CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.
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jueves, 19 de julio de 2018

Nuestros hijos siempre nos esperan.


Durante nuestras ajetreadas y agobiadas vidas, todo el tiempo que permanecemos distantes física o emocionalmente de nuestros peques, ellos nos están esperando, ellos siempre nos esperan, porque nos quieren y nos necesitan como al alimento y al aire para vivir.

Criar es estar. Pero lamentablemente vivimos en los tiempos de andar sin tiempo para estar, sobre todo para permanecer con los hijos. Nunca antes en la historia de la humanidad se dejaba a los niños incluso desde meses de nacidos en una guardería al cuidado de terceros, luego de lo cual se les apunta en actividades extras para aumentarles el horario mientras los padres somos tragados por el mundo exterior, social, laboral... Pero lo más preocupante es que a menudo la ausencia no se zanja aún con la presencia física de los padres. Llegamos a casa para continuar abrumados con las responsabilidades domésticas y otras prioridades, cansados con ganas de acostar a los niños para que duerman lo antes posible y poder dedicarnos a ver nuestra serie favorita... Los niños de ahora tienen escasa interacción con los padres pero no sólo por la distancia física sino también por la distancia afectiva.



Aún en presencia, ignoramos las necesidades emocionales de los niños. Por lo regular sí que nos preocupamos por su comportamiento, por encontrar la manera de que nos obedezcan, imponer límites y disciplina efectiva para que nos hagan caso y se bañen, coman, hagan la tarea, se duerman, despierten, se vistan, cuándo y cómo les decimos... Pero olvidamos que los niños tienen necesidades afectivas, olvidamos que requieren conectar con sus padres, interactuar con ellos desde el intercambio de afecto, mirada, juego, comunicación con escucha activa, abrazos, besos, nutrición epidérmica. Los niños necesitan sentir la seguridad de que su papá y su mamá comprenden y responden sensiblemente a sus inquietudes, miedos y anhelos. Necesidades que quedan a la espera sin ser atendidas a lo largo de días, meses, años de prisas y exigencias del mundo adulto. 



Berna Iskandar @conocemimundo
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martes, 25 de agosto de 2015

Lidiar con los entornos anti-niños




Cuando escucho decir que un hijo no cambiará el orden de la casa, que los adornos se quedan en su sitio, que tiene que aprender que NO SE TOCA…,     recuerdo la frase de la psicopediatra y autora Rosa Jové: “si pensamos que un hijo no nos va a cambiar la vida, es mejor comprarse un periquito.”

¿Nos hemos planteado alguna vez, porqué en lugar de forzar al niño para adaptarlo a nuestras exigencias y expectativas adultas, mejor adaptamos el entorno  y nuestras expectativas a las particulares necesidades del momento evolutivo que recorre nuestro hijo? Podríamos poner la casa “modo niño”. A fin de cuentas se trata de una transición. Las criaturas crecen pronto y llegarán los tiempos para organizarnos en “modo adulto”. Mientras tanto, como dice Miguelito, el amigo Mafalda, ¿de que les sirve ser niños si no les dejamos ejercer?

Los adultos queremos que se queden quietos, pero es necesario que entendamos que los niños son naturalmente movedizos, exploradores, juguetones. Que dichos rasgos evolutivos son inherentes a la infancia y a la vez esenciales para desplegar un sano desarrollo. Por tanto es nuestra obligación proveer entornos adecuados y amables para ejercitar estas necesidades fundamentales de las criaturas.  

En nuestro mundo predomina justamente lo contrario: espacios anti-niños. Nos hemos organizado en función de la comodidad adulta y de las prioridades que establecemos los adultos. El orden del sistema, de la arquitectura, de la cultura, los ritmos, los horarios, las costumbres... de modo hegemónico, apuntan a satisfacer prioridades según un criterio adultocentrista. Esto lo podemos observar en pequeños detalles como la disposición de los tomacorrientes al alcance de los bebés, quienes pueden fácilmente introducir cualquier objeto quedando en grave riesgo su seguridad. Preguntemos porqué no se nos ha ocurrido empotrarlos a una altura  mayor que no constituya riesgo para un bebé que gatea o comienza a camina. Porqué elegimos restringir el movimiento de los chiquitines confinándolos en un corral.   

Cuando vamos a un restaurante o de visita a casa de otros nos encontramos con un escenario aún más limitado, con lo cual les exigimos sistemáticamente que permanezcan tranquilos,  sentados y actúen como adultos. No nos damos cuenta de que hemos convertido los espacios que habitamos en un enorme obstáculo para el despliegue de infancias saludables, felices y para el disfrute de padres relajados con sus  hijos pequeños.

Sobre todo durante los tres primeros años de vida las criaturas van impulsadas por la curiosidad innata y un deseo de exploración activo.  Decir que algo no se toca a un niño menor de dos años, comporta una instrucción compleja que no puede comprender, ni pueden mantener porque aún no ha desarrollado las funciones cognitivas para ello. Tampoco es ético, ni es digno para su integridad como persona castigar, pegar o amenazar, en el afán de intentar que detenga la conducta. De manera que es imprescindible garantizarles un entorno seguro. Si no queremos que rompa los adornos, los quitamos.  Si no queremos que abra las gavetas, les ponemos un seguro o dejamos cosas que sí pueda manipular. Si no queremos que meta objetos en el tomacorriente, los tapamos. Para un niño pequeño tampoco existe el concepto de irreversibilidad (algo se daña para siempre cuando se cae y se rompe, etc.) A esas edades todo puede ser un objeto de exploración que llama su atención y que por impulso va a querer agarrar, por tanto la criatura no puede asimilar que hay cosas que no son para jugar por más que se lo digas. Su necesidad de explorar es más fuerte.  Si no queremos que dañe objetos de valor, pongamos objetos que pueda manipular o romper sin que suponga un problema (en lugar de dejar revistas nuevas, poner las viejas u otros objetos que sí pueda manipular y dañar) Lo que sí que es cierto, es que el niño necesita hacer estas cosas porque es la manera en que desarrolla habilidades al tiempo de que aprende cómo funciona el mundo que le rodea. 

Cuando vamos a lugares donde no disponemos de entornos amables podemos anticiparnos (llevar sus juguetes favoritos, alguna actividad que le guste para mantenerlo ocupado). Mostrar empatía validando su emoción (entiendo que deseas mucho ese objeto, me encantaría complacerte pero no puedo por...) Ofrecer alternativas más atractivas e inesperadas, apelando a gestos teatrales que llamen su atención para distraerlo e inducirlo a que olvide la frustración cuando no queremos que agarre o haga algo (¡Wow! ¡mira esa muñeca que bella es !!!) Sin perder de vista que no es justo para las criaturas mantenerlas tanto tiempo reprimidas impidiendo que satisfagan sus necesidades naturales de movimiento y exploración. En ese caso somos los adultos los que debemos limitar nuestra autocomplacencia a favor de las necesidades del niño, haciendo visitas breves u optando por otros lugares donde estar más cómodos con los niños. Llegará el momento en que crecerán y entenderán las reglas, y perderán interés por los adornos de la casa.

Si acompañamos respetuosamente y no creamos interferencias a través de intervenciones represivas o exigencias desmedidas, llegará la edad (alrededor de seis a siete años) en que los niños desarrollan la madurez y las herramientas para adaptarse mejor o por más tiempo a las exigencias adultas. Aunque nunca debemos perder de vista que aún siguen siendo niños y que merecen  lugares amables donde ejercer su infancia a plenitud.



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miércoles, 29 de abril de 2015

Ya sabe caminar pero quiere que lo cargue

Foto pixabay.com

“¡Andrea, te dije que no te voy a cargar, ya estás grande... o caminas o te dejo aquí!”, amenaza  su madre a la pequeña de casi 3 años. Andrea intenta seguirla, da unos cuantos pasos, se detiene, se desvía, queda rezagada, se cansa y se echa en el piso. Entonces la mamá la reprende, la agarra por un brazo y la arrastra. Una escena frecuente  protagonizada por familias en sitios públicos, con peques de 2 a 4 años que ya caminan, pero que piden que los carguen. Tendemos a creer que, por ser capaces de desplazarse solos, el pedido de los pequeños no es más que una señal de capricho y que no hay que dejarse manipular. Entonces se entabla una guerra para obligarlos, incluso apelando a recursos bastante cuestionables como llevarlos  arrastrados a la fuerza.  

¿Y será verdad eso de que sólo quieren que los carguen por capricho? Veamos qué nos dicen la observación, el sentido común y expertos como el pediatra y autor Carlos Gonzáles en su bestseller Bésame Mucho, Cómo Criar a Tus Hijos con Amor:

·    Investigaciones de Bowlby y Anderson (Inglaterra) y  Rheingold y Keene (Estados Unidos) demuestran que dicha conducta es universal en los niños y niñas de hasta 3 años de edad. Es decir, se trata de un rasgo evolutivo que responde a una razón vinculada a la madurez del niño. Un niño menor  de 3 años no está preparado aún para caminar al lado nuestro con el mismo ritmo y durante el mismo tiempo que es capaz de caminar un adulto. Si lo quieres comprobar, observa y compara la marcha de un niño pequeño con la del adulto que lo acompaña. Por cada paso que da el adulto, el pequeño necesita dar 2 o 3, además de la inversión de esfuerzo para mantener el equilibrio, orientación, coordinación, etc., necesaria para desplazarse.

·      El hecho de que el niño o niña ya sepa caminar no quiere decir que puede y tiene que hacerlo en cualquier circunstancia. Algo parecido ocurre con un adulto que sabe caminar e incluso correr pero no puede completar un maratón de 20 kilómetros sin que previamente haya desarrollado las capacidades para lograrlo. Los niños y niñas menores de 3 años todavía necesitan madurar algunas funciones físicas y psicológicas para caminar solos durante períodos largos. Son adquisiciones paulatinas que llevan tiempo y que, llegado el momento evolutivo, van a suceder de modo automático y con poca estimulación. Por lo tanto es un proceso que se logra por autorregulación y no con adiestramiento. Es decir: no hace falta enseñar, entrenar ni mucho menos empujar u obligarlos.

·      Algunas veces sí y otras veces no, puede ser que un niño o una niña  hasta los 3 años muestre, a ratos,más ganas o disposición de caminar. Esto no quiere decir que esté manipulando, sólo quiere decir que el pequeño pudiera estar temporalmente de buen humor o motivado por algo que le llama la atención

En conclusión, si queremos actuar con respeto hacia sus necesidades e integridad como personas, cuando salimos con niños pequeños al parque, de paseo, hacer diligencias, de compras, etc.,   aunque ya sepan caminar, debemos anticiparnos para atenderlos con paciencia y respeto en el momento que expresen cansancio o el deseo de ser llevados en brazos o en un cochecito.

Si todavía con toda esta explicación nos cuesta encontrar un lugar emocional desde donde sentir que un pequeño se cansa y pide brazos por razones legítimas y no por capricho, imaginemos si estuviéramos muy cansados, desorientados o aturdidos y una persona con más tamaño y más fuerza nos sometiera y arrastrara por el piso para llevarnos a otro lugar en contra de nuestra voluntad.

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jueves, 18 de septiembre de 2014

El NO: adminístrese en pequeñas dosis

Que no te subas al sofá, no camines descalzo, no se toca, no te comas eso, no molestes, eso no se díce, no, no, no, te dije que no... Cuando de criar a niños se trata el NO se convierte en moneda corriente.

Abusamos del NO, en el afán de reprimir o inhibir conductas de los niños a nuestro cargo consideradas indeseables, sin observar que a menudo dichas conductas son naturales y saludables por ser niños o que en caso de ser necesario podemos redirigirlas sin recurrir al NO. ¿Cómo?, usando estrategias como ofrecer alternativas, distraer al niño con propuestas más atractivas y juguetonas, negociando con las criaturas cuando ya están más grandes, o detenernos para evaluar si el NO es realmente necesario, eligiendo sólo las batallas que sean importantes o que valgan la pena. 

El NO debe administrarse en dosis pequeñas,  de lo contrario dejará de funcionar. El uso indiscriminado del NO para detener la conducta de un niño provoca  que pierda su efecto. La prueba está en que necesitamos repetirlo todo el santo día... sin éxito.
 
Reservemos el NO para ocasiones o circunstancias que realmente lo ameriten, tales como aquellas en las que el niño ponga en riesgo su integridad o la de otros (pegar al hermano, agarrar el cuchillo, soltarse para cruzar la calle solo, meter la mano en el ventilador...) Administremos el NO en pequeñas dosis.
 

Fuentes:
Laura Gutman, terapeuta y autora
Yolanda González, psicóloga especialista en prevención infantojuvenil y autora
Carlos González Pediatra y autor de bestsellers

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