CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.
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jueves, 19 de julio de 2018

Nuestros hijos siempre nos esperan.


Durante nuestras ajetreadas y agobiadas vidas, todo el tiempo que permanecemos distantes física o emocionalmente de nuestros peques, ellos nos están esperando, ellos siempre nos esperan, porque nos quieren y nos necesitan como al alimento y al aire para vivir.

Criar es estar. Pero lamentablemente vivimos en los tiempos de andar sin tiempo para estar, sobre todo para permanecer con los hijos. Nunca antes en la historia de la humanidad se dejaba a los niños incluso desde meses de nacidos en una guardería al cuidado de terceros, luego de lo cual se les apunta en actividades extras para aumentarles el horario mientras los padres somos tragados por el mundo exterior, social, laboral... Pero lo más preocupante es que a menudo la ausencia no se zanja aún con la presencia física de los padres. Llegamos a casa para continuar abrumados con las responsabilidades domésticas y otras prioridades, cansados con ganas de acostar a los niños para que duerman lo antes posible y poder dedicarnos a ver nuestra serie favorita... Los niños de ahora tienen escasa interacción con los padres pero no sólo por la distancia física sino también por la distancia afectiva.



Aún en presencia, ignoramos las necesidades emocionales de los niños. Por lo regular sí que nos preocupamos por su comportamiento, por encontrar la manera de que nos obedezcan, imponer límites y disciplina efectiva para que nos hagan caso y se bañen, coman, hagan la tarea, se duerman, despierten, se vistan, cuándo y cómo les decimos... Pero olvidamos que los niños tienen necesidades afectivas, olvidamos que requieren conectar con sus padres, interactuar con ellos desde el intercambio de afecto, mirada, juego, comunicación con escucha activa, abrazos, besos, nutrición epidérmica. Los niños necesitan sentir la seguridad de que su papá y su mamá comprenden y responden sensiblemente a sus inquietudes, miedos y anhelos. Necesidades que quedan a la espera sin ser atendidas a lo largo de días, meses, años de prisas y exigencias del mundo adulto. 



Berna Iskandar @conocemimundo
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jueves, 14 de junio de 2018

Las emociones: aparecen, se desarrollan y desaparecen


Las emociones son movimientos intensos de adentro hacia afuera que se detonan para cumplir con una función necesaria en la regulación humana. Aparecen, se desarrollan y desaparecen.  

Cuando las inhibimos o reprimimos se pervierten en la sombra y luego se manifiestan multiplicadas y empeoradas. No hay emociones buenas o malas, positivas o negativas. Las hay agradables y desagradables pero todas son necesarias, cada una cumple con una función adaptativa. No hay emociones de hombres y emociones de mujeres. Todas las emociones son humanas y las sentimos porque ¡estamos vivos!.

Necesitamos reconciliarnos con las emociones y vivirlas con menos tabúes o juicios de valor, expresándolas de forma oportuna e inocua, es decir, saludablemente. Inhibir o reprimir las emociones propias o de los niños a nuestro cargo pensando que con ello las suprimimos, es como pretender enterrar la basura radioactiva para desaparecerla. Si queremos promover un desarrollo saludable en los niños, es preciso comprender, aceptar y navegar con sus emociones y con las nuestras.

Los seres humano no somos pura lógica, razón, pensamiento. Para desarrollarnos de forma plena e  íntegra es importante reconocer, reconciliarnos  e integrar la dimensión animal, instintiva, emocional que emana de nuestro cerebro reptiliano y mamífero, que por sus características madurativas se mantiene viva en el niño a quienes constantemente criminalizamos, censuramos, inhibimos, como explica el Maestro Claudio Naranjo, ignorando que las emociones y los deseos o pedidos instintivos son manifestaciones que deberíamos honrar como indicadores de necesidades al igual que las raíces de un árbol se expanden buscando el agua para nutrirse y no por capricho o porque desea demasiado o desmedidamente.


Berna Iskandar 

viernes, 1 de junio de 2018

¿Quién tiene que aprender a tolerar frustración? ¿El niño o el adulto?






Tanto que hablamos y nos preocupamos los adultos sobre la necesidad de que los niños aprendan a tolerar frustración. Incluso las provocamos intencionalmente para que “aprendan a manejarlas”… y sin embargo los adultos no somos capaces de darnos cuenta de nuestra baja tolerancia a la frustración, especialmente cuando de criar a niños se trata. Nos frustramos bastante cuando nos toca adaptarnos a los ritmos y necesidades madurativas del niño. Se frustran nuestros deseos de comodidad y autonomía ante la exigencia de acompasar nuestras rutinas a las de un bebé recién nacido o niños pequeños. Nos frustramos frente al niño que no nos hace caso de inmediato, que no hace lo que le pedimos, cómo y cuándo se lo pedimos. Nos agobiamos con el niño que quiere ser niño y por tanto no se adapta al orden de la casa, de la escuela, de las rutinas organizadas en función de las prioridades adultas… y gritamos, castigamos, nos sentimos abrumados, estallamos. Perdemos de vista que los adultos somos nosotros y lo lógico es que tengamos mayor capacidad para adaptarnos a la realidad de las exigencias que supone criar o educar a los niños. La pregunta bien formulada sería entonces: ¿hay que frustrar a los niños para evitar la frustración que atenderlos debidamente provoca a los adultos, o somos los adultos los que necesitamos aprender a manejar nuestras frustraciones?

Berna Iskandar @conocemimundo



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lunes, 11 de septiembre de 2017

El amor que doy y el que mi hijo recibe





Cada vez que se nos revela alguna necesidad legítima e incuestionable desde el punto de vista del niño, pero que es desatendida o descalificada sistemáticamente por nuestra parte, podemos elegir sentirnos atacadas, señaladas y por ende reaccionar con justificaciones y un arsenal de opiniones en nuestra defensa como madres, padres o adultos a cargo de niños. Pero también podemos elegir detenernos, hacer una pausa reflexiva, repensar, revisar, atrevernos a percibir con valentía el grado de conexión real que tenemos con nuestros hijos. Al margen de que estemos con ellos todo el día o solo parte del día, sea que nos apuntemos al colecho, lactancia materna a término y otras prácticas de la crianza natural o llevemos un estilo de crianza tradicional, lo importante es preguntarnos, ¿realmente los estamos sintiendo? ¿estoy percibiendo las señales de mi hijo o mi hija, interpretando su lenguaje emocional, soy capaz de responder sensible y oportunamente a sus necesidades? Sin poner en tela de juicio las buenas intenciones que toda madre o padre siempre tiene para sus hijos,  ¿podemos  con honestidad registrar nuestros propios recursos emocionales para amar y criar en lugar de juzgar a los pequeños, su conducta, su carácter, sus demandas, y exigencias...?  Todas estas oportunidades  vienen de la mano con la Maternidad y la Paternidad. Una escuela de aprendizaje diario sobre nosotros mismos, una prueba del grado real de nuestra madurez emocional y nuestra capacidad de amar y cuidar a otro ser con verdadero altruismo.



Berna Iskandar @conocemimundo



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jueves, 13 de julio de 2017

Modelos de crianza ¿dónde te ubicas y hacia dónde quieres orientarte?


Históricamente el estudio de los modelos de crianza o de estilos parentales, así como su impacto en el desarrollo de los niños y por añadidura en la sociedad, ha supuesto un tema de interés para las ciencias humanas. 

Comencemos por decir que coexisten tantas formas de criar como familias hay en el mundo. No hay un modelo puro, siempre existirán los matices que definen la particularidad de cada vínculo o dinámica familiar, pero en general, para efectos pedagógicos, esquematizaremos hablando de tres estilos paradigmáticos. 

El modelo tradicional mayoritario que orienta a los terrícolas desde hace más de cinco mil años, al margen de la  época, religión, raza o lugar del planeta donde habitemos es el autoritario. Un modelo adultocentrista, basado en el adiestramiento y la obediencia. El orden normativo,  las rutinas y horarios, los ritmos vitales, las costumbres, expectativas, incluso el diseño del espacio, etc.,  se rigen según las prioridades, comodidad y necesidades adultas. Se organiza sobre el binomio dominio-sumisión del fuerte sobre el débil. El niño como eslabón más débil de la cadena se convierte en depositario de las mayores cuotas de imposición y dominio ejercida por los adultos, sean hombres o mujeres. En el modelo tradicional autoritario se parte del principio de que el niño no sabe nada, los padres o adultos responsables lo saben todo y el niño debe plegarse al mandato adulto. La consigna es obedecer sin protestar. La autoridad se impone a través del miedo, usando recursos punitivos como amenazas,  castigos y recompensas... El resultado son seres humanos adiestrados, resentidos, sumisos o violentos, personas alejadas del contacto con su sí mismo,  que no saben autorregularse.  Individuos que aprendieron solo a responder a los estímulos externos (te quiero si haces lo que te digo, te expulso de mi territorio emocional, te provoco dolor o te retiro mi aprobación y mi amor, si no lo haces). Que cumplen  con el deber solo si obtienen recompensas o que solo respetan las leyes cuando hay una amenaza inminente de castigo.  El sentido común, la iniciativa de responsabilidad, la creatividad y pensamiento crítico son cercenados en distintos grados y formas.   
El modelo que se ubica en el extremo contrario del autoritario y que yo llamo anárquico, es aquel donde hay ausencia casi absoluta de límites o de marcos de referencia para acompañar, orientar y contener a los niños durante el proceso de socialización. Se establece probablemente como  respuesta reactiva de personas, que a partir de sus propias experiencias infantiles desarrolladas en crianzas muy represivas, al devenir padres o madres, oscilan hasta el polo opuesto. El resultado de este modelo parental pueden ser niños sin marcos sólidos de referencia, ni sostén ni estructura, lo cual genera sensación de abandono,  caos, inseguridad y miedo, lo cual supone maltrato por negligencia.

El modelo que se ubica entre ambos extremos, proponiendo el camino del equilibrio, es el democrático, basado en la horizontalidad, la empatía.  Invita a ponernos a la altura emocional y física del niño para comprenderlo y acompañarlo desde dicha comprensión en lugar de juzgar y someter a las criaturas. El propósito ético de la educación desde la mirada democrática. es elevar la consciencia, no condicionar a seres humanos con métodos de entrenamiento canino para encajar en determinados parámetros impuestos unilateralmente por el criterio adulto. Sí que existe el ejercicio de autoridad, porque los progenitores tienen la experiencia, la madurez y la responsabilidad de corregular durante su proceso de socialización de sus hijos.  Pero en este caso la autoridad no se impone,  se gana. El niño otorga la autoridad cuando los progenitores demuestran  que lo respetan, que saben de lo que hablan, que lo escuchan, cuando dan un buen ejemplo, cuando piden cosas razonables,  estableciendo un vínculo robusto y ganando su confianza. Los adultos acompañan a incorporar  los límites y las normas, reconociendo la integridad como persona del niño, sin violentar sus ritmos madurativos,  respetando sus derechos humanos.   

Reflexionar, hacernos preguntas sobre la orientación ética de la crianza que queremos brindar a nuestros hijos, así como comprometernos y prepararnos para elegir conscientemente caminos orientados por una ética coherente con los Derechos Humanos, que nutra relaciones de paridad, más saludables, comporta una enorme responsabilidad. Continuar respondiendo por inercia o tomar decisiones conscientes e informadas es nuestra elección.


Berna Iskandar @conocemimundo



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viernes, 2 de diciembre de 2016

Los niños y la paciencia


Los niños comprenden más de lo que se quiere aceptar que son capaces de comprender, no juzgan, acompañan mucho más de lo que es capaz de admitir y de acompañar un adulto, aman incondicionalmente, sin esperar nada a cambio, con los niños puedo mantener largas conversaciones nutritivas, llenas de magia, juego, imaginación, verdad, transparencia, sin discutir, sin conflictos... solo hay que conectar con sus almas nobles aún vibrando en el potencial innato de amor y empatía... 


A menudo me planteo que si hiciéramos honor a la realidad, nuestra pregunta o inquietud más frecuente no sería cómo logramos acompañar a los niños sin desbordarnos, sino cómo hacen los niños para aguantarnos (a los adultos) sin perder la paciencia...



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lunes, 3 de octubre de 2016

Educación sexual consciente

 


La sexualidad es más que genitalidad, reproducción o control de natalidad. Cuando hablamos de sexualidad nos referimos a aspectos que atraviesan múltiples dimensiones de la vida. La sexualidad comienza cuando somos concebidos. Somos seres inherentemente sexuales. Partimos de dos células sexuales que se unen y multiplican para constituir el cuerpo que tenemos. La sexualidad se manifiesta y desarrolla en todas las facetas y edades. El parto es una experiencia sexual. Desde que se produce el contacto placentero del recién nacido con el cuerpo de la madre o cuando se alimenta de su pecho, se tranquiliza con su olor y el contacto con su piel, ya estamos frente a experiencias sexuales. La educación sexual también se vincula con el modo en que asumimos culturalmente los roles según sea el sexo (mujer o varón).

La manera de encarar todas estas experiencias es parte fundamental de la educación sexual. La educación sexual es un proceso, que seamos conscientes de ello o no, estamos impartiendo desde el nacimiento. Los niños y jóvenes perciben cuando algo nos incomoda o resulta un tema tabú, con lo cual pueden inhibirse de hacer preguntas o de establecer comunicación con sus adultos cuidadores para pedir orientación o respuesta a preguntas que surgen fruto de su curiosidad natural en la medida en que van descubriendo experiencias.

Nuestra actitud como criadores y educadores transmite información sobre la valoración de la sexualidad. Por ello es importante el acompañamiento y la comunicación abierta de forma continua con los hijos e hijas. Pero para entablar una aproximación saludable con nuestros hijos frente a su desarrollo sexual, lo primero que necesitamos hacer los padres es revisar y superar nuestras propias represiones,  miedos e inhibiciones. Es poco lo que podemos hacer en beneficio de un despliegue consciente de la sexualidad de nuestros hijos e hijas, sin antes revisar los propios prejuicios, mitologías, así como el grado de rigidez y de autoritarismo que hemos internalizado.



Comparto a continuación algunos aspectos importantes a tomar en cuenta recogidos de distintos expertos en el tema:

-Conviene usar términos fisiológicos correctos, desde el principio, cuando hablemos sobre sexo con los niños, niñas y adolescentes (óvulo, esperma, pene, vagina, nalga).
-Se desaconseja responder con mentiras (los bebés nacen en un repollito o los trae la cigüeña) Si no nos sentimos preparados para responder a una pregunta que surja  en el momento, podemos explicar al niño/a, o adolescente que no tenemos la respuesta pero que cuando la tengamos se la daremos. Es importante cumplir con la promesa de responder.
-Usando un lenguaje que el niño/a pueda entender según su momento evolutivo y con explicaciones sencillas y concretas, vamos respondiendo cada pregunta en la medida en que la planteen. Si preguntan de dónde vienen los niños, podemos decir de la barriguita de mamá, si luego  preguntan cómo se hacen, le podemos decir un papá y una mamá se besan, se abrazan se quitan la ropa y el papá pone el pene en la vagina de la mamá, del pene del papá sale un líquido que tiene muchos espermatozoides, el más rápido y fuerte se encuentra con un óvulo de la mamá y así es como empieza a crecer y a formarse el bebé en la barriga de la mamá. Si preguntan cómo salí de la barriga podemos comenzar explicando que las mujeres tienen tres orificios, uno para hacer caca, otro para orinar  y otro para que salgan los bebés. Si piden más explicaciones podemos ayudarnos con las ilustraciones de un cuento o un libro infantil sobre el tema.
-La curiosidad sobre la diferencia entre los cuerpos según el sexo aparece en torno a los dos o tres años de edad. Puede aprovecharse la oportunidad cuando el niño o niña vea el cuerpo desnudo de mamá, de papá o de una amiguita o hermanito y comience a hacer preguntas. Les podemos responder que los hombres y las mujeres tienen cuerpos diferentes. “Mamá tiene dos senos o tetas o pechos porque las mujeres damos la leche a los bebés, tú no los tienes porque eres varón”.
Los niños y niñas alrededor de los tres a cuatro años, en algunos casos, descubren que sus genitales producen placer por lo que comienzan a estimularse o masturbarse. Frente a esta evidencia los padres o adultos cuidadores tienden a regañar, reprimir, inhibir. Lo saludable es abordar la situación de un modo natural, respetuoso, sin castigar ni regañar, evitando que el niño o la niña sienta culpa, vergüenza, malestar o sienta que está haciendo algo malo. Si nos preocupa que lo haga en público podemos decir yo sé que te sientes bien rozándote así, pero es algo que se hace en privado cuando estés sola en tu cuarto o en el baño. Puede recordársele con gentileza que hay cosas, como hurgarse la nariz o eructar, que es mejor a veces, no hacer frente a otros.
-Aprovechemos las oportunidades que traen las experiencias cotidianas para hablar sobre sexo de acuerdo a la edad de cada niño o adolescente (un embarazo en la familia, alguna escena de parejas besándose o acariciándose en la televisión, alguna controversia sobre el aborto en el noticiero) Podemos introducir la conversación con una pregunta: ¿qué te parece cómo se trata esta pareja?,  ¿qué crees que hacen? y aprovechar para hablarles sobre la cópula o la relación sexual, si el niño o niña ha hecho la pregunta.

-Explora cuánto sabe el niño, niña o adolescente sobre el tema antes de adelantarte a darle explicaciones. Pero también conviene reflexionar sobre el hecho de que no siempre hay que esperar a que el niño o adolescente  pregunte para hablarle sobre sexo. Es un tema muy importante como para ignorarlo o creer que si no preguntan,  no se habla de ello  porque nada está pasando que lo amerite.  Hay que partir del principio de que están pasando muchas cosas por la  mente, las emociones y las experiencias de los niños y adolescentes, debido por una lado a que la sexualidad es parte de la vida diaria y además porque hay un gran bombardeo de mensajes sexuales rodeándolos todo el tiempo. Con lo cual es mejor que seamos los padres y adultos responsables de su crianza, quienes acompañemos con información oportuna y veraz.






martes, 27 de septiembre de 2016

Es de mala educación obligar a los niños a saludar






A propósito de obligar a los niños a saludar o besar a los demás. Es un contrasentido pretender transmitir buenos modales forzando, provocando miedo, dolor,  humillación, censurando y desconectando con el humor de las criaturas. Hacer algo así es de muy mala educación. 


Es importante tener clara la diferencia entre una orden y una invitación amable, respetuosa con los ritmos y las procesos emocionales del niño. Si quieres transmitir valores de respeto y empatía, comienza por dar el ejemplo tratando a los niños con la consideración y el respeto que merecen. 




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miércoles, 19 de agosto de 2015

Nuestros niños, influencia de la tele y las redes sociales





La TV, los juegos de video, la computadora, las redes sociales, son opciones que los niños y adolescentes consumirán en mayor o menor cantidad e intensidad y con mejor o peor criterio, dependiendo del grado y calidad de conexión y acompañamiento que sus padres hayan establecido o no con ellos. Si somos capaces de impartir una crianza con apego seguro, democrática, respetuosa, empática, con presencia constante y cercana, una crianza colmada de mirada, compromiso emocional, que fomente la capacidad crítica y la comunicación abierta... el espacio emocional de nuestros hijos e hijas estará colmado de valores positivos y no quedará vacante para que ingrese la “mala influencia” del exterior, venga de donde venga (medios de comunicación, amigos, calle, escuela…)

Las relaciones “virtuales” de nuestros hijos tendrán que manejarse de la misma manera en que manejamos las reales: con presencia, acompañamiento, seguimiento, información, comunicación abierta, acuerdos, respeto, no violencia, confianza…

Internet ha pasado a ser nuestra segunda piel y nos acompaña a todas partes. Este es un cambio que no tiene retroceso y con el que hay que aprender a convivir, sacando provecho a las ventajas y cuidándonos de los riesgos que toda herramienta trae consigo.

Del mismo modo en que nos ocupamos de enseñar a los hijos que no deben abrir la puerta de la casa a ningún extraño y los adiestramos sobre los riesgos del mundo real, debemos intervenir cuando se trata de orientar sobre el uso de las nuevas tecnologías, el mundo virtual o la red. Estar claros en que a través de la red cualquiera puede hacerse pasar fácilmente por una persona que no es, entender que revelar datos privados como la dirección de la casa, el lugar dónde estudian, donde se encuentran en un determinado momento, montar fotografías, vídeos, etc., en redes sociales equivale a decirlo en voz alta en medio de la calle frente a muchos desconocidos. Nosotros como adultos debemos comprender, y luego enseñar a nuestros hijos, que por Internet no se debe hacer lo que tampoco haríamos en el mundo real. Si no nos paramos en medio de un autobús lleno de extraños a contar nuestras intimidades en voz alta o a repartir fotografías de nuestro último viaje a Disney, tampoco deberíamos hacerlo en una red social.

Existen múltiples herramientas para ejercer control parental sobre la navegación por Internet a fin de propiciar una experiencia segura a los hijos. Muchas pueden bajarse gratuitamente o ya vienen incorporadas en los diferentes programas o software. También hay configuraciones de seguridad para permitir o impedir acceso a nuestra información o localización en redes sociales.


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miércoles, 28 de enero de 2015

Los niños son manipuladores: ¿verdad o mito?





Constantemente escucho decir que los niños son manipuladores. Con frecuencia algunos padres me preguntan si esto es real o es un mito.

Por una parte los adultos actuamos a partir de la creencia muy arraigada de que los niños no entienden nada, de que son como animalitos meramente instintivos. Se llega decir incluso que “niño no es gente” y por tanto no se trata de razonar, informar o acordar con la criatura,  si no de eliminar  la “resistencia” de forma mecánica con golpes o reprimendas, castigos o recompensas. Sin embargo al mismo tiempo damos por sentado el hecho de que son lo suficientemente astutos para manipular. Es decir, para hacer operaciones cognitivas avanzadas que permiten detectar la psicología del adulto y manipularlo, el niño si que tiene capacidades, pero para entender explicaciones en lugar de recibir sistemáticamente órdenes, no.  He aquí otra de las innumerables y curiosas contradicciones que desde la mirada adultocentrista se construye sobre la infancia. 

A ver. Usemos el sentido común… El niño carece de autonomía para garantizar su sobrevivencia. El niño tiene muchas necesidades físicas (malestar, hambre, sueño) y muchas necesidades emocionales (afecto, mirada, nutrición epidérmica, consuelo, interacción con un adulto significativo, etc. ) todas naturales, todas legítimas, todas fundamentales para desarrollarse saludablemente, y las expresa a través de las herramientas o recursos con los que cuenta en su momento madurativo y del modo en que consigue ser escuchado o logra entrar en el radar de sus padres (lloran porque es su herramienta más potente de comunicación, gritan si no les atienden, hacen berrinches si sus cuidadores no les han interpretado o atendido oportunamente sus necesidades, malestar o frustración, etc.)  Ahora bien, si eso es manipular, pues me parece lógico que manipulen porque si no lo hacen, siendo tan dependientes de un adulto cuidador que sepa interpretar sus necesidades y cubrirlas para sobrevivir ¿cómo obtendrían lo que necesitan?

La pregunta que deberíamos hacernos los adultos es: ¿el niño es manipulador o somos nosotros los que sistemáticamente desoímos sus pedidos genuinos de atención y vínculo para degradarlos rápidamente a la condición de capricho y mala crianza...?


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