonos en comprender y satisfacer las necesidades emocionales reales de los niños según su momento evolutivo. Para ello podemos formarnos con lecturas, talleres, charlas, etc. Pero básicamente hemos de dejarnos guiar por lo que el niño pide, confiando en sus señales sin descalificar, banalizar, ni degradar sus sentires, expresiones y pedidos de necesidades emocionales (brazos, cuerpo materno, mirada, vínculo…) a la condición de capricho o mala crianza. Esta civilización  va demasiado apurada presionando a los niños para que “seanindependientes” (duerman solos, coman solos, dejen los pañales, no sientan miedo, no nos necesiten…) Perdimos la paciencia, la conexión con el alma  infantil y la confianza en la capacidad de los niños para autorregularse, acompañándoles y mostrándoles de un modo respetuoso con el ritmo individual de cada criatura,  el camino de la socialización,  sin presionar ni empujar.  

Es fundamental comprender que durante todas las etapas del desarrollo infantil, pero particularmente durante la primera infancia, un vínculo de apegoseguro, donde siempre exista la figura de cuidadores (progenitores) bien conectados, que sepan interpretar las necesidades del niño y satisfacerlas de inmediato, en continuum, forja los cimientos para el despliegue de la salud emocional, la autoestima y otros recursos para relacionarnos desde la no violencia.  

Lo resume la psicóloga Yolanda González en una frase: Mientras más experiencias gratificantes tenga un ser humano durante la primera infancia, más posibilidades tendrá de confiar en la vida y más recursos tendrá para enfrentar situaciones difíciles.


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