CRIANZA EN CULTURA DE PAZ

Conocer , comprender y respetar cada etapa evolutiva y necesidades legítimas de los niños y adolescentes. Reconectar con lo mejor de nosotros mismos. Transitar hacia el lindo horizonte de un mundo más humanizado.
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miércoles, 22 de mayo de 2013

Ser padres y madres conscientes

Por Berna Iskandar


Podríamos considerar a grandes rasgos la existencia de dos enfoques que orientan la manera de entender la infancia y de criar a los hijos. Por un lado nos encontramos con la visión clásica, tradicional, autoritaria y directiva, denominada “Puericultura Negra” o “Pedagogía Fascista” por la psicoanalista Alice Miller. Un enfoque que parte del principio de que los niños son seres absolutamente irracionales, instintivos y fuera de todo control, que no saben ni entienden nada o muy poco. Seres por tanto, inferiores a los adultos. Con lo cual, nuestra responsabilidad como padres o como madres -según este enfoque- es ejercer de policías de una cultura cada vez más alejada de los instintos, con el objeto de hacer que los “pequeños monstruos” encajen dentro de las exigencias de una sociedad que ya ha establecido previamente unos parámetros incuestionables. En estas premisas autoritarias se encuentra el origen y justificación de infinitas dosis visibles e invisibles de violencia en el trato hacia los pequeños.

Por otra parte nos encontramos con el enfoque de crianza consciente, flexible y democrática, respetuosa que parte del entendimiento de que los niños son seres fundamentalmente buenos y que criarlos no supone una imposición o una inyección de normas y límites incuestionables establecidos por la cultura, sino un acompañamiento respetuoso y empático, confiando en las capacidades intrínsecas y habilidades innatas de los pequeños para co-producir, crear y construir progresivamente, el modo en que enfrentan, asimilan, se adaptan o modifican el mundo. Un enfoque donde el niño es considerado como un igual y tratado con dignidad para que se desarrolle en su máximo potencial respondiendo a su esencia propia, única y original.

Basándome en la experiencia de mis años de trabajo divulgando temas de crianza consciente e inspirada en el decálogo de “Principios de los padres conscientes” de la doctora Aletha Solther, directora del Aware Parenting Institute, decidí escribir algunas reflexiones sobe el ejercicio de padres y madres volcados a este tipo de crianza, y que a continuación comparto con ustedes:

  • Los padres conscientes aceptan a sus hijos tal y como son, respetando, protegiendo y fomentando el desarrollo de su potencial único y de su libre personalidad.
  • Los padres conscientes tratan a su hijos como a un igual, con el mismo respeto y consideración con el que esperan ser tratados. No pegan, ni gritan, ni imponen a sus hijos.
  • Los padres conscientes escuchan a los hijos sin banalizar sus sentires, deseos y expresiones, asumiendo que son siempre importantes.
  • Ser padres conscientes es palabrear constantemente a los pequeños, contarles lo que nos pasa, lo que esperamos de ellos, lo que necesitamos.
  • Los padres conscientes buscan tras la superficie las razones del comportamiento en lugar de interrumpir conducta con métodos punitivos.
  • Ser padres conscientes es respetar los propios ritmos madurativos de los hijos en lugar de forzarlos a responder según los ritmos externos.
  • Los padres conscientes se preocupan por comprender la naturaleza de cada etapa madurativa de su hijos y tienen expectativas verdaderas sobre lo que se puede o no esperar de los pequeños según su momento evolutivo.
  • Ser padres conscientes es ponerse en los zapatitos de los hijos, comprender cuáles son sus necesidades reales y satisfacerlas sin reparos.
  • Ser padres conscientes es darse el permiso de cuestionar lo naturalizado y hacer las cosas de un modo distinto al que se ha hecho siempre.
  • Los padres conscientes se permiten ejercitar la autocrítica, y cuando se equivocan, saben pedir disculpas a sus hijos.
  • Los padres conscientes comprenden la importancia de emprender la propia búsqueda y el trabajo interior para reconectar con la consciencia despierta y desde allí educar a los hijos.
  • Los padres conscientes saben ser democráticos, flexibles y enseñar a los hijos a comprender sus deberes sin violar sus derechos .
  • Los padres conscientes ofrecen explicaciones y alternativas, en lugar de imponerse y dar sistemáticamente órdenes.
  • Ser padres conscientes es sustituir la autoridad, por comunicación, acuerdos y compromiso emocional.
  • Los padres conscientes comprenden la diferencia entre educar a un niño respetuoso, consciente , empático y educar a un niño sumiso y obediente.
  • Los padres conscientes comprenden que el hogar no es un cuartel, sino un útero amoroso y nutricio donde se forman los seres humanos que luego echaremos al mundo.
    Twitter. @conocemimundo

viernes, 7 de diciembre de 2012

¿Malcriar o Biencriar? Cuidado con esta trampa




Pierdo la cuenta de las veces que tengo que escuchar cada día expresiones como, “lo hace por malcriadez”, “es un malcriado”, “está malcriadísimo”,  o  leer en mi correo invitaciones a talleres de crianza conducidos por psicólogos que prometen recursos para educar “sin malcriar”…  Hace poco,  mientras desayunaba con unos amigos, alguien contó que su hermana era capaz de reconocer perfectamente cuando el llanto de su bebé era por hambre, frio, pañal mojado o “por malcriado”. Entonces un poco en serio, un poco en broma,  solté mi taza de café y golpeé contundentemente la mesa con las manos.  Acto seguido declaré: Decreto la abolición del uso del término “malcriado”, y sus derivaciones, cuando nos refiramos a cualquier comportamiento o expresión de los pequeños.  De ahora en adelante, quede claro que ningún niño pide lo que no necesita y que el hecho de que los adultos nos molestemos con sus pedidos o que por comodidad u otras razones no estemos disponibles para atenderlos, no quiere decir que el niño sea un malcriado.  ¡Publíquese y ejecútese!    

Del mismo ideario adultocéntrico que interpreta como malcriadez o capricho cualquier pedido legítimo de nuestros niños, se deriva otro drama de la crianza, a saber, la patologización del afecto, que dicho sea de paso, ha causado tantos estragos a la humanidad:  no lo cargues, ni lo abraces, ni consueles, ni duermas con él-ella, ni le sigas dando teta...  porque lo vas a malcriar. Vivimos inmersos en un mundo al revés que sin pruritos ordena dejar a los niños desagarrándose de llanto para “que no se malcríen”, que censura las expresiones de amor,  cuestiona el deseo de prodigar mimos, atención, consuelo a nuestros niños porque “los vamos a malcriar”.  Un orden social patológico que prohíbe contener y acurrucar a los pequeños quienes lógicamente no saben estar solos en la cuna, el cochecito o el corral. Es decir, un mundo al revés donde atender y amar a tu hijo, en lugar de biencriar, es malcriar.

Va siendo hora de que resignifiquemos el término malcriar. Es hora ya de que desmontemos este orden patas arriba de un mundo que obsceniza la escena de una madre amamantando en público o que recrimina a una madre que da pecho a demanda, mientras  se aplauden escenas de películas con peleas,  tiros y sangre a raudales.  Un mundo patas arriba lleno de padres quejándonos de que los niños ven demasiado la televisión. Y los llamamos malcriados porque no se quieren despegar de la pantallita brillante cuando les ordenamos media docena de veces que vayan a bañarse… pero lo que no advertimos es que los niños -como dice la autora y terapeuta Laura Gutman- ven la televisión,  porque nadie los ve a ellos.  Entonces resolvemos castigarlos, en lugar de sustituirles las horas de televisión por horas de presencia y vínculo amoroso con sus progenitores o adultos significativos. Y todo porque nos hicieron creer que esa es la manera de no malcriarlos.

Hay que atreverse a enderezar este orden al revés. La humanidad lo está pidiendo de infinitas maneras. Propongo que comencemos por acoger como lema, la frase del pediatra y autor Carlos González que dice: "el cariño nunca ha malcriado a nadie", ¿y cómo podría ser si no?, ¿cómo sería posible que un niño pegado durante los primeros años al pecho de su madre, un niño escuchado, mirado, abrazado, sostenido, atendido, amparado y comprendido sin reparos, en lugar de ser hostilizado, golpeado, desestimado en sus pedidos de necesidades legítimas de atención y cuerpo materno, se convierta en un delincuente, un terrorista, un adicto, un agresor o en una víctima sistemática, llegada la adultez? Es muy improbable crear una sociedad trastornada por la violencia, la depresión, las adicciones, la victimización, la delincuencia, incluso la devastación ambiental, cuando prodigamos amor y respeto a los niños y niñas, cuando criamos con abundante cariño, conexión y apego.    Eso es biencriar. 

Twitter. @conocemimundo

lunes, 5 de noviembre de 2012

Hagamos tregua a la guerra de deseos


¡Que vayas a bañarte!;¡Recoge tu cuarto ahora mismo!; ¡Que no comas galletas!; ¡Ponte ya la camisa que te dije!; ¡Que NO saltes en la cama!; ¡Te dije que NO!… 

La mayor parte del tiempo los padres entablamos guerras de deseos con nuestros hijos. Desde que son pequeños imponemos, damos órdenes y exigimos, en lugar de informarles con paciencia, de acordar, de comunicar  aquello que nos pasa o esperamos de ellos y escuchar lo que nuestros niños, niñas y adolescentes tienen que decirnos, con el mismo respeto y consideración con que esperamos ser tratados. Constantemente descalificamos las capacidades de comprender, elegir, opinar y sentir de nuestros pequeños.



¿Quee tal si probamos hacerlo de otro modo? 


Por ejemplo: 


✔️“¿Quieres bañarte antes o después de cenar? ¿prefieres que te acompañe un rato mientras te bañas y así nos contamos cómo nos fue durante el día?”: Además de ofrecer opciones, no hay nada más atractivo y estimulante para un niño que ha estado todo el día sin ver ni vincularse con sus padres, que la oportunidad de obtener presencia, mirada, atención y afecto de sus progenitores. 


✔️ “¿Qué te parece si cantamos tu canción favorita o jugamos mientras ordenamos la habitación?”: En lugar de dar sistemáticamente órdenes, vinculémonos a través del juego, la risa y la creatividad para motivar y construir en los pequeños el deseo natural de cooperar.
✔️ “Entiendo que quieras comerte todas las galletas pero no es saludable por... qué tal si jugamos con tus juguetes favoritos o coloreamos juntos": Reconocer el deseo del niño aún cuando no podamos complacerlo, permite que se sienta tomado en cuenta. Al ofrecer opciones le mostramos la vida como un vaso medio lleno en lugar de medio vacío de posibilidades.
✔️ “Veo que te encanta saltar, tenemos que ir al parque de juegos muy pronto para que te des gusto sobre el colchón de aire… o podemos bajar el colchón al piso para que puedas hacerlo sin riesgo de caerte de la cama”: Reconocer las necesidades legítimas de los pequeños (en este caso ejercitar su motricidad, explorar, divertirse, etc.) y facilitar entornos seguros para su satisfacción, los remite a sentirse seguros y sostenidos para desplegar su potencial 

✔️ “Sabes que tienes libertad de ponerte la camisa que elijas siempre que esté limpia”: Cuando dentro de los márgenes de resguardo a su seguridad permitimos libertad para que nuestro hijo elija, logramos que se sienta empoderado, prevenimos confrontaciones, le enseñamos a fortalecer la confianza para conocerse a sí mismo, sus posibilidades y desarrollar criterio para la toma de propias decisiones.

Los seres humanos  - y los niños no son excepción-  respondemos mal frente a la coerción, la imposición y la represión. Este tipo de vínculos generan  dinámicas de sumisión o rebeldía, ademas de impedir que las criaturas desarrollen la sensación de eficacia y la iniciativa de responsabilidad.  Mantengamos presente que para educar sin violencia es fundamental reconocer, nombrar y dar importancia a las necesidades y deseos de nuestros hijos, incluso cuando no podamos complacerlos. Esto hará que se sientan tomados en cuenta, amados y respetados.



Email: conocemimundo@gmail.com  

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jueves, 27 de septiembre de 2012

Ponernos en sus zapatitos



Andaba yo en mi paseo rutinario por los sitios especializados en crianza respetuosa, cuando me topé con esta frase de Catherine M. Wallace: "Escucha con seriedad cualquier cosa que tus hijos quieran decirte, no importa qué. Si no escuchas con entusiasmo las pequeñas cosas de tus hijos cuando están pequeños, no te dirán las cosas grandes cuando sean grandes. Porque para ellos, todas las cosas han sido siempre grandes".  Con esta exhortación de la profesora y autora norteamericana, damos pie a una reflexión sustantiva sobre la calidad del vínculo entre padres e hijos.
El desencuentro entre adultos y niños, esa suerte de andar en planetas distintos, es un asunto neurálgico en la crianza. Comienza a hacer mella, incluso apenas nacen los hijos, con transgresiones tales como introducirles sondas y pincharlos tras el parto, o con decisiones como agujerear las orejas de las niñas o circuncidar a los niños porque son bebés y “no lo sienten”.  A lo largo de la infancia vamos desoyendo o restando importancia a las sensaciones y expresiones de nuestros hijos pensando que “son sólo cosas de niños”.    
Nuestras expectativas hacia los pequeños suelen ser irreales y basadas en la falta de memoria consciente acerca de nuestras propias experiencias infantiles. Nos cuesta comprender, por ejemplo, que un bebé llorando solo en la cuna, experimenta el mismo desgarro y shock emocional que un adulto atravesando un despecho o ruptura de pareja. Calificamos a un niño de egoísta cuando se niega a compartir sus juguetes, sin antes reparar que para un niño de dos años, su pelota puede significar lo mismo que, para su papá, la casa o el carro. Desestimamos la importancia que un adolescente otorga a sus amigos, sin comprender que por una condición propia de su momento evolutivo,  el rechazo de sus amigos o pares supone un golpe emocional equivalente al que recibe un adulto cuando pierde su empleo… Y podríamos llenar una enciclopedia entera con ejemplos parecidos.  El discurrir habitual del trato hacia los pequeños, está cundido de ellos.
Vale la pena que hagamos un poco de memoria sobre nuestra infancia o adolescencia y recordemos aquellas cosas en las que sentíamos que se nos iba la vida.  Ciertamente hoy, desde el punto de vista adulto, nos parecen tonterías y podríamos perder de perspectiva que los niños y adolescentes todavía las sienten, perciben y valoran como algo grande, algo mucho más significativo de lo que estamos dispuestos a aceptar o comprender. 
Si queremos impartir una educación consciente, respetuosa y no violenta, nos tiene que quedar claro que como adultos, somos los responsables de ocuparnos de conocer, interpretar y valorar lo que sienten, viven y necesitan nuestros pequeños en su real y justa dimensión. Para ello hace falta empatía, es decir, la capacidad de ponernos en sus zapatitos a fin de comprender cómo aprecian e interpretan el mundo desde su punto de vista y su momento evolutivo.
Lo que para nosotros resulta una tontería, a un niño puede significarle la vida entera.  Pensemos un poco antes de apresurarnos a banalizar lo que nuestro hijo siente o quiere decirnos. Tomémoslo en cuenta con el entusiasmo y la seriedad que se merecen. Con el mismo interés y atención que esperaríamos para nosotros en todo momento. Esto hará que el niño se sienta respetado y amado. A su vez constituye la forma más eficiente de enseñarle a respetar, tomar en cuenta y valorar a los demás. 

 Enlaces relacionados

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jueves, 13 de septiembre de 2012

Tratarás al niño como a un igual

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 “Para hacer grandes cosas, es preciso ser tan superior a sus semejantes como lo es el hombre a la mujer, el padre a los hijos, el señor a los esclavos”. Aristóteles siglo V a.C.  Con esta frase citada por Casilada Rodrigáñez, en su artículo “Poner límites o informar de los límites”, la escritora madrileña aporta clara referencia del orden en el cual hemos basado más de cinco mil años de civilización patriarcal, establecido sobre el principio de la jerarquía. Un orden opuesto a la estructura anterior de sociedades neolíticas matrifocales, que se asentaron sobre la horizontalidad y la cooperación.

Acierta Rodrigáñez, al destacar que nuestro modelo actual de hombre o mujer, incluye la superioridad adulta como uno de los pilares del patriarcado, aún predominante en el planeta. Con este paradigma calado hasta los tuétanos, la mayoría de los adultos valoramos al niño como un inferior y un subordinado. Es así que la práctica de ordenar, imponer y doblegar al niño la llevamos muy interiorizada y, por tanto, se hace tan difícil sustraernos de ella.   

Han transcurrido, sin embargo, alrededor de un par de décadas en las cuales una corriente de pensamiento florece a la luz de un nuevo despertar de conciencia,  y comienza a sumar voces que valoran al niño como a un igual.  Una corriente sustentada en modos de relación más horizontales entre adultos y niños, que abraza conductas orientadas por principios de equidad, respeto, altruismo, dignidad, empatía y no violencia.

Hablamos de una filosofía que nos encamina a ofrecer explicaciones y alternativas, en lugar de dar sistemáticamente órdenes e imponernos a partir de la descalificación de las capacidades y habilidades del niño. Una nueva estructura que llama a sustituir la autoridad, por comunicación, acuerdos y compromiso emocional.  Que nos lleva a creer en que sí es posible ser democráticos y flexibles en el hogar, en que sí es posible enseñar a los hijos a comprender sus deberes sin violar sus derechos, en que sí es posible ejercer el rol de padres tratando al niño como a un igual. Un nuevo orden donde los niños opinan y acuerdan con el resto de la familia, sobre los asuntos cotidianos. Donde se les informa respetuosamente cómo funciona este mundo que están conociendo.  Una forma de vida que valida el ejercicio de la autocrítica, de pedir disculpas a los hijos cuando nos equivocamos.  Que nos da el permiso de hacer las cosas de un modo distinto. Otra manera de vivir la paternidad y la maternidad que convoca a ponernos en los zapatitos de los niños para comprender cuáles son sus necesidades reales y satisfacerlas sin reparos. A tener expectativas reales sobre lo que se puede o no esperar de los pequeños según su momento evolutivo.  A respetar sus propios ritmos madurativos en lugar de forzarlos a responder según los ritmos externos. Un camino amoroso que nos inclina a buscar tras la superficie las razones del “mal comportamiento” de los niños, en lugar de interrumpir o modificar la conducta con métodos punitivos. Que nos llama a palabrear constantemente a nuestros pequeños, a contarles lo que nos pasa, lo que esperamos de ellos, lo que necesitamos. A escucharlos y atenderlos sin banalizar sus sentires, deseos y expresiones, asumiendo que son siempre importantes. 

Desmontar el constructo adultocéntrico con raíces milenarias,  supone una visión ética elevada, con paradigmas de avanzada, poco comprendidos hoy. Tenemos por delante el enorme desafío de comprometernos con nuestro propio cambio de conciencia y contribuir con abundantes umbrales de retorno hacia la crianza humanizada.  Es nuestra deuda pendiente con los niños.  

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lunes, 3 de septiembre de 2012

¡No es maña!

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Hoy descubrí este estupendo video realizado por Fonoinfancia, Chile,  un servicio gratuito y confidencial, atendido por un equipo de psicólogos y psicólogas cuya finalidad es ofrecer alternativas de orientación para padres y adultos responsables del cuidado de niños y niñas,  y que  forma parte de la red internacional de líneas telefónicas de ayuda para la infancia.

En esta genial animación se ilustran aspectos sobre principios de crianza respetuosa  divulgados constantemente en Conoce Mi Mundo,  tales como la máxima de que un niño nunca pide lo que no necesita, que tras el "mal comportamiento" de los niños siempre hay una causa sobre la cual  los adultos debemos indagar, como por ejemplo, una necesidad legítima no comprendida ni atendida oportunamente  que luego  sale por la puerta trasera.  A través de una historia sencilla y cotidiana, este corto animado nos enseña que, a menudo, los niños se "portan mal" porque los adultos no sabemos comunicarles lo que esperamos de ellos. Nos revela que aquello que provoca dolor emocional, miedo, ira... en el niño o niña, necesita ser expresado, escuchado, atendido con paciencia, respeto  y contención, para que pueda ser elaborado apropiadamente por nuestros peques.  Ilustra con ejemplos sencillos y cotidianos la importancia de respetar los ritmos y tiempos naturales de nuestros chiquitines y el modo en que el ejemplo de los padres o adultos constituye la vía más eficiente y sostenible de transmitir valores. 

En definitiva, con una historia breve, nos demuestran que la crianza libre de violencia se sostiene sobre las bases del compromiso emocional, la paciencia, el altruismo y la empatía hacia nuestros niños y niñas. Además, ofrecen herramientas y  alternativas de aproximación y solución respetuosa y consciente  a los problemas, desde la comprensión de las necesidades reales de nuestros niños y niñas. Y todo resumido en cinco minutos  de un modo sencillo y muy didáctico.  

Sueño con el día en que todos los medios de difusión masiva estén llenos de mensajes como estos.
 
Que nadie se quede sin ver este video, por favor. 



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sábado, 14 de julio de 2012

¿Cómo me sentiría si me lo hicieran a mí?



Bastaría con apelar al sentido común para inferir que cuando hablamos de buen trato, deberíamos comenzar por no hacer a los demás lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Sin embargo resulta llamativo ver cómo, con tanta naturalidad, los adultos faltamos sistemáticamente a esta regla de oro en nuestra aproximación habitual hacia los niños. Muchísimos ejemplos me vienen ahora a la mente. Ordenar o gritar a nuestros hijos lo que esperamos de ellos, es el primero. Pero resulta que los niños son muy agudos para pillar las contradicciones de los adultos.  Hace algún tiempo, una mamá me contó que su hijo de cinco años dijo un día: "papá, tú me dices que te respete, pero tú no me respetas, tú me pegas y me gritas".   
Mi amiga Vilma, se está abriendo a los temas de crianza respetuosa a partir de las tertulias que hemos tenido desde que nos conocemos. Una vez a propósito del asunto de las mamás que obligan a los hijos a comerse todo el plato de comida por la fuerza, me oyó la siguiente reflexión en defensa de los peques: ¿Por qué los adultos no notamos que los niños también tienen sus propios gustos con la comida y que además tienen un tamaño y por tanto un estómago más pequeño?, ¿qué le parecería a un adulto si alguien lo obligara a comerse algo que no le gusta y además, en raciones tres veces más abundantes de lo que su estómago es capaz de albergar?. Pocos días después,  Vilma llegó riendo con el cuento de que le había abierto una lata de guisantes a su novio, quien detesta este alimento, y le ordenó: “aquí tienes, ahora cómetelos”.  El novio se extrañó por la actitud y le respondió: “¿qué te pasa?, tú sabes perfectamente que detesto tanto los guisantes, que si me los comiera podría vomitarlos”. Pero mi amiga insistió en tono aún más autoritario, y su novio se volvió a negar aún más extrañado por la reacción de otro adulto, a la que no le encontraba ni pies, ni cabeza, ni lógica alguna. Entonces mi amiga Vilma le dijo: “Ah,  ¿serías capaz de vomitarlos?,  entonces ahora sabes cómo se siente tu sobrinita cuando la obligan a comerse lo que no le gusta y además en raciones que proporcionalmente para un adulto equivaldrían, no a un plato, sino a una olla entera  de comida”.  
Cuando veo a padres y madres en la calle o en un centro comercial  arrastrando a niños pequeños que lloran porque están cansados y no quieren caminar, me pregunto, ¿cómo se sentirían estos adultos si alguien los jalara con fuerza por un brazo y se los llevara arrastrados  en contra de su voluntad, a punta de gritos y de regaños?     
Y qué decir de los especialistas que recetan a los padres coherencia con lo que dicen y hacen, cuando son estos mismos especialistas los que, por ejemplo,  desaconsejan a los padres dormir con sus hijos pequeños. Entonces los niños ven cómo sus padres, que ya son adultos, sí que pueden dormir juntos, pero ellos que son pequeños, que especialmente de noche sienten miedo, que necesitan calor, contacto, compañía, y seguridad, tienen que dormir solos… Perdonen que me tome la licencia, pero si eso es coherencia, yo soy Greta Garbo.
Podríamos referir millones de equivalencias con las que demostraríamos, cómo a diario y de infinitas maneras, cuando de niños se trata, violamos un principio  básico de la ética y del buen trato: No hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti. Por eso siempre me recuerdo a mí misma e invito a padres y madres,  a que antes de tomar acción o decidir qué hacer durante una determinada circunstancia en la crianza de nuestros hijos, nos pongamos la mano en el corazón  y  nos preguntemos: ¿cómo me sentiría si alguien hiciera lo mismo conmigo?, ¿me gustaría que otro me hiciera esto mismo a mí?

viernes, 24 de febrero de 2012

Mis publicaciones en el Blog Inspirulina



Me contenta anunciar que desde el primero de febrero del 2012, colaboro con publicaciones  semanales para el blog Inspirulina, una estupenda iniciativa que lleva alrededor de nueve meses en la blogosfera cosechando mucho éxito, y cuyo editor es un querido y admirado colega, Eli Bravo, conocido periodista, locutor y escritor venezolano. 

Pueden leer aquí todos mis post para Inspirulina 

Espero que los disfruten, dejen sus opiniones y se inspiren a pasar la voz y  seguir abriendo espacios de reflexión y promoción para la crianza en cultura de paz.

Enlaces relacionados:
Publicaciones de Berna Iskandar para Inspirulina

domingo, 20 de febrero de 2011

Quien esté de acuerdo con la nalgada a tiempo que levante la mano


De mis amigos de Cecodap, Oscar Misle y Fernando Pereira, aprendí lo que hoy llamo la prueba de ácido para determinar la verdadera visión de la infancia mantenida y practicada por un grupo o cultura.  Consiste en hacer dos preguntas. La primera: ¿Está usted de acuerdo con el maltrato infantil? a la que todos responderán sin titubear que NO.  De inmediato realizamos la segunda pregunta: ¿Y está usted de acuerdo con la nalgada a tiempo para disciplinar o educar? ....  A esta pregunta, querido lector, querida lectora, no sé lo que responderían en otros contextos, pero la experiencia en mi país, Venezuela, es que la mayoría de los adultos, involucrados o no en el cuidado infantil, declaran absolutamente convencidos, sin dudas ni reparos, que SÍ...  Al igual que diría el pediatra Carlos González, me pregunto qué opinarían estos adultos que aún defienden el castigo físico en los niños, si  la palabra NIÑOS, la cambiáramos por la palabra MUJERES o  por la palabra  NEGROS... ¿Es que acaso los niños no tienen los mismos Derechos Humanos que las mujeres y los negros, es decir, los mismos Derechos Humanos que los adultos?.

Todavía en pleno siglo XXI, la visión de la infancia y los derechos del niño se encuentran en el mismo estatus que experimentaron los afrodescendientes o las mujeres, hasta la primera mitad del siglo XX , poco antes de que comenzaran a consolidarse las reivindicaciones que, la revolución femenina y el activismo de Martin Luther King,  reclamaron para los grupos que representaban. Hoy, en pleno 2011,  todavía hay adultos involucrados en la crianza y cuidado infantil que no ven ni tratan a los niños como sujetos de derecho - y no hablo sólo de padres y madres que están de acuerdo con golpear a sus hijos- si no también de los mal llamados especialistas como pediatras que escriben manuales sobre fórmulas apropiadas de aplicar castigo físico  y que para colmo del daño social, son publicados en páginas Web de gigantescas empresas transnacionales como Pampers y Dodot  (para detalles del caso lea esta reseña ) dizque especializadas en cuidados infantiles.

No me cansaré pues, por todos los medios de difusión a mi alcance, de insistir en llevar la información que sea necesaria, cuantas veces sea necesario, para contribuir a desmontar este paradigma social pernicioso que en nada contribuye a la construcción de cultura de paz, y que nos mantiene anquilosados en prácticas anacrónicas e irrespetuosas, casi grabadas en el ADN, y que necesitamos reprogramar para avanzar hacia el horizonte de un mundo más digno y amable.


Comparto con ustedes otro programa sobre el castigo físico infantil. Ojalá contribuya a disolver esta construcción social nefasta que nos mantiene empeñados en no querer asumir al niño como persona, como a un igual con derecho al mismo trato y el mismo respeto que esperamos para nosotros como adultos. Y ojalá quede claro que mi propósito no es, ni ha sido, ni será promover una educación laxa, sin límites ni disciplina, sino de promover métodos humanizados de disciplina, estrategias respetuosas para conducir a nuestros niños a reconocer conscientemente los límites y por ende respetarlos, lo cual supone por supuesto, más tiempo, más comunicación, más conexión y compromiso emocional por parte de los padres y adultos involucrados, porque siempre es más cómodo, fácil y rápido detener un comportamiento no deseado pegando un grito o un golpe, pero nunca será ni efectivo a largo plazo, ni admisible, porque "niño SI es gente", y merece respeto al igual que usted y que yo.


Para escuchar el programa, pulsar el player

martes, 25 de enero de 2011

Derecho al buen trato



 Los tiempos cambian y las formas de criar a los hijos también evolucionan. Por fortuna contamos con adelantos en el campo de la ciencia de la conducta humana y de las leyes, que nos abren el conocimiento y la sensibilidad para elegir formas de crianza más respetuosas de cada etapa en el proceso evolutivo y de los derechos de los niños y adolescentes.

Pegarle a un niño o adolescente ya no tiene justificación alguna. Pegarle a un niño o adolescente es desconocer su derecho a la dignidad e integridad personal, es enseñarles que cualquiera puede abusar de su cuerpo, es educarlos en la violencia. 

El 10 de diciembre del 2007  se aprobó, en la modificación de la Ley Orgánica de Protección de Niños y adolescentes (Lopna), las bases legales contra el castigo físico y humillante, lo que convierte a Venezuela en el segundo país de América Latina en contar con esta prohibición expresa en la ley. 

 Entérate, aquí, de los detalles.



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